Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Corresponsabilidad: ventajas de ser lesbiana
Siempre que se acerca el 26 de abril, Día de la Visibilidad Lésbica, recuerdo la llamada que recibí hace unos años de una periodista, que quería aprovechar esa fecha señalada para escribir un reportaje sobre las discriminaciones que sufrimos. Pensé entonces que al pensamiento heterosexual le resulta más fácil hablar de las penalizaciones que sufrimos las disidentes sexuales y de género que de las alternativas de vida que encarnamos. El lesbianismo como opresión añadida en vez de como gozosa forma de emancipación antipatriarcal.
También resulta muy atractiva la idea de que reproducimos roles sexistas, que sirve para negar lo subversivo de nuestra existencia. Recordemos cómo Ciudadanos usó la realidad de la violencia intragénero para cuestionar que la Ley Integral de Violencia de Género se ciña a la violencia específica y sistémica cometida por hombres a mujeres en nuestra sociedad patriarcal.
El caso es que se agradece cuando el discurso mediático relaciona el lesbianismo con la equidad. Me refiero a la noticia publicada por Ana Requena Aguilar en este medio el pasado 1 de abril: “Las parejas de lesbianas esquivan mejor la brecha salarial que las heterosexuales porque reparten más los cuidados”. La noticia se basa en un estudio noruego que constata que las lesbianas que son madres sufren una menor penalización en el mercado laboral respecto a las madres heterosexuales. Las lesbianas gestantes toman a corto plazo medidas como reducir la jornada o abandonar temporalmente el mercado laboral, pero en seguida la dedicación se equilibra con una implicación equitativa en la crianza. A largo plazo, ambas progenitoras constatarán un impacto similar de la maternidad en sus carreras, mientras que en las parejas heterosexuales, las mujeres reducen empleo y salario también a largo plazo, y los hombres tienden a trabajar más horas fuera de casa cuando tienen hijos.
Esta noticia me ha interesado porque también en los espacios lesbofeministas se habla mucho de violencia intragénero o de cómo reproducimos un modelo de amor romántico basado en la posesión y el drama, pero muy poco o nada sobre corresponsabilidad. ¿Asumen las madres lesbianas los cuidados de forma equilibrada e igualitaria o reproducen roles sexistas por los que la madre gestante es la que carga con mayor responsabilidad? Y, tengan o no criaturas, ¿son habituales las tensiones en la convivencia por el reparto de las tareas domésticas, del cuidado de animales o de familiares dependientes?
Salvo la excepción noruega, no parece que este tema haya sido motivo de análisis. Google tampoco me ayuda: tecleo 'estudio corresponsabilidad lesbianas' y la mayoría de resultados me llevan a lo que comentaba al principio: discriminación hacia lesbianas y violencia entre lesbianas. Eso es lo que se estudia sobre nosotras. Y una excepción interesante: las lesbianas tenemos más orgasmos.
El único resultado que realmente me habla de corresponsabilidad, además de otro artículo sobre el estudio noruego (escrito por Manuel Bagues y que termina concluyendo que “Si quieren evitar que la maternidad penalice su carrera profesional, no hay nada como emparejarse con otra mujer”, más claro agua) es un post de la activista LGTB Kika Fumero en el que plantea unas hipótesis sobre “cómo somos las lesbianas”. Reproduzco el párrafo que viene a cuento:
Fumero da una clave importante: ser dos mujeres no es el único factor determinante para la corresponsabilidad, sino que hay que sumar la conciencia feminista como ingrediente clave. Esto nos llevaría a su vez a relacionar lesbianismo y feminismo. Lejos del discurso lesbófobo de muchas feministas hetero impelidas a aclarar que “no todas las feministas somos lesbianas”, lo cierto es que a muchas bisexuales o lesbianas políticas el feminismo nos llevó a cuestionar la heteronorma y muchas lesbianas llegaron al feminismo encontrando en él una forma de explicarse a sí mismas y un espacio de libertad y empoderamiento.
Pero volvamos al asunto de la corresponsabilidad. Podríamos partir de dos hipótesis: 1- Las lesbianas somos corresponsables porque, como mujeres, somos socializadas para asumir los trabajos de cuidados. 2- El citado mantra de que las lesbianas reproducimos roles sexistas. La primera hipótesis me parece más consistente y la segunda me parece muy problemática porque lleva a un prejuicio lesbófobo muy habitual: presuponer machismo en lesbianas con una expresión de género masculina, es decir, con pluma, es decir, marimachos, camioneras, chicazos. Piensa: ¿cuando hablaba de violencia entre lesbianas, cómo era la lesbiana a la que te imaginabas maltratando a su pareja? Lo mismo con la corresponsabilidad: si te imaginas a una lesbiana femenina y a una masculina (no siempre tiene por qué haber ese dualismo) conviviendo en pareja, ¿a quién te imaginas limpiando más, a quién te imaginas reduciendo jornada para criar?
Un sondeo sin rigor pero con miga
Así que a falta de investigaciones académicas, para escribir este artículo he hecho un pequeño estudio de andar por casa, por dos vías distintas. Por un lado, he lanzado la siguiente pregunta en Instagram: “Pregunta para bollos y bi: ¿somos corresponsables, por lo general?” Reproduzco las respuestas recibidas.
La otra vía ha sido preguntar directamente a las pikaras que conviven con pareja mujer y a amigas lesbianas. En general, todas me han hablado de experiencias corresponsables y, cuando no hay tal reparto igual, no lo han atribuido al sexismo sino a diferencias en el aprendizaje sobre los cuidados.
Por ejemplo, Andrea me cuenta que durante muchos años le pareció liberador no hacerse cargo de los cuidados y volcarse en el trabajo fuera de casa, lo cual llevó a sobrecargar a sus parejas. Ahora que ha tomado conciencia de ello, afirma que hace más cosas en casa que su pareja pero que sigue sin darse cuenta cuando falta algo (el trabajo mental de cuidados, que decían en Instagram).
Mar comenta un choque que tiene que ver con la clase social: cuando una se ha criado con trabajadora del hogar y la otra en una familia de mujeres que han trabajado limpiado casas, aparecerá la discusión sobre si externalizar la limpieza. Sofía cuenta que en su familia valoraban mucho la comida casera, mientras que su pareja se crió comiendo congelados; eso hace que hoy en día sea Sofía también la que más cocina. En cambio, Gema es más ordenada. Varias también hablan de un reparto por preferencias: a Ro no le gusta cocinar, así que a cambio limpia más. “Creo que por lo general las tías tenemos más claro que las cosas no se hacen solas”, afirma.
Otro motivo de desigualdad en la implicación en el hogar puede ser la situación laboral: Mar comenta que cuando una no está trabajando fuera de casa, puede caer sobre ella el estereotipo del ama de casa, con la consiguiente desvalorización.
La experiencia de Carmen y Carola (las únicas madres a las que he preguntado) refleja lo recogido en las conclusiones del estudio noruego. Cuando tuvieron a su hijo, pensaban implicarse de forma igualitaria, pero toparon con que inevitablemente, los primeros meses la madre gestante asumía una dedicación más intensiva, debido a la lactancia y la desigualdad en los permisos de maternidad. Pero, para revertirlo, cuando el niño cumplió dos años, Carola decidió solicitar una reducción de jornada, lo que permitió a Carmen volver a volcarse en su trabajo y en la escritura.
Norma y Clara llevan 30 años juntas, en los que han tenido tiempo para probar pactos dispares, en función de su situación económica y laboral. Cuando una tenía menos trabajo fuera de casa, asumía más las tareas domésticas, y a cambio, la otra aportaba más dinero a la caja común. Cuando han tenido que cuidar a sus padres y madres ancianos, también se han apoyado mutuamente, tanto a nivel emocional como logístico. Por ejemplo, cuando Clara cuidaba a su madre, Norma se encargaba más de las tareas domésticas. “Eso no lo hubiera hecho un hombre”, opina Norma, quien convivió antes con un compañero sentimental y ve muy claro el contraste: él, trabajador precario de un movimiento social y con un discurso profeminista, cobraba menos que ella y, aún así, ella asumía más trabajo en el hogar, una fuente de malestar que intervino en su ruptura.
La falta de rigor de mi estudio de andar por casa tiene que ver con muchos sesgos: todas las mujeres con las que he hablado tienen trabajo remunerado y cualificado, la mayoría son autóctonas y payas-blancas, y todas tienen conciencia feminista.
De hecho, para que la conclusión apabullante de este sondeo no nos lleve a la complacencia, termino con un comentario crítico de Mar: “Aunque asumamos el reparto de las tareas de cuidados, seguimos percibiéndolos como algo molesto que interrumpe nuestra vida en vez de integrarlo como algo que forma parte de nuestra vida”.
Nota: Me da mucha curiosidad qué ocurre en parejas de hombres gais. ¿Alguien recoge ese guante?
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Siempre que se acerca el 26 de abril, Día de la Visibilidad Lésbica, recuerdo la llamada que recibí hace unos años de una periodista, que quería aprovechar esa fecha señalada para escribir un reportaje sobre las discriminaciones que sufrimos. Pensé entonces que al pensamiento heterosexual le resulta más fácil hablar de las penalizaciones que sufrimos las disidentes sexuales y de género que de las alternativas de vida que encarnamos. El lesbianismo como opresión añadida en vez de como gozosa forma de emancipación antipatriarcal.
También resulta muy atractiva la idea de que reproducimos roles sexistas, que sirve para negar lo subversivo de nuestra existencia. Recordemos cómo Ciudadanos usó la realidad de la violencia intragénero para cuestionar que la Ley Integral de Violencia de Género se ciña a la violencia específica y sistémica cometida por hombres a mujeres en nuestra sociedad patriarcal.