Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Pedagogía estéril
En la línea del genial libro Why I’m no longer talking to White people about race (Por qué ya no hablo de raza a la gente blanca), de Reni Eddo- Lodge, últimamente me hago dos preguntas: ¿en qué entorno merece la pena hablar de racismo? y, ¿cuándo es un ejercicio de desgaste?
A mí, me agota. Detesto hacerlo ya que suele generarme problemas, dejan de verme como la persona amable, simpática o graciosa que “pensaban que era” para percibirme no como alguien que reivindica que haya aspectos de la sociedad que deberían mejorar, sino como una enemiga que les señala. Hay quien se enfada y concluye la conversación de forma súbita con un “hasta aquí”. Ese individualismo es el mismo que provoca que tras charlar sobre este tipo de asuntos, lo único que algunas personas nos pregunten sea que si pueden ponerse trenzas o llevar tela wax. Anda que no han corrido ríos de tinta sobre el tema de la apropiación cultural… ¿De verdad que no les inquieta nada más?, ¿qué hay de los currículos educativos que excluyen los temas que nos conciernen o que están protagonizados por gente de África o afrodescendiente?, ¿o de los Centros de Internamiento de Extranjeros?, ¿o de las paradas por perfil racial? ¿Eso no cala? Quizá hay gente a la que los sistemas opresivos le dan igual y ponen por delante no sentirse mal. Así pues, tengo la sensación de que todo el esfuerzo comunicativo no deja de ser una especie de pedagogía estéril que sirve poco para transformar a quienes no están ya convencidas.
Por lo demás, nos pasamos más tiempo contando qué es el racismo que fortaleciéndonos para que se nos ensanche la espalda y así poder soportarlo en el día a día, sin que nos pese. Tenemos que explicarlo porque algunas personas blancas que, por lo obvio, no lo padecen, cuando se lo cuentas, no lo ven, no se lo creen, te lo niegan o hacen absurdas comparaciones con lugares que desconocen del todo pero de los que opinan. “En Estados Unidos sí que hay racismo, no te quejes”, señalan para que nos cosamos una boca chica que llevaba toda la vida cerrada, precisamente con el fin de evitar conversaciones incómodas o posibles confrontaciones.
En esta línea, no puede faltar el “pues yo tengo un amigo negro y a él le parece bien o nunca le ha pasado eso que dices”. En serio, ¿acaso creen que a todas las personas nos sucede exactamente lo mismo como si fuéramos fotocopias? El contexto importa, no es lo mismo residir en una ciudad feroz que hacerlo en un pueblo donde te conocen de siempre, ser de los 2000 o de los 70, nacer en Madrid o en Dakar , tampoco es igual ser hombre, mujer o no binarie. Quedarse en la vivencia concreta sin mirar más lejos es decidir ser miope pudiendo ver a kilómetros. Resulta que esto del racismo no trata de mi pena personal sino de una estructura sólida. Si se trasladan vivencias concretas es para bajarla a tierra y ponerle piel, con el objetivo de que se entienda.
Es evidente que opinar sin miedo, sin saber mucho, sin tener que apoyarse en quinientos libros y dos mil estudios es, además de un atrevimiento, un privilegio. El privilegio de alguien a quien nunca inquirieron o cuestionaron más que los que están tan abajo y tan lejos que resulta imposible escuchar su voz. Por eso hablan sin temor de todo, se sienten apoyados por formar parte de una mayoría que les respalda y una posición que desconocen (o no reconocen) tener, aunque se beneficien de ella todo el rato.
Al final, da la impresión de que es más grave llamar a alguien racista o xenófobo, debido a que se percibe como algo malo, como un insulto, que tener actitudes racistas o xenófobas, que resultan lesivas para quien las sufre y que hacen peor a la sociedad. No obstante, ignorar nuestras experiencias o quitarles peso, desde la tranquilidad del que nunca padeció racismo, es racista ya que implica desoírnos, desacreditarnos y, desde luego, no conocer la Historia. Amiguis, esto viene de atrás.
Cuando se utilizan frases como “yo no veo que seamos distintas”, “para mí, somos iguales” o “por qué os empeñáis en separar”, sería fantástico que el interlocutor de turno se parara a pensar cuánto sabe de la vida de una persona no blanca, con cuántas ha hablado, compartido vida, a cuántas ha leído, si estaba cuando han padecido agresiones racistas, si, en caso de estar, ha hecho algo para evitarlas, si nos ha apoyado, si le parece normal no vernos en la tele más que de un par de formas o no haber estudiado nunca nada en donde fuéramos protagonistas salvo en capítulos especiales dedicados a las que nos salimos de lo que es la norma (que es ser una persona blanca, claro).
Solo encontramos cierta comprensión cuando acudimos a la analogía “¿imaginas que un hombre te dijera a ti, mujer, qué es machismo?”. Ojalá no tener que tirar siempre de ahí.
Entre tanto, continuamos deshaciéndonos en explicaciones infinitas y recibiendo millones de noes, cosa que provoca que, a veces, perdamos los nervios. Por supuesto que es mejor argumentar con calma y mesura o sirviéndonos, incluso, del humor, sin embargo no se nos puede exigir que seamos todo el rato un remanso de paz, puesto que agota lanzar mensajes y encontrarse con frontones en los que rebotan sin cesar.
Lo peor es que perdemos un tiempo que resultaría valiosísimo para descubrir nuestra Historia. Uso el verbo “descubrir” de manera consciente porque está escondida, llena de polvo, en libros que no se encuentran en cualquier biblioteca, en idiomas que no siempre entendemos (las obras escritas por autoras y autores africanos se publican y traducen poco por estos lares) y que resultarían vitales para que supiéramos que siempre estuvimos, que hemos ganado batallas, que hemos aportado, que la afrodescendencia en el Estado español no es un “fenómeno reciente” o que los africanos no nacieron cuando los europeos llegaron a su continente. Todo esto podría traducirse en ganar autoestima grupal, en hacernos más fuertes, en atrevernos a vernos en ciertos contextos en donde, como no nos esperan, no nos esperamos, en no distraernos echando un ojo a ambos lados o perdernos en disquisiciones varias con quien ni nos entiende ni quiere entendernos, con el fin de mimarnos y mirar al frente. Fijo que así sí avanzamos.
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