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Mujerismos o la mujer como medida de todas la cosas

La noche en la que Susana Díaz ganó las elecciones andaluzas, la misma noche en la que Pablo Iglesias y Tania Sánchez hacían pública su separación, vi varias publicaciones en Facebook en las que el personal se venía arriba y afirmaba de forma rotunda y sin ambages que las feministas estábamos de enhorabuena.

Cómo no me sentía así, y consciente de con la política en general soy muy comedida y prudente respecto a las victorias, varias preguntas vinieron a mi cabeza, partiendo del hecho de que Díaz no es ningún paladín del feminismo y de que es importante que haya más mujeres en puestos de poder para ampliar referentes.

Todas las mujeres no son feministas, y tal y cómo está organizada la sociedad, no conozco a muchas que se hayan definido como tales y que estén en primera línea de la política, de las empresas, en definitiva fuera del universo feminista. Esto no implica que las mujeres con poder no sean feministas en su fuero interno, sino que desde luego han tenido que renunciar al mismo de forma pública. Porque, no nos engañemos, para estar arriba hay que jugar con el poder, y el poder es androcéntrico y patriarcal.

Nos podemos imaginar lo que cuesta llegar a las cimas y sabemos mucho de renuncias para estar dentro de las dinámicas de poder que establecen los hombres. Sería deseable que las relaciones entre los feminismos y estas figuras destacadas trascendiesen; que esas frases de “estamos de acuerdo con vosotras, hay mucho machismo. Si yo te contara….”, no se queden en conversaciones de pasillo.

Por tanto, cabe preguntarse: ¿Estas mujeres que pactan de forma directa con el poder y que en ocasiones son su brazo armado, son un referente positivo por el mero hecho de ser mujeres?

Del mujerismo al enfoque interseccional

El mujerismo es una palabra que no existe, pero que nos remite a la mujer como medidas de todas las cosas. Antes de que la caterva machirula se ponga a aplaudir con las orejas, este concepto no tiene nada que ver con el hembrismo o con una hipotética supremacía femenina que viene a quitarles los privilegios y quedarse con las subvenciones (¿qué subvenciones?). Tampoco con el androcentrismo, el hombre como medida de todas las cosas, especialmente porque el androcentrismo es una consecuencia de un sistema de poder, el patriarcal, y no existe un sistema de poder basado en la supremacía femenina; ni siquiera el matriarcado, puro mito.

Que la mujer sea la medida de todas las cosas, que cualquier mujer sea un referente por el mero hecho de tener tetas, tiene alguna consecuencia perversa. Que la lucha feminista se identifique con la biomujer desnaturaliza, descontextualiza e invisibiliza. Muchas de las mujeres referentes como acabamos de comentar lo son por pactar con el poder (masculino) y ello hace que pasemos por alto construcciones como las de la clase social, raza u opción sexual y que reivindicaciones específicas de colectivos no mayoritarios se dejen de lado. ¿Cómo va a luchar una mujer precaria o una madre lesbiana por unas cuotas electorales? ¿Qué le pueden aportar a ella?

Lejos estaríamos por lo tanto de la idea de interseccionalidad a la que apuntaba Alexander Ceciliasson en el artículo Las aventuras del feminismo interseccional sueco y que se refiere a “una forma de descentralizar el feminismo. Abandona la idea del género como la cuestión más relevante, al entender las diferentes formas de opresión como interrelacionadas”. Porque estas mujeres, y volvemos a Díaz, no han sido abanderadas de políticas feministas que intenten acabar con la discriminación y que sean interseccionales, que asuman también otras formas de subordinación que trascienden las de hombres-mujeres.

Pero no se trata únicamente de la interseccionalidad, se trata de que ser mujer no es un criterio. Y de nuevo, caterva machirula, absténganse de aplaudir, que esto no tiene nada que ver con ese concepto que tanto os gusta: la meritocracia. La meritocracia no existe en una sociedad desigual. No es posible, porque el punto de partida de las mujeres y los hombres nunca es el mismo, y los obstáculos, trampas o culpas a los que nos tenemos que enfrentar las mujeres son todavía inmensas.

¿Si una mujer escribe un libro o dirige una película, será necesariamente una buena obra? ¿La vamos a recomendar solo por ese criterio? Pues no. No se trata sólo de estar, que ya de por sí es un logro, se trata de apuntar y señalar relaciones desiguales, de deconstruir el poder, de visibilizar privilegios, de incluir la transfobia, el racismo y también de cómo afecta a los hombres las masculinidad patriarcal. Porque los hombres también tienen mucho que ver con todo esto que vamos apuntado. El mujerismo elimina a los hombres de la ecuación y reduce una situación más que compleja a planteamientos dicotómicos de mujeres versus hombres.

Apuntar estas cuestiones puede resultar incómodo en una sociedad en la que todavía hay muchos ámbitos, económicos, culturales, históricos en que las mujeres no estamos o cuando estamos somos invisibilizadas. Llegar, que se note que hemos llegado, es aún un logro, pero el objetivo de llegar no puede implicar hacerlo cualquier precio y mucho menos caer en complacencias mujeristas. Complicado.

La noche en la que Susana Díaz ganó las elecciones andaluzas, la misma noche en la que Pablo Iglesias y Tania Sánchez hacían pública su separación, vi varias publicaciones en Facebook en las que el personal se venía arriba y afirmaba de forma rotunda y sin ambages que las feministas estábamos de enhorabuena.

Cómo no me sentía así, y consciente de con la política en general soy muy comedida y prudente respecto a las victorias, varias preguntas vinieron a mi cabeza, partiendo del hecho de que Díaz no es ningún paladín del feminismo y de que es importante que haya más mujeres en puestos de poder para ampliar referentes.