Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Ocupar las fronteras y tender puentes
Ya pasó en 1981, en Greenham Common, Berkshire, Inglaterra. Feministas galesas acamparon junto a la base militar americana para protestar contra las armas nucleares. Al año siguiente eran 30.000 mujeres. En 1983, 70.000 mujeres formaron una cadena de 23 kilómetros, desde Greenham hasta Aldermaston y la fábrica de municiones en Burghfield. El Women's Peace Camp se convirtió en un referente mundial del antimilitarismo feminista y duró hasta el año 2000.
Euskadi tuvo su réplica el 16 de diciembre de 2017. El Movimiento Feminista de Euskal Herria se encadenó a unas de las vallas de alambre del puerto de Santurtzi para denunciar la utilización de la guerra como negocio y la utilización de las fronteras como lugares de guerra. Lo hacían justo después de que se estrenara un muro de hormigón de cuatro metros de alto en el lugar, alzado para evitar que las personas inmigrantes y refugiadas accedan de forma clandestina a los barcos con destino a Portsmouth, Reino Unido. También denunciaban que, desde ese mismo puerto, salieran armas desde Euskadi a otros países en guerra.
Como dice Naomi Klein en La doctrina del shock, antes, la guerra servía para controlar territorio, pero lo lucrativo era la estabilidad de la paz después de la conquista. Pero, cuando se ha visto la cantidad de dinero que genera la guerra, el conflicto es el negocio. Aquel 2017 se habían destinado a Defensa 36 millones de euros de los Presupuestos Generales del Estado, y eso contando solamente lo que se comunica de forma oficial. El resto se escapa en otras partidas, como en presupuestos de I+D, destinados más a la investigación en armas que al cáncer de mama; o las invertidas en los Cascos Azules de la OTAN, que se incluyen en Cooperación para el Desarrollo, como se explica en esta entrevista.
Como consecuencia de este negocio, millones de personas en todo el mundo se ven obligadas a desplazarse de manera forzosa, encontrando en las fronteras muros y alambradas, cuando no disparos. La estrategia funciona: venta de armas y de dispositivos bélicos y, después, venta de seguridad para ‘proteger’ los países a los que migran quienes padecen las consecuencias del conflicto. Con la pandemia, necesitamos más seguridad, ya no tenemos que protegernos solo de otras personas, también del aire. Pero ese es otro tema, aunque esté ligado. Digamos que Israel, pionero en sistemas de seguridad, se frota las manos.
El sábado pasado, la denuncia fue contra “el funcionamiento de las transnacionales, las fronteras y las políticas migratorias como instrumentos del sistema racista, colonial, capitalista y heteropatriarcal”. Esta vez, la movilización la convocaba la Marcha Mundial de las Mujeres de Euskal Herria. Tomaron el puente peatonal de la frontera con el Estado francés, el que une Irún con Hendaia. La escena, inundada de pañuelos morados, de nuevo replicaba la idea del Women’s Peace Camp, tomando un lugar concreto en el que se encarna el conflicto. “Una frontera impuesta por los estados nación y que divide al pueblo vasco, y que refuerza la 'Europa Fortaleza'. Venimos aquí para señalarla, para denunciar las violencias que suceden en el marco de esta frontera respaldadas por unas políticas migratorias racistas y coloniales”, reza el comunicado.
La marcha no terminó el 17 de octubre. Quiere avanzar, de pueblo en pueblo, hasta el 6 de marzo, para garantizar la participación desde otros lugares hasta volver al punto de partida, el puente peatonal. Feminismo, antimilitarismo y antirracismo se entrelazan, identificando los “privilegios sobre los que se asienta el bienestar de Europa”. “¿Qué piensas del uso que se hace de presupuestos millonarios para fortalecer fronteras?¿En qué condiciones trabajan las personas migradas en los hogares vascos?”, preguntaba el comunicado.
Estas preguntas nos interpelan. Quien dice hogares vascos puede hablar de hogares riojanos, castellanos o valencianos. La lógica de las fronteras como imaginarios de guerra, la del expolio y la inversión en armamento es contraria a la vida y responde a un sistema de dominación que es totalmente contrario al feminismo. Además, ya lo sabemos: en el conflicto, el cuerpo de las mujeres se convierte en botín y en territorio de conquista.
Ya pasó en 1981, en Greenham Common, Berkshire, Inglaterra. Feministas galesas acamparon junto a la base militar americana para protestar contra las armas nucleares. Al año siguiente eran 30.000 mujeres. En 1983, 70.000 mujeres formaron una cadena de 23 kilómetros, desde Greenham hasta Aldermaston y la fábrica de municiones en Burghfield. El Women's Peace Camp se convirtió en un referente mundial del antimilitarismo feminista y duró hasta el año 2000.
Euskadi tuvo su réplica el 16 de diciembre de 2017. El Movimiento Feminista de Euskal Herria se encadenó a unas de las vallas de alambre del puerto de Santurtzi para denunciar la utilización de la guerra como negocio y la utilización de las fronteras como lugares de guerra. Lo hacían justo después de que se estrenara un muro de hormigón de cuatro metros de alto en el lugar, alzado para evitar que las personas inmigrantes y refugiadas accedan de forma clandestina a los barcos con destino a Portsmouth, Reino Unido. También denunciaban que, desde ese mismo puerto, salieran armas desde Euskadi a otros países en guerra.