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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Ministras con “a” de “hartazgo”

El miércoles pasado la RAE rechazaba el uso de “Consejo de Ministras” a través del servicio de consultas que ofrece a través de Twitter con la etiqueta #RAEconsultas. La institución monárquica respondía a un usuario que “el uso de Consejo de Ministras no es aceptable, pues el femenino, como término marcado de la oposición de género, solo incluye en la referencia a las mujeres, y en el nuevo Gobierno hay ministros”. Las reacciones en la red no se hicieron esperar. El ambiente estaba caldeado tras el debate lingüístico que Irene Montero desencadenó cuando dijo “portavoces y portavozas” en el Congreso. No faltaron opiniones de lingüistas en este diálogo que cuenta ya con una tradición.

La propia RAE se manifestó a través de un informe sobre lenguaje no sexista. Las conclusiones de dicho estudio, elaborado por José Ignacio Bosque, doctor en Filología Hispánica, fueron categóricas: el masculino genérico no es discriminatorio. Podría pensarse que este pilar de la lengua española tan arraigado a la tradición se halla libre de arcaicas injerencias ideológicas, ahora que han eliminado del diccionario algunas acepciones machistas que irritaban las narices de algunos políticos de fachada pretendidamente igualitaria. Hace menos de cuatro años, femenino se definía como “débil, endeble” mientras que masculino era “varonil, enérgico”. Estas tímidas concesiones no son producto de un cambio sustancial en la ideología de los 38 hombres y 8 mujeres que componen la mesa de honorables académicos de la RAE. Algunos de ellos siguen rezumando esa almibarada nostalgia del pasado rancio. El reconocido escritor Javier Marías dedica esfuerzos y energías en deslegitimar el lenguaje no sexista en sus columnas de opinión. Según sus propias palabras, las fórmulas de visibilización lingüistica son una “mojigatería, una ridiculez, una cursilería”. No se queda atrás el honorable escritor Arturo Pérez Reverte que profiere comentarios jocosos en su cuenta de Twitter y entretiene así a su séquito de espadachines de la lengua. Florecen, henchidos de placer, cada vez que Reverte escribe que diferenciar el masculino y el femenino es “una soplapollez”.

Probablemente, la visibilización lingüística de las mujeres les parezca más ridículo, o quizá más ridiculizable, que algunos de los titulares que leemos habitualmente en la prensa generalista. En ellos, el uso del masculino gramatical para referir a ambos sexos nos entrega preciosas joyas del absurdo. Por ejemplo, el titular que encabeza una noticia de trabajo en ABC dice que “Empleo revisará la reforma de los trabajadores del hogar” (octubre del 2012). El masculino gramatical en esta oración descontextualiza y oculta la relevancia política de la noticia. Formulado en masculino, el texto no da cuenta de que la iniciativa impacta en las condiciones laborales de un colectivo precarizado: el de las mujeres, especialmente las de clase trabajadora. Otros titulares divierten por lo paradójico, como el que afirma que “El 95% de los maestros de educación infantil son mujeres” en un artículo de La Vanguardia (septiembre de 2015). Sobran, en este caso, las explicaciones y el chiste perdería su gracia, pero es que en el cuerpo del texto se explica que “también son maestras tres de cada cuatro educadores de primaria y más de la mitad de secundaria”. Rocambolesco. Esperpéntico. También es algo grotesco el titular de El País que dice que “Los jóvenes con anorexia recurren a Internet para reafirmar sus hábitos” (8 de febrero de 2016). El uso del masculino gramatical neutraliza un malestar mayoritariamente femenino y estrechamente vinculado a las exigencias de “perfección física” que esta sociedad exige a las mujeres. Y esto no solo es ridículo, también es ofensivo. La lista es larga y hay repercusiones, pero aún así la institución no quiere llamar a las cosas por su nombre. Quizá es que mantener el status quo requiere el sacrificio de ciertos avances que amenazan un orden beneficioso para algunos. Se lavan las manos aduciendo que el diccionario recoge “los usos de los hablantes”.

Es innecesario iniciar el debate de la gallina y el huevo. Hace ya mucho tiempo que la gente diferencia el género en sus discursos. Hemos entendido que la discriminación de las mujeres alcanza los procedimientos lingüísticos y lógicos a través de los cuales se produce el significado, que el lenguaje no hace la cosa pero sí representa a la cosa. Y dicha representación repercute en la visibilidad de los colectivos discriminados.

Si las personas hablantes tienen el poder, ¿para qué esperar a que nos den permiso? Quizá podamos escapar algún día de las firmes redes de la corrección lingüística.

Para leer más:

—En este reportaje de Mónica Zas en eldiario.es, se recoge también la postura de Fundéu: “Fundéu también defiende que ”deberíamos decir los ministros del gobierno y nolas ministras“. En cambio, se muestra menos reticente ante el paulatino avance social y político del lenguaje inclusivo. ”Somos conscientes del poder que tienen las palabras para visibilizar realidades, por eso proponemos sistemáticamente las formas en femenino de todos aquellos sustantivos que, sin conculcar las reglas morfológicas, pueden formar su femenino“, responden en un comunicado a las preguntas de este diario. (...) Sin embargo, terminan declarándose optimistas ante un uso del femenino plural que incluya tanto a hombres como a mujeres en determinadas situaciones. ”Cuando estos usos se generalicen con naturalidad, estaremos ante un fenómeno mayoritario y este uso del femenino será un consenso tácito en la mente de los hablantes“, declaran. Y entonces, la consagrada Gramática, ”previsiblemente registrará que el masculino ya no es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto“.

—“¿Es cisexista hablar de 'campos de nabos'?” Reportaje que recoge las opiniones de mujeres trans sobre el uso de algunas expresiones que asocian la genitalidad al género.

“La lengua o la vida” La censura del romanó constituye una agresión cultural contra la identidad y el vínculo entre las comunidades gitanas

“¿Está la RAE a favor de la igualdad entre mujeres y hombres” Artículo de Pilar López Díez.

El miércoles pasado la RAE rechazaba el uso de “Consejo de Ministras” a través del servicio de consultas que ofrece a través de Twitter con la etiqueta #RAEconsultas. La institución monárquica respondía a un usuario que “el uso de Consejo de Ministras no es aceptable, pues el femenino, como término marcado de la oposición de género, solo incluye en la referencia a las mujeres, y en el nuevo Gobierno hay ministros”. Las reacciones en la red no se hicieron esperar. El ambiente estaba caldeado tras el debate lingüístico que Irene Montero desencadenó cuando dijo “portavoces y portavozas” en el Congreso. No faltaron opiniones de lingüistas en este diálogo que cuenta ya con una tradición.

La propia RAE se manifestó a través de un informe sobre lenguaje no sexista. Las conclusiones de dicho estudio, elaborado por José Ignacio Bosque, doctor en Filología Hispánica, fueron categóricas: el masculino genérico no es discriminatorio. Podría pensarse que este pilar de la lengua española tan arraigado a la tradición se halla libre de arcaicas injerencias ideológicas, ahora que han eliminado del diccionario algunas acepciones machistas que irritaban las narices de algunos políticos de fachada pretendidamente igualitaria. Hace menos de cuatro años, femenino se definía como “débil, endeble” mientras que masculino era “varonil, enérgico”. Estas tímidas concesiones no son producto de un cambio sustancial en la ideología de los 38 hombres y 8 mujeres que componen la mesa de honorables académicos de la RAE. Algunos de ellos siguen rezumando esa almibarada nostalgia del pasado rancio. El reconocido escritor Javier Marías dedica esfuerzos y energías en deslegitimar el lenguaje no sexista en sus columnas de opinión. Según sus propias palabras, las fórmulas de visibilización lingüistica son una “mojigatería, una ridiculez, una cursilería”. No se queda atrás el honorable escritor Arturo Pérez Reverte que profiere comentarios jocosos en su cuenta de Twitter y entretiene así a su séquito de espadachines de la lengua. Florecen, henchidos de placer, cada vez que Reverte escribe que diferenciar el masculino y el femenino es “una soplapollez”.