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La increíble fábula de la mujer deportista y la medalla de oro de baratillo
Adoro el deporte. Me empodera y me regala valores que son fácilmente trasladables a otras esferas de mi vida. La superación, el sacrificio, la igualdad. Llevo cuatro años compitiendo. En las pruebas coincido con hombres, porque hago el mismo recorrido aunque luego existan categorías diferenciadas. Algunas veces, hasta gano a muchos de ellos. Pagamos la misma cuantía económica por competir y, sin embargo, en muchas ocasiones el primer hombre ganador se lleva una cantidad superior que la primera mujer ganadora. El silogismo parece sencillo. Mismo precio de inscripción, misma posibilidad de llevarse los mismos premios, ¿no? Pues esta lógica no se aplica en muchas pruebas deportivas –incluso en algunas federadas– que se celebran hoy en día.
La justificación que esgrimen las organizaciones deportivas la encuentran en que no suelen competir tantas mujeres como hombres, y por ello les resulta más plausible premiar a los hombres por el simple hecho de tener más contrincantes que batir. Trasladando este argumento, la medalla de oro olímpico –y su recompensa económica asociada– de la nadadora Mireia Belmonte no vale más que la del piragüista Saúl Craviotto, aunque por estadística haya muchas más nadadoras que piragüistas. ¿Seguimos sin ver el absurdo?
El problema de esta cuestión radica en que hasta la fecha las federaciones deportivas no acaban de asentar la obligatoriedad en la equidad de galardones por sexo. Algunas se pronuncian, otras, no. Ni siquiera las instituciones públicas alcanzan consenso en no prestar su apoyo a las organizaciones que promuevan actividades con premios desiguales, si bien, como caso ejemplificante, el Parlamento de Galicia dispuso por unanimidad a finales del año pasado que la Xunta no concederá ayudas a pruebas discriminatorias.
La realidad sigue así: en una localidad cántabra llamada Laredo, el ganador de un campeonato de surf se iba a llevar 2.000 euros, y la ganadora, 500. Tras un aluvión de comentarios en contra, el Ayuntamiento rectificó a tiempo. Sin embargo, en Ribadumia (Galicia), el fin de semana pasado se iba a celebrar un duatlón en el que el primer clasificado masculino se embolsaría 350 euros, mientras que la primera clasificada femenina ganaría 120. Ante las voces críticas de la oposición política y la condena de los principales clubs de triatlón de Galicia, la organización canceló la prueba, una solución carente de profesionalidad y que no lleva al fondo de la cuestión: la equidad en el trato a las deportistas.
Rematando la fábula, os propongo que extraigáis la moraleja de estos interrogantes: ¿Hasta cuándo permitiremos que con el dinero público se sustenten competiciones que promueven un trato discriminatorio hacia las deportistas? ¿Aún tenemos que potenciar la igualdad a base de regulaciones? ¿No era ya un tema con amplia concienciación social del que no cabe discusión posible? Con las respuestas seguiré alcanzando todas las metas por la igualdad.
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Adoro el deporte. Me empodera y me regala valores que son fácilmente trasladables a otras esferas de mi vida. La superación, el sacrificio, la igualdad. Llevo cuatro años compitiendo. En las pruebas coincido con hombres, porque hago el mismo recorrido aunque luego existan categorías diferenciadas. Algunas veces, hasta gano a muchos de ellos. Pagamos la misma cuantía económica por competir y, sin embargo, en muchas ocasiones el primer hombre ganador se lleva una cantidad superior que la primera mujer ganadora. El silogismo parece sencillo. Mismo precio de inscripción, misma posibilidad de llevarse los mismos premios, ¿no? Pues esta lógica no se aplica en muchas pruebas deportivas –incluso en algunas federadas– que se celebran hoy en día.
La justificación que esgrimen las organizaciones deportivas la encuentran en que no suelen competir tantas mujeres como hombres, y por ello les resulta más plausible premiar a los hombres por el simple hecho de tener más contrincantes que batir. Trasladando este argumento, la medalla de oro olímpico –y su recompensa económica asociada– de la nadadora Mireia Belmonte no vale más que la del piragüista Saúl Craviotto, aunque por estadística haya muchas más nadadoras que piragüistas. ¿Seguimos sin ver el absurdo?