Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Por qué necesitamos periodistas racializades en los medios
â Te he mandado al whatsapp un link de un artículo que he escrito.
â ¿A que salen personas negras?
â Sí.
â Salvo en en el programa, sólo entrevistas a personas negras, ¿te das cuenta?
â Claro. ¿Y tú a cuántas personas no blancas has entrevistado en tu vida?
Esta conversación es real, aunque las palabras fueran otras, con un compañero de profesión. Un periodista que, como yo, trabaja en la tele y a quien le sorprende que yo decida poner el foco en historias de mujeres negras, pero no que él jamás haya incluido en sus reportajes a alguien que lo fuera. Ni él, ni muches. Miren la pantalla y me cuentan.
En mi día a día como reportera hablo de gastronomía, tradiciones o productos de la tierra en el Estado español. En su momento, fueron los viajes por el mundo, las denuncias o lo que tildan como “social”. Me informo e informo acerca de temas que poco o nada tienen que ver con la raza o el racismo, de hecho, como ya expliqué en un texto para Pikara Magazine, me da rabia que únicamente me pregunten sobre eso. Ahora bien, cuando acaba mi horario de oficina hago lo que quiero y entrevistar a mujeres negras no es un capricho sino una responsabilidad, porque si no cuándo, si no dónde, si no cómo, si no quién y si no qué.
El cuándo será poco o nunca y solo si ha pasado algo malo o si la actualidad lo convierte, por un cataclismo mediático, en tendencia. El dónde, salvo las muy conocidas, Beyoncé y Rihanna incluidas, será en secciones o publicaciones específicas que conforman los guetos negros de la comunicación y que llevan tiempo desgañitándose para lograr transformar la imagen de África y su diáspora con éxito relativo. El cómo, sin duda, irá ligado al quién y, en general, será una persona blanca cuya labor tenderá a oscilar entre los topicazos caducos que ratifican el prejuicio que sale de casa y vuelve a ella sin tocar y las excepciones marcianizantes que tratan con buena intención y algo de paternalismo lo que desde hace mucho tiempo es usual, como si fuera algo insólito, invalidando, de este modo, el objetivo apriorístico del reportaje que, entiendo, pasaba por visibilizar realidades positivas, por “normalizar”.
Falta el qué, el objeto del texto. Cuando tu mundo es 100% blanco, hay temas que jamás se te pasaron por la cabeza, vidas que murieron al nacer y voces que fueron alumbradas casi mudas y a las que jamás darás un micrófono por todo lo anterior, aunque sus opiniones, saberes y experiencias pudieran ser de interés general. No es a malas, es así: los medios piensan y viven en blanco y, de vez en cuando, se acuerdan y nos dan un hueco que, no lo olvidemos, no tendrían por qué cedernos dado que ya era nuestro, aunque no nos hayan permitido utilizarlo.
¿Significa eso que las personas no racializadas no pueden entrevistar a gente que lo sea? Por supuesto que no. Es más, hay excelentes ejemplos de trabajos que pueden servir para acabar con prejuicios pertinaces en forma y tiempo. Lo idóneo, de hecho, sería que se hicieran muchos más, así, quizá, habría más práctica, oficio y no sólo buena intención. Sin embargo y aun reconociendo que los periodistas, como seres curiosos, podemos y sabemos contar vidas, una siempre se apaña mejor con aquello que conoce bien. De entrada, el acceso a las fuentes puede ser más sencillo debido a que tenemos claro dónde buscar y a que, incluso, nos conocemos o casi, puesto que se establecen relaciones de confianza por los intermediarios que nos facilitan los contactos. Llamemos a esto hermandad, familia o comunidad.
Por otro lado, trabajamos sin miedo a preguntar. Sucede que estamos acostumbrades a que quienes nos entrevistan quieran saber siempre lo mismo, a que haya un listado de cuestiones habituales, de ahí que cuando quien entrevista es una persona racializada, sea consciente, huya y construya, mano a mano, con la entrevistada. Así las cosas, transformamos interrogatorios en conversaciones y asentimos, en vez de exclamar porque al haber estado en los mismos sitios (da igual que disten kilómetros), comprobamos que hay cosas que no hace falta explicar ni perderse en los detalles que remueven, las sabemos porque las vivimos y las llevamos puestas. No hay asombro ni escándalo ni extrañamiento, hay justicia y representación. Es como partir del jueves y no desde el lunes todo el rato.
Cabe añadir que una persona racializada periodista tiene claro que, teniendo en cuenta las escasas oportunidades que tenemos de salir en medios, cada una de las palabras que digamos serán miradas con lupa y con la hipersensibilidad y fragilidad del que nunca ha asumido ni entendido la posición que ocupa en la sociedad y los privilegios que lleva bajo el brazo. A sabiendas de eso, nos cuidamos o, al menos lo intentamos, para que a la exposición no le suceda un calvario. No obstante, no siempre sale bien, entonces toca abrazarse, aunque sea en la distancia y recordarnos que no sólo lo lamentamos sino que también lo sentimos.
No quiero continuar siendo una rareza en la profesión. Tenemos que ser más porque a corta distancia vemos más lejos, en algunos casos, conocemos otras culturas y lenguas que adquirimos sin esfuerzo en nuestras casas de extrarradio (figurado y literal) o que leímos en los libros de las baldas olvidadas, que nos enseñaron que hay más como nosotres.
Es importante que las redacciones se repiensen y abandonen el rotundo blanco, el tintero rebosa de temas y enfoques nuevos que aguantaron el ostracismo pero que siempre existieron.
Hermanes periodistas racializades, os estamos esperando.
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â ¿A que salen personas negras?