Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Si tienes UN amigo gay, es mentira
La respuesta ya la conocemos. Alguien a quien se acusa de homofobia desmiente la afirmación con la cantinela: “No es así, tengo un amigo gay”. Bueno, pues no es verdad. No que sea gay, que probablemente, lo que es mentira es que es tu amigo. Porque es casi imposible que tengas solo UN amigo gay.
La cuota del amigo gay solo se cumple en las series y películas. Las ficciones que pretenden vender la diversidad como compartimentos estancos, abanicos de opciones, como un catálogo: una persona racializada, un gay, una pija, el machito, la guapa, la empollona. Un rollito en plan Spice Girls, como si ser una persona negra fuera lo mismo que amar el deporte, un rasgo de la personalidad. Como si no hubiera mujeres deportistas, activas sexualmente y racializadas.
La realidad no es así. Si tu colega es bollera y si de verdad es tu amiga, si haces vida con ella y compartes espacios, te habrá presentado a más bolleras. Amantes, exnovias, amigas, compañeras de militancia, conocidas de fiestas y proyectos. Si la amistad se extiende en el tiempo es probable que, entonces, tengas más amigas bolleras. A no ser que seas lesbófoba y te quieras acercar lo justo. Si presentas a una amiga como “mi amiga la lesbiana”, pues también es raro, raro. Primero, porque es bastante ridículo presentar a alguien con esa etiqueta, como si fuera un trofeíto, un matiz más que viene a enriquecer mi lista de amistades variadas. Segundo, porque lo dicho, si es la única... revisa cuánto atiendes a esa amiga.
Vamos, que si tienes UN amigo gay o UNA amiga lesbiana, probablemente no es tu amiga, es una conocida. Una persona con la que te tomas unas cañas de vez en cuando después del trabajo porque curráis en el mismo sitio, una amiga de la infancia con la que mantienes un contacto hetero dando a me gusta a sus fotos de redes; alguien que está en ese chat del instituto con esa gente con la que ya no compartes nada más que la idea de que compartisteis juegos en el recreo.
El problema de representar la diversidad como compartimentos estancos establecidos por cuotas no es solo que sea una representación bastante pobre, es que hay quien se cree que la movida va de eso y hasta teoriza sobre el tema. Presentar la orientación sexual o la raza como rasgos distintivos de la personalidad o del estilo de vida permite elucubrar que las reivindicaciones de quienes son gays o lesbianas, por ejemplo, son una forma de darle brilli brilli a la lucha auténtica, la obrera.
Si asumimos que las disidencias son un tema de cuotas para fingir inclusividad, podemos decir que todo es una trampa en la que nos “venden” identidades diversas como un cúmulo de propuestas, de productos consumibles. Una trampa para vendernos cosas, para dividirnos haciéndonos creer que tenemos más en común con un gay rico que con un hetero obrero.
Para quienes tienen una identidad disidente u oprimida, esa idea es una falacia porque igual que se unen con más gays, se unen con personas obreras. Porque se puede trabajar en un taller de chapa, ser lesbiana, sindicalista y montañera. Así que no, mis amigas bolleras y marikas no son gente alienada y confundida en su identidad que vive en compartimentos estancos.
Y solo creyéndonos la ficción de que la diversidad es una cuestión de cuotas se entiende que haya quien niegue su homofobia basándose en ese conocido gay con el que no comparte más que conversaciones de ascensor de vez en cuando.
La respuesta ya la conocemos. Alguien a quien se acusa de homofobia desmiente la afirmación con la cantinela: “No es así, tengo un amigo gay”. Bueno, pues no es verdad. No que sea gay, que probablemente, lo que es mentira es que es tu amigo. Porque es casi imposible que tengas solo UN amigo gay.
La cuota del amigo gay solo se cumple en las series y películas. Las ficciones que pretenden vender la diversidad como compartimentos estancos, abanicos de opciones, como un catálogo: una persona racializada, un gay, una pija, el machito, la guapa, la empollona. Un rollito en plan Spice Girls, como si ser una persona negra fuera lo mismo que amar el deporte, un rasgo de la personalidad. Como si no hubiera mujeres deportistas, activas sexualmente y racializadas.