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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Ciudadanos, en el alambre y Albert Rivera echa de menos a sus “sherpas” en la prensa

Manuel Valls junto a Albert Rivera en el acto de Ciutadans

José Precedo

Sucedió el fin de semana anterior a las elecciones generales. Las encuestas internas de Ciudadanos en campaña apuntaban a un desplome del PP en beneficio de Vox, las gráficas de Ciudadanos y los populares estaban a punto de cruzarse –la azul para abajo y la naranja hacia arriba– y Albert Rivera vio una posibilidad real de sorpasso al Partido Popular. Todos los parámetros del sondeo pintaban al PP en caída libre y sin suelo: los datos empeoraban con cada declaración de Pablo Casado y su núcleo duro. Siempre pendiente de la demoscopia, el candidato de Ciudadanos y sus asesores decidieron que había llegado el momento. Se trataba de una semana clave: tenían por delante dos debates televisados y el plan fue jugárselo todo a una carta para liderar el bloque de las derechas. Si los tres partidos sumaban –como ya había sucedido en diciembre en Andalucía–, Rivera tendría una opción de llegar a La Moncloa.

Primero en Televisión Española y al día siguiente en Atresmedia, el candidato de Ciudadanos reservó –en medio de sus furibundos ataques a Pedro Sánchez con fotos enmarcadas incluidas de sus encuentros con el presidente de la Generalitat, Quim Torra– varios dardos para Casado. “El milagro económico del PP está en la cárcel”, dijo el primer día al candidato popular, que no se esperaba el dardo y lo más que pudo fue responder: “Ni sus votantes ni los míos entienden sus acusaciones. Usted no es mi adversario”.

Al día siguiente, desde el plató de Atresmedia, Rivera volvió a tener mensajes para su rival en la derecha a propósito de asuntos donde los programas de PP y Ciudadanos divergen como el aborto o la eutanasia: “Estamos en 2019 y entiendo que a un partido como el PP conservador le cueste avanzar. Creo que hay que ser valientes en los asuntos morales”. Esa noche, Rivera sí se llevó unos cuantos arañazos de Casado, quien le recordó que Ciudadanos no ha gobernado en ningún sitio, pero a la mañana siguiente el líder del partido naranja reservaba otra sorpresa en Madrid: el fichaje del que había sido presidente de la Comunidad con el PP. Ángel Garrido saltaba de un barco a otro anunciando que ahora el centro se llama Ciudadanos.

Pese a la estrategia diseñada por la fontanería de Ciudadanos, la madrugada del 28A el partido se quedó a 220.000 votos y 9 escaños de los populares. Casado había cosechado el peor resultado de sus casi tres décadas de historia y quedaba muy tocado. Rivera corrió a autoproclamarse líder de la oposición, a pesar de no tener ni los votos ni los diputados para ello.

Casi dos meses después de aquella noche en la que compareció triunfante, el dirigente catalán vive sus peores horas al frente de la organización. Por el medio se han celebrado unas autonómicas, donde Ciudadanos obtuvo un discreto resultado y no logró ganar en ninguna de las autonomías en liza ni tampoco en las capitales de provincia. El ansiado sorpasso se quedó en los manuales de estrategia.

La política de alianzas desde entonces ha causado estupor en el ala más centrista de Ciudadanos, si bien ha sido coherente con el último bandazo de Rivera, el que llevó a su partido a construir gobiernos con Vox desde la experiencia andaluza mientras hacía firmar a su ejecutiva acuerdos para imponer cordones sanitarios a Pedro Sánchez por sus supuestas connivencias con el independentismo y a dirigentes socialistas tan poco sospechosos de radicalidad como el candidato a la Comunidad de Madrid, Ángel Gabilondo.

A pesar de que algunos dirigentes internos y un buen número de analistas dieron por hecho la jornada del 26 de mayo que Ciudadanos se encontraba en una posición perfecta para ejercer de bisagra y pactar a derecha o izquierda en función de las necesidades de regeneración en los territorios, el partido de Rivera volvió a alinearse con las derechas en todos los lugares donde pudo hacerlo. Donde sus dirigentes locales promovieron excepciones –Granada y Melilla fueron dos de ellas para combatir la corrupción que acució al PP en ambos feudos–, el partido amagó con expedientes. Madrid, Murcia... incluso en Castilla y León está allanado el pacto con el PP, una alianza que negocian desde Madrid las direcciones nacionales de ambos partidos y que se le ha presentado al líder regional de Ciudadanos, Francisco Igea, como hechos consumados. De momento, ya tiene a uno de sus rivales internos, Luis Fuentes Rodríguez, como presidente de Las Cortes de Castilla y León.

Igea, que ganó unas primarias al fichaje estrella de Rivera, Silvia Clemente, caída tras evidenciarse un pucherazo con más votos que inscritos en las primarias, intenta resistirse sobre el terreno sin mucho éxito, consciente de que su mensaje de regeneración no casa bien con dar un mandato más en Castilla y León al partido que lleva gobernando la comunidad desde hace 32 años con un amplio historial de corrupción que resumen bien los sumarios Perla Negra, Trama Eólica y Operación Enredadera. El candidato de la lista más votada –otro de los principios del partido que ha abandonado la dirección tras los últimos comicios–, el socialista Luis Tudanca, espera una rectificación de última hora que no tiene pinta de producirse.

Rivera había dejado pistas hace tiempo de que había decidido jugar en la derecha. En febrero de 2017, mientras la socialdemocracia europea perdía votos en todas partes por la izquierda, el líder decidió cambiar los estatutos del partido para sacudirse ese ideario y abrazar el “liberalismo” pero con apellido “progresista”.

Si algunos de sus dirigentes entendieron regular los movimientos en Madrid, donde entregó el Ayuntamiento a Martínez-Almeida a cambio de una vicealcaldía para Begoña Villacís, y ahora se dispone a hacer presidenta de la Comunidad a Isabel Díaz Ayuso otra vez gracias a un pacto múltiple en el que Vox es imprescindible, lo sucedido en Barcelona directamente abrió una vía de agua en el partido.

Instalada en la estrategia frentista contra el independentismo, la dirección de Ciudadanos estaba decidida a dejar la alcaldía de Barcelona al candidato de ERC, Ernest Maragall, quien ya había advertido que su plan pasaba por convertir la ciudad en “la capital de la república”. Pero en esas apareció el político francés Manuel Valls, absolutamente distanciado de Rivera por sus devaneos con la extrema derecha prácticamente desde el minuto después de que este lo hubiera presentado como un rutilante fichaje, para ofrecer sus votos gratis a Ada Colau e impedir así que la alcaldía cayese del lado independentista.

El grupo municipal de la plataforma que lideraba Valls se estrenó el 15 de junio en el consistorio partido en dos durante la misma sesión de investidura: los tres votos de Valls y sus dos ediles sirvieron para dar un segundo mandato a Colau, que ya se había garantizado el apoyo del PSC.

Esa decisión y las constantes intervenciones críticas de Valls desde la foto de Colón –el dirigente acudió de mala gana a la manifestación madrileña pero evitó subir al escenario junto a Vox– llevaron a Rivera a improvisar la ruptura con el ex primer ministro francés. En la maniobra, que fue teledirigida, se chamuscó una de las dirigentes más aplaudidas en el partido, Inés Arrimadas. La misma portavoz que había dicho el domingo en El Objetivo a Ana Pastor que Valls y Ciudadanos tenían cuatro años de trabajo por delante, compareció el lunes ante los medios para anunciar que los concejales de Ciudadanos actuarían al margen del político francés.

Arrimadas lanzó el mensaje después de una reunión de la dirección en la que no estuvo presente Rivera y donde tampoco –en contra de lo que es habitual– se permitió tomar imágenes a los medios de comunicación. El departamento de prensa de Ciudadanos alegó “razones de agenda” para que su líder no estuviese presente en una de las citas más trascendentes de las últimas semanas, con toda la negociación de pactos en marcha y el fiasco de la operación Valls sobre la mesa. Oficialmente, Rivera estuvo conectado de forma “telemática”. Pero la cara de la gestión de la crisis fue Arrimadas, probablemente una de las pocas dirigentes que había tejido una cierta complicidad con el ex primer ministro galo, al que había acompañado en varios actos cuando él y Rivera ya no se hablaban.

El líder de Ciudadanos guardó silencio y solo reapareció el jueves en Bruselas para acudir a la reunión del grupo de liberales europeos Renew Europe (antes ALDE). Allí compareció por primera vez ante los medios en toda la semana y recibió la inevitable pregunta sobre los pactos de Gobierno de Ciudadanos, PP y Vox. Rivera respondió exactamente esto: “Con el Elíseo hablamos directamente. Macron apoya nuestros pactos. Nos han felicitado incluso, tanto en Andalucía como por los acuerdos que estamos consiguiendo”.

No solo negó el malestar que vienen haciendo patentes algunos de sus socios europeos por las alianzas en Gobiernos con Vox, sino que reveló que Macron en persona le había felicitado por esos pactos.

Portavoces del Gobierno francés salieron rápidamente a desmentirlo: el gabinete de Macron –quien ha levantado todos los muros posibles ante al Frente Nacional de Marie Le Pen– no felicita a nadie por los pactos con la extrema derecha de Vox.

El gabinete de Ciudadanos trató de ayudar a su líder alegando que fue el partido de Macron y no el Gobierno el que había aplaudido los resultados de Ciudadanos pero ya era tarde: Rivera no solo no había dicho la verdad sino que había involucrado en su justificación de las alianzas con Vox nada menos que al jefe de Estado francés, que lo había negado todo.

Fue el broche a una semana funesta para Ciudadanos, seguramente la peor de los últimos años. Fundadores del partido como Francesc de Carreras o Arcadi Espada han sido durísmos con la gestión de Rivera. El primero le llamó “adolescente caprichoso” en un artículo en El País, donde reivindicaba facilitar la investidura de Sánchez; Espada desde El Mundo animó directamente a Valls a disputar el liderazgo de Ciudadanos, partido en el que no milita, tras criticar que si por Rivera fuese, en Barcelona habría un alcalde independentista. Locutores con gran predicamento en la derecha como Federico Jiménez Losantos también han cargado contra Rivera al que animan a abstenerse en la votación para que Sánchez no dependa de los independentistas, algo que el comunicador también ha pedido a Pablo Casado.

Fuentes del partido admiten que importantes sectores que rodean al partido tratan de presionar para que Rivera se abstenga en la investidura de Sánchez y evitar de paso un gobierno de coalición con Podemos. Rivera ha decidido aguantar en sus posiciones.

Su guardia pretoriana enmarca las durísimas críticas recibidas en medios de comunicación que estos años le habían sido afines a una operación para que Ciudadanos se abstenga, mientras él sigue con su plan para ejercer de líder de la oposición.

Lo cierto es que el abandono de las complicidades que algunos sectores mediáticos habían tejido con Ciudadanos venía de atrás. Ya durante la irrupción de Vox en plena precampaña de las autonómicas y municipales, antes de saber que Sánchez convocaría elecciones, el líder de Ciudadanos convocó a su equipo de confianza para anunciarles que se habían quedado sin padrinos en los medios de comunicación. “Tengo dos noticias que daros”, dijo a un grupo de dirigentes, según uno de los presentes en aquella reunión: “La buena es que estamos muy cerca de subir este 8.000, la mala es que nos hemos quedado sin sherpas”.

Aunque parezca el Paleolítico, apenas ha pasado un año de aquellas encuestas que daban a Ciudadanos como primer partido en intención de voto y colocaban a Rivera camino de La Moncloa. Al líder de Ciudadanos le han abandonado por el camino algunos de sus más fieles aliados, mientras su discurso de regeneración choca con el plan para apuntalar al PP en regiones como Madrid, Murcia o Castilla y León.

El primer dirigente relevante que ha anunciado que deja el partido por su volantazo a la derecha es su portavoz económico, Toni Roldán, que ha confirmado este lunes el runrún que corría dentro de la organización. Horas después, los eurodiputados Luis Garicano y Javier Nart han pedido una votación en la dirección para “revisar la estrategia del partido en relación con la investidura y abrir una vía de negociación con Sánchez”, según ha informado el partido: el resultado ha sido 24 votos a favor de seguir la estrategia; cuatro, en contra; y tres abstenciones. Tras la votación, Nart también ha abandonado la dirección.

Aparte del malestar que generan entre los liberales europeos los tripartitos con Vox, en el partido han empezado a surgir esas voces internas que temen estar resucitando al PP en el peor momento de su historia.

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