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Las pérdidas de la equidad: cuestionar el deseo

Imagino cómo sería un mundo en equidad. Me resulta imprescindible no quedarme en la denuncia y empezar a proyectarlo. No es habitual llevar a cabo este ejercicio. Lo que suele ocurrir es que somos muy conscientes de las desigualdades pero, desde mi punto de vista, muy poco conscientes de qué tendríamos que modificar para llegar a ese mundo que decimos desear. Sin embargo, cuando decidimos hacer el ejercicio, solemos caer en visiones demasiado reduccionistas y poco profundas sobre qué implicaría la equidad real. Visiones que descansan muchas veces en términos tan capitalistas como el de “ganancia”. Y es que últimamente pienso mucho en la frase “ellos también ganan con la equidad” que decimos, puede, para no sentirnos tan atacadas en nuestro devenir feminista: “Oye tío. Que no te asuste el feminismo porque no tienes por qué temerlo. Vosotros también salís ganando”. Me pregunto si el “todo el mundo gana” es factible cuando el reparto implica que algunas personas tengan menos. Estos momentos de mi vida, me parece mucho más enriquecedor hablar de pérdidas. Me voy explicando...

El trasfondo de todo este asunto viene de que la palabra “ganar” me parece un invento heteropatriarcal y capitalista. Si me pongo a proyectar cómo sería ese mundo en equidad, la primera conclusión a la que llego es que tengo que cuestionar mis deseos, algo que no solemos hacer. Me imagino a la archiconocida millonaria Kim Kardashian mirando a su hija tiernamente y diciendo “me parece superinjusto que otras niñas no hayan tenido las posibilidades que ha tenido mi hija. Ojalá todas las niñas pudieran tener esto”. Esto es un claro resumen de cómo percibo que entendemos, a veces, igualdad. ¡Cuántas veces mezclamos equidad con tener de todo!

No estoy hablando de renunciar a una vida digna, ¡por supuesto que no! Estoy hablando de cuántos de nuestros deseos tienen que ver con derechos básicos y fundamentales y cuáles otros son metas que nos han metido en el cuerpo para introducirnos en jornadas insostenibles y mal pagadas que cumplimos desde la errónea creencia de que existe la meritocracia. Dicho de otra manera, ¿entiende Kim Kardashian que lo justo es que ninguna niña tenga lo que su hija ha tenido? ¿O que precisamente lo que hace que algunas niñas vivan sumergidas en la pobreza es que hay otras personas que nadan en abundancia? ¿Lo entendemos quienes estamos intentando hacer otra cosa con nuestras vidas?

La cuestión es que no me parece viable hablar de ganancias bajo los imaginarios de “siempre” para referirnos a un concepto tan transformador como el de equidad. Cuando se plantea mínimamente este debate, nos movemos entre posturas enfrentadas y binómicas que no nos permiten llegar al fondo de la cuestión sin que nos salten las susceptibilidades de una clase obrera que lleva años siendo machacada y cuestionada. Así los argumentos que suelen aflorar cuando hacemos el intento de cuestionarnos son del tipo “¿por qué la gente que menos tiene es la que tiene que resignificar sus deseos?”. O del tipo “el problema no es éste, el problema son los de arriba”.

Un ejemplo reciente lo encontramos en las opiniones que surgieron al respecto de la boda del líder de Izquierda Unida, Alberto Garzón. Garzón fue criticado por hacer una boda “al uso”. Desconozco cuánto se gastó. Las opiniones giraban en torno a dos ideas. 1. ¿Cómo un líder de izquierda, representante de la clase obrera, puede hacer gala de semejante abundancia? La respuesta fue (idea 2): Garzón tiene todo el DERECHO del mundo a hacer su boda como le plazca, al igual que un señorito de derechas tiene el derecho a celebrar su boda, también de la forma que quiera. ¡Igualdad!

Sin entrar en matices sobre la cuestión de Alberto Garzón, lo que me interesa de estos argumentos es el uso que hacemos aquí de la palabra “derecho”. Entre otras cosas, porque actualmente son demasiados los privilegios los que metemos en el pack de “derechos”. Y a mí esto me parece de peligroso “pa arriba”. Así, las personas que estamos luchando por conceptos como el de equidad -en vez de cuestionar deseos basados por lo general en un afán consumista-, caemos en debates constantes en los que convertimos en un derecho la posibilidad de tener más de una casa, hijxs, un viaje al Caribe y un móvil de última generación. Y lo hacemos únicamente porque alguien –generalmente un neofilósofo neoliberal de las redes sociales –decide tocarnos las narices y poner en cuestión todo lo que hacemos, en vez de mirarse el ombligo. Así, cada vez que aparece la ocasión de debatir sobre deseos, la discusión se da bajo un cuestionamiento injusto: el que pone en el centro las acciones de la clase obrera o de quienes dicen defenderla. Sin embargo, cuestionar bajo un marco de diálogo justo esos deseos, me parece fundamental para empezar a cambiar las cosas. El debate –bajo otros parámetros- es necesario.

Quiero, de nuevo, matizar que no estoy hablando de coherencia. Como argumenta Diana J. Torres en su libro Vomitorium, lo de la coherencia puede ser complicado en un día a día en el que no hay absolutamente nada que no esté atravesado por los valores hegemónicos. Tendríamos que revisar a cada segundo todo lo que hacemos, comemos, escribimos… para ser coherentes. No hablo de ese tipo de coherencia. Hablo de lo incompleto que me parece no hablar de pérdidas. Ignorarlas… Hablo de todo lo que nos traviesa por el cuerpo y toca cuando nos colocan bajo este cuestionamiento. Lo que nos duele soltar o lo que nos duele tener que poner en cuestión nuestros propios deseos.

No espero nada de lxs de arriba. He asumido que no van a devolver a la sociedad todos aquellos privilegios –no derechos- en los que se ha materializado su falta de equidad. No espero nada pero sí les exijo. Sin embargo, puedo entender que no van a resignificar sus deseos porque ¡ganan con ello! Pero, ¿y quienes pierden con esto? De estas personas sí que espero. Espero que seamos capaces de llegar a esas cuestionamientos que no quieren hacerse quienes ganan y, por ende, que seamos capaces de plantear un mundo con ciertas pérdida. Sí. Vamos a tener que plantearnos decir que no nos parece que nuestro sueldo sea justo cuando nuestra compañera gana menos sin motivo alguno. Sí. Vamos a tener que plantearnos si es justo coger un avión para irnos a un país donde viven personas a las que se les niega el acceso al nuestro. Sí. Vas a tener que plantearte si tus fotos de viajera mochilera pueden hacer daño a una persona que no puede ir a lugar en el que tú te recreas para darle un simple abrazo a sus seres queridos. Sí, lo justo no es sinónimo de cómodo y en ningún caso es sinónimo de ganancia. A lo mejor ocurre el milagro de que, al bajar nuestras expectativas, nos quitamos un peso de encima. Y puede que nos demos cuenta de que estamos “ganando” algo. Seguro que es eso a lo que intentamos hacer referencia cuando le decimos a un tipo “ganarás con el feminismo”. Pero, con todo, me siguen saltando las alarmas con este concepto. ¿Por qué? Y con esto acabo.

Es precisamente ese deseo de ganar más, esa abundancia ilimitada –obtenida bajo estrategias violentas e históricas de robo de tierras, esclavización, fomento de la precariedad-, la que ha provocado este desastre. Así que no. “Ganar” no me parece un buen concepto para hablar de equidad ni de derechos fundamentales. Una historia injusta que ha convertido en héroes a quienes ganaban quitando; y en fracasadxs y losers a sus víctimas, no puede ser un referente para quienes estamos intentando construir bajo conceptos distintos. “Ganar” como sinónimo de “beneficio” no me sirve si lo que quiero es plantear un futuro más justo y sostenible.

Con todo, si no tengo otra que elegir entre ambos términos, me quedo con la sabiduría y la hemeroteca de saberes de quienes fracasan. Como dice la activista feminista mexicana Karen Dianne: “Hay que retirar la envoltura heteropatriarcal que reviste nuestros deseos ¿Si no hubieran sido mujeres, que estarían haciendo, en dónde, con quién? Cuáles son nuestras verdaderas aspiraciones sin los falsos prestigios y competencias por el éxito que el capitalismo nos impone. El feminismo no es una herramienta para el éxito empresarial y existencial de las mujeres, es una herramienta para la emancipación que se ocupa sobre todo de las vidas que fracasan, que recoge los restos, que se interesa por las causas que otros llaman perdidas, el feminismo insiste en ellas, porque el patriarcado las descarta”.

 

NOTA. Recuerdo que al uruguayo Pepe Mujica mucha gente se le tiró encima por hacer, decían, “apología de la pobreza”; un término que en los últimos meses he escuchado como tres veces cada vez que personas pertenecientes a la clase obrera cuestionan sus deseos. Él explicó lo que hacía era apología de la sobriedad: “o logras ser feliz con poco y liviano de equipaje […] o no logras nada”. También me pregunto si es posible que las personas en situación de precariedad hagan apología de la pobreza. Es como cuando hablamos de mujeres machistas. No he visto a nadie acusar de hacer apología de la pobreza a quienes la provocan. Por último, no creo que hablar de resignificación de deseos sea incompatible con afirmar que lo que estamos viviendo en el estado españo es un claro recorte de derechos fundamentales que nos están arrastrando a situaciones muy precarias. Soy totalmente consciente de estas situaciones porque yo misma las estoy sufriendo.

Imagino cómo sería un mundo en equidad. Me resulta imprescindible no quedarme en la denuncia y empezar a proyectarlo. No es habitual llevar a cabo este ejercicio. Lo que suele ocurrir es que somos muy conscientes de las desigualdades pero, desde mi punto de vista, muy poco conscientes de qué tendríamos que modificar para llegar a ese mundo que decimos desear. Sin embargo, cuando decidimos hacer el ejercicio, solemos caer en visiones demasiado reduccionistas y poco profundas sobre qué implicaría la equidad real. Visiones que descansan muchas veces en términos tan capitalistas como el de “ganancia”. Y es que últimamente pienso mucho en la frase “ellos también ganan con la equidad” que decimos, puede, para no sentirnos tan atacadas en nuestro devenir feminista: “Oye tío. Que no te asuste el feminismo porque no tienes por qué temerlo. Vosotros también salís ganando”. Me pregunto si el “todo el mundo gana” es factible cuando el reparto implica que algunas personas tengan menos. Estos momentos de mi vida, me parece mucho más enriquecedor hablar de pérdidas. Me voy explicando...

El trasfondo de todo este asunto viene de que la palabra “ganar” me parece un invento heteropatriarcal y capitalista. Si me pongo a proyectar cómo sería ese mundo en equidad, la primera conclusión a la que llego es que tengo que cuestionar mis deseos, algo que no solemos hacer. Me imagino a la archiconocida millonaria Kim Kardashian mirando a su hija tiernamente y diciendo “me parece superinjusto que otras niñas no hayan tenido las posibilidades que ha tenido mi hija. Ojalá todas las niñas pudieran tener esto”. Esto es un claro resumen de cómo percibo que entendemos, a veces, igualdad. ¡Cuántas veces mezclamos equidad con tener de todo!