En el espacio entre vagones, junto a la puerta del servicio, que no cierra bien, rodeado de siete personas, el diputado cacereño del PSOE César Ramos, portavoz de la comisión de Transportes del Congreso, trata de aguantar el tipo. “César, yo creo que en la vida estamos para mejorar las cosas”, le dice por la izquierda Leonor Fernández, de Navalmoral de la Mata. “[Lo vuestro son] disculpas y empecinamientos, nos machacáis”, acusa por la derecha Montse Zorraquino, otra vecina. El resto asiente, murmura. El parlamentario contemporiza, sonríe, es posible que sude un poco, pero no cede: “El proyecto es el que es y se va a ejecutar”.
La escena sucede cuando falta poco más de una hora para llegar a Madrid, en un tren en el que más de un centenar de extremeños han ido subiéndose desde las 7:25 horas –en Badajoz, Mérida, Cáceres, Monfragüe y Nalvamoral, última estación antes de llegar a Castilla-La Mancha– para protestar por la vasta batería de agravios que el ferrocarril regional acumula tras décadas de promesas incumplidas para la modernización de las comunicaciones, que las últimas mejoras parciales no han solucionado.
El socialista Ramos aguanta el chaparrón, insiste en que el trayecto ha recortado los tiempos y defiende que el PSOE rescató la línea de la parálisis de los gobiernos del PP, pero admite que con la inauguración del llamado nuevo tren el pasado 18 de julio, el Gobierno “quizás” se pudo equivocar. En aquel acto, el tren realizó el trayecto entre Plasencia y Badajoz, cuando la línea, precisamente, no pasa por Plasencia. Las sucesivas averías y retrasos del recorrido, en el que sigue habiendo tramos de una sola vía y sin electrificar, han acabado de enardecer a los usuarios. El mismo miércoles, uno de los convoyes acumuló hora y media de demora sobre las cuatro y media previstas.
En Navalmoral hay una oposición muy potente al proyecto de la nueva línea, que supondrá levantar un muro que agudizará el corte del ferrocarril en la localidad, de 17.000 habitantes. Los vecinos hablan de “segregación”, de una hipoteca urbana para dos siglos y proponen el soterramiento. El PSOE dice que el coste se dispararía, que hay impedimentos técnicos. Hay informes de expertos cruzados que defienden una cosa y la contraria. “La solución es política”, dice José María González Mazón, portavoz de la Plataforma Cívica No al Muro, que cree que en este tema da igual PSOE o PP, que la única solución es la movilización y la protesta.
'Los santos inocentes' del siglo XXI
Entre la treintena de colectivos que secundan la protesta ferroviaria, agrupados en la plataforma ‘Extremadura por un tren que vertebre el territorio y enfríe el planeta’, están también los nostálgicos del tren de la Ruta de la Plata y la perdida conexión con Salamanca. “Si viviese en Asturias, donde hay trenes de pueblo, podría ser autónomo”, dice Gregorio Cabrera, de 60 años, 30 de ellos en Jaraíz de la Vera. “Para ir a Plasencia [a 35 kilómetros] siempre dependo de alguien”, lamenta el hombre, que es invidente y comparte la sensación de injusticia: “En Extremadura quedamos como en la película de Los santos inocentes. Antes se llevaban los productos del campo; ahora la energía. No hay voluntad política”.
También el discurso del joven emprendedor en busca de la fortuna se tambalea en la región, donde ser veinteañero y autónomo se hace cuesta arriba. Solange Jarquín, de 27 años, portavoz de la plataforma convocante y de la asociación Red Autónomos, dice que los discursos por la reducción de emisiones y contra la despoblación no encajan con el estado del transporte público. Como las frecuencias son escasas, explica, “puedes coger el tren para ir a trabajar, pero no sabes si lo podrás coger para volver”.
El 8 de septiembre es el día de Extremadura y en el tren abundan los colores regionales: el verde, el blanco y el negro. Aunque los manifestantes llevan a la charanga Sintonía de Navalmoral para amenizar el trayecto, los revisores piden tranquilidad para no molestar a los viajeros ajenos a las reivindicaciones, y el pandero permanece mudo. Acompaña discretamente al pasaje la presidenta del PP extremeño, María Guardiola, que viaja “a título individual”. Lleva puesta una camiseta con una imagen de un episodio de la serie de dibujos animados Los Simpson en el que una inversión en un proyecto de monorraíl urbano acaba en estafa. Dice que se sumó a la iniciativa porque Extremadura es su tierra y que, si el año que viene cambia el gobierno, ella seguirá apoyando las reclamaciones de los vecinos. “Seguro que sí”, afirma.
Más integrada con la comitiva, yendo y viniendo de un vagón a otro, está la portavoz de Unidas por Extremadura, Irene de Miguel, que apoya la marcha de forma oficial. Considera que la inauguración exprés de la línea fue una “humillación lacerante”, y las deficiencias que sigue arrastrando la línea no compensan las mejoras, opina. Faltan “precios asequibles, frecuencias útiles” y electrificar de una vez las vías para despedirse del gasoil. “No podemos ser tierra de sacrificios”, insiste. Hay entre los pasajeros quien especula sobre la eclosión de un sentimiento extremeño fuerte a raíz de lo ocurrido, pero otros son escépticos: “¿Una bandera de Extremadura en Plasencia? Yo no me lo creo”, bromea uno.
Desfile de diputados sonrientes al lado del Congreso
El convoy llega a Atocha. Hoy sí es puntual. De la estación al Congreso hay 20 minutos a pie, pero la policía detiene la marcha porque los visitantes avisaron de la concentración, pero no de una manifestación. Finalmente, los dejan marchar. Avanzan deprisa, “más que el tren”, hacen ver algunos, y al llegar se encuentran con que el acceso al edificio está cortado 50 metros antes. Al rato aparecen algunos diputados, principalmente de Ciudadanos, incluida su líder, Inés Arrimadas, con palabras de apoyo.
El alcalde de Madrid pasa fugazmente por el lugar. La presentadora Isabel Gemio y el periodista Daniel Domínguez leen el manifiesto, que señala los paralelismos de la marcha con las protestas de 1979 contra la frustrada central nuclear de Valdecaballeros, muy contestada en su día. José Francisco Gamonal, de 67 años, que ha venido, aunque no es usuario habitual del tren, porque entiende que es de justicia, resumía un cierto sentir, menos pasional, al comienzo del viaje: “Tanta avería es lamentable. Somos el hazmerreír de España”. Cree que el tren deseado, el que los extremeños necesitan, tardará en llegar. Se resigna: “Mis nietos lo conocerán”.