Al mediodía del 20 de septiembre de 1977, hace 46 años, cuatro sujetos de la extrema derecha dieron al portero del número 77 de la calle Tallers de Barcelona un maletín para entregar al director de la revista de humor El Papus, cuyas dependencias ocupaban, con otras publicaciones del grupo editor de La Vanguardia, el grupo Godó, la primera planta del edificio.
Cuando el conserje Juan Peñalver Sandoval fue a entregárselo a la telefonista del semanario, Rosa Lorés, estalló su carga mortífera –de dos a cuatro kilos del explosivo T4, de uso militar y policial restringido–, matándolo en el acto y arrojando por la ventana, junto con su silla, a la recepcionista, que aún no sabía que estaba embarazada de su segunda hija y que tuvo la suerte de caer en el tendal del restaurante que había en los bajos y ahí rebotar sobre el capó de un Seat 600, con graves heridas pero con vida. Arriba, entre los cascotes, otros 17 heridos, varios de consideración.
A esa hora estaban reunidos los consejos de redacción de los semanarios de humor El Papus, Revista Satírica y Neurasténica y Barrabás. Ambas habían nacido a la sombra del llamado ‘aperturismo’ tardofranquista, el del ‘espíritu del 12 de febrero’, que, para que todo siguiera igual, se inventó el último presidente del Gobierno de la dictadura y primero de la monarquía sucesoria, Carlos Arias Navarro (‘Carnicerito de Málaga’, lo caracterizó en Diario 16 aquel genio periodístico que fue Cuco Cerecedo); la deportiva, en 1972 y la humorística, un año después.
Fueron creaciones del agitador cultural de la prensa de la transición José Ilario, un joven diseñador de revistas en Editorial Bruguera, para quien la legendaria editorial barcelonesa de tebeos y novelas populares era insuficiente para sus inquietudes de editor y las muchas ideas que le bullían en la cabeza. Desempeñó un extenso y fecundo protagonismo en el sector de las revistas de la prensa de la época –con Antonio Asensio sembró los cimientos del Grupo Zeta con la creación de numerosas revistas, Interviú y Qué, entre ellas– y fue pionero en introducir en España fórmulas de revistas extranjeras de éxito.
Venía de editar con Xavier Miserachs y desde 1970 una revista, Bocaccio, con el título mítico del local nocturno de Oriol Regàs en el que se reunía la contestataria gauche divine barcelonesa. Este mensual fue el primer ensayo de trasplantar la fórmula Playboy a una España que comenzaba a desperezarse. Posteriormente, Ilario encabezaría la edición española del Playboy de Hugh Hefner y su andadura empresarial pasó por la venta mayoritaria de Bocaccio a Javier Godó, hijo del conde de Godó, con quien constituyó Elf Editores para sacar Barrabás, El Papus y otros títulos de corte similar.
Ilario se apoyó en dos jóvenes humoristas que escribían y dibujaban historietas de deportes y actualidad para la semanario Vida Deportiva y para los rotativos Diario de Barcelona y Mundo Diario: Ivá (Ramón Tosas) y Òscar Nebreda, que compartían un bagaje común, el de las publicaciones francesas Hara Kiri y Charlie Hebdo, de tendencia ácrata y feísmo gráfico, hasta el punto de copiar sus secciones, y utilizaban, además, un lenguaje propio muy original, lleno de modismos populares, con mezcla de castellano y catalán y expresiones crudas y directas, al servicio de un humor corrosivo y sin concesiones.
El Papus tuvo un éxito inmediato y de los iniciales 115.000 ejemplares de tirada pasó a 400.000 en 1976. Una revista “cutre y salsichera”, como la califica acertadamente uno de sus creadores, Òscar (y como dicen en catalán a la salchicha: salsitxa), impresa en papel mediocre en los talleres de La Vanguardia, en blanco y negro salvo un pliego de ocho páginas en color para la portada y las páginas centrales, que se aprovechaban para meter unas gotas de la “ola de erotismo que nos anega”, como se decía en aquellos años. A su crecimiento contribuyeron firmas como las de Maruja Torres y Manuel Vázquez Montalbán, así como las de dibujantes reconocidos y jóvenes de la siempre exuberante escuela catalana, y pasar de los temas más o menos costumbristas –consumo, contaminación, juventud...– a criticar ácidamente todos los estamentos del poder, de la clase política a la empresarial, de la Iglesia a la policía, y sus vicios, la corrupción, la avaricia, el puritanismo, la represión...
Y al 'búnker franquista', los del “que te vote Txapote” de la época, que sumó su violencia a la institucional: Óscar Nebreda, por ejemplo, tuvo que afrontar 66 juicios, tres de ellos en libertad provisional, y hubo de vivir cuatro meses fuera de su casa, acosado y amenazado por las bandas fascistas. Y la revista, numerosos expedientes y multas, un secuestro y dos suspensiones de cuatro meses, impuestas por un ministerio de Información en su papel de juez de la horca impune. Y en ese rol, en octubre de 1976, el ministro Andrés Reguera comunicó que “la Dirección General de Régimen Jurídico de la Prensa, dependiente del Ministerio de Información y Turismo, ha enviado a las revistas El Papus [y otras, ”todas ellas editadas en Barcelona“], los pliegos de cargos por los que se procede a la incoación de un expediente de cancelación en el Registro de Empresas Periodísticas, por haber traspasado dichas publicaciones el objeto que pretendían en el momento de su aparición”. Con la coartada del leve erotismo que se incluía –en ningún caso tan explícito como en Interviú, por ejemplo–, se pretendía callar la voz posiblemente más crítica, y popular, de una democracia a la que se oponían y retrasaban quienes conservaban los resortes del poder de la dictadura. No lo consiguieron.
A tiro limpio contra la Prensa
La bomba contra El Papus y el asesinato de su conserje era una cuenta más en el rosario de atentados contra la Prensa de las bandas terroristas de los dos extremos: ETA, Comandos Autónomos Anticapitalistas, Grapo, FRAP, Terra Lliure..., por la extrema izquierda y un interminable rosario de siglas ultraderechistas: Antiterrorismo ETA (ATE), Batallón Vasco Español (BVE), Alianza Apostólica Anticomunista (Triple A), Juventud Española en Pie, Acción Nacional Española (ANE), Guerrilleros de Cristo Rey, Grupos Armados Españoles (GAE)..., hasta cerca de un centenar. Y sus ‘hazañas’: desde la paliza ultraderechista a José Antonio Martínez Soler, director del semanario Doblón; el paquete bomba a Cambio 16 remitido por los Grapo o los fascistas; el incendio del semanario vasco Berriak, obra del Comando Benito Mussolini; las bombas contra las instalaciones de Diario 16, esta vez reivindicada por los Grapo; la enviada por la Triple A y el Joven Batallón de Navarra contra la revista Punto y Hora de Euskalherría; el asesinato por ETA de José María Portell, director de la Hoja del Lunes de Bilbao y redactor-jefe del diario La Gaceta del Norte; otra bomba de la Tripe A contra El País, que asesinó al conserje Andrés Fraguas, y la colocada por el Batallón Vasco Español en las instalaciones del diario abertzale Egin; el asalto de un comando etarra a Radio San Sebastián para pedir el “no” en el referéndum sobre la Constitución; los tiroteos a Fernando González Dorner, redactor de El Socialista en Madrid, de autoría desconocida, y los de ETA al director del Diario de Navarra, José Javier Uranga Santesteban, en Pamplona y a Gerardo Huezo Fernández, de La Gaceta del Norte, en Bilbao, y, en fin, las bombas etarras en la delegación de la Agencia Efe de San Sebastián y el bombardeo –cuatro cargas de goma-2 lanzadas desde un monte– contra la sede del Diario de Navarra...
Todo ello ocurrió en el periodo considerado como estrictamente de transición, de 1975 a 1982, que acumuló un total de 737 víctimas mortales de todas las profesiones, 484 a manos de las bandas terroristas –de 33 a 65, según las fuentes, perpetradas por las ultraderechistas– y 253 achacables a la violencia política institucional. Una transición no exactamente pacífica...
La que nos ocupa, la bomba asesina contra El Papus, fue uno de los crímenes, entre muchos, que quedaron prácticamente impunes. Reivindicado por la Triple A –en una desvergonzada llamada a Mundo Diario: “Hace un año ya avisamos al director de esta publicación, a raíz de unos artículos que dejaban al fascismo por los suelos (...) Nosotros actuamos igual que ETA, con la diferencia de que nosotros avisamos con las suficiente antelación”.
Al final fueron detenidos trece individuos de la banda Juventud Española en Pie, entre ellos los fundadores, Miguel Gómez Benet –con alias tan edificantes como General Gómez, El Padrino, El Metralleta y El Negro– y su segundo, José Bosch Tapies, ambos dirigentes leridanos de la Guardia de Franco y relacionados con los aparatos del antiguo régimen aún en el poder. A Benet, nunca se le probaron las acusaciones de dar apoyo a las tramas negras internacionales, contrabando de armas, participación en atentados y ser dirigente de la Triple A con su congénere Alberto Rayuela –factótum del fascismo barcelonés, que se presentaba en la redacción de El Papus, con un siniestro “Vengo desarmao”–. Tampoco en esta ocasión.
La instrucción del caso fue la previsible en aquellos años: la policía desoyó el mandamiento judicial de registro del domicilio de Rayuela, donde se habría celebrado la reunión en la que se decidió volar la revista, y el sumario fue trasladado a la Audiencia Nacional por tratarse de un delito terrorista, pero el juez instructor, Alfredo Vázquez, archivó las acusaciones de terrorismo y asesinato y limitó los cargos a la tenencia de armas y explosivos. Nada extraño: durante muchos años, la administración consideró el asesinato de Peñalver y las lesiones de Lores y los demás trabajadores de El Papus meros accidentes laborales... Denunciado y procesado Vázquez por prevaricación, el Tribunal Supremo lo exculpó, a pesar de aplicarle medidas disciplinarias y ordenar la reapertura del sumario con los cargos originales. Finalmente, la Audiencia Nacional dejó impune el asesinato de Peñalver y los intentos de asesinato de las otras 18 víctimas, “por falta de pruebas” al no haber determinado quiénes entregaron el maletín-bomba, y condenó a Bosch a 13 años por terrorismo y tenencia de armas, a Ángel Blanco Férriz a tres años de prisión menor por tenencia de armas y a otros tres sicarios a penas inferiores a dos años.
Entre los beneficiados por la 'pedrea' judicial se encontraba un secuaz de segunda fila, Francisco Abadal Esponera, condenado a seis meses de arresto mayor por tenencia de armas. A Abadal se le había incautado “un revólver calibre 32, marca Smith-Wesson, dos cartuchos para el mismo, siete cartuchos de dinamita, dos cartuchos de plástico T-4 [el mismo explosivo utilizado en la voladura de El Papus], tres detonadores y diez metros de mecha lenta”, según la nota de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona.
Y si subrayo su nombre es porque fue el lazo que 'embelleció' esta desgraciada historia, al proporcionar a la Generalitat el óleo de Ramón Casas titulado Ramon Casas i Pere Romeu en un automóvil, cuya discutida propiedad fue ignorada por el patronato del Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), donde hoy se exhibe; hicieron oídos sordos, especialmente sus capitostes, el exministro de Defensa del PSOE Narcís Serra y Miquel Roca, 'padre' de la Constitución y primer portavoz parlamentario de Convergència i Unió en el Congreso de los Diputados.
Pero se está haciendo tarde y largo. Se lo cuento la próxima semana.