Este diario me mandó a cubrir el acto de campaña de Ciudadanos en Zaragoza. Así de repente diréis que bien poco me quieren, y yo también lo pensé, pero tengo que decir que ha sido una experiencia enriquecedora. No siempre está una rodeada de 1.200 personas radicalmente opuestas a su forma de pensar.
El acto empieza con Elena Martínez, candidata a la alcaldía. Lo primero que deja claro es que es esposa y madre. Ajá. El resto de su discurso lo lee todo de un dossier que tiene en el atril: no despega los ojos de sus propias palabras y, de vez en cuando, alza los brazos para intentar darle énfasis y es fácil pensar que le han subrayado en amarillo las frases que tiene que acompañar de gestos porque no casa mucho con el tono monocorde de su voz. La gente se mira entre ella un poco incómoda pero le aplaude cada vez que se traba para darle un poquito de cancha.
Cuando acaba su discurso, le sigue la candidata a la presidencia de la Comunidad de Aragón, Susana Gaspar. Mucho mejor ponente, lee menos y sonríe más. La gente empieza a asentir, “esto ya es otra cosa”, parecen decir. Realmente el discurso es el mismo: “No somos el balón de oxígeno de 'esos partidos que...', somos el balón de oxígeno de los ciudadanos”, “no nos gusta el enchufismo ni el amiguismo” (me pregunto si hay algún partido que diga alguna vez que sí, que sí le gusta enchufar a gente, porque no entiendo el remarcar tanto esto, como si fuera algo loable o único) y el siempre de moda “somos el cambio”. De hecho, el escenario lo ocupa unas letras gigantes que dicen eso mismo: “EL CAMBIO”.
Y cuando esta segunda candidata acaba, se ilumina el salón de actos y una música entre inspiracional y de peli de acción suena a toda castaña. La gente empieza a aplaudir muy fuerte y aparece, por la puerta más alejada del escenario, Albert Rivera rodeado de los voluntarios de campaña que le hacen un pasillo mientras le aplauden. Él hace el paseíllo hasta el escenario saludando y sonríendo. La gente enloquece y le grita el socorrido “¡Guapo!¡Guapo!”. Yo sólo atino a pensar que me tiene bloqueada en Twitter y que tan guapo ya no lo puedo ver.
Albert se sube en el escenario y la música para. En la pantalla grande todos podemos ver su sempiterno look. Me doy cuenta de que es exacto al de la mayoría de los hombres presentes en el público: camisa impoluta y planchadísima, pelo perfecto y afeitado a conciencia y reloj carísimo. Todos lucen marcas y tienen el mismo aspecto, excepto ellas, muy pocas (poquísimas mujeres en el mitin) que, a pesar de que iban también muy bien peinadas, eligieron falda y camisa. Pienso en ese momento que no veía tanto dinero junto en ropa desde la megacelebración en Génova con la victoria del PP, pero me digo que no me dejaré llevar por prejuicios.
Lo cierto es que Albert Rivera habla bien, no titubea ni se confunde en ningún momento. Se notan las tablas aunque él apele al “somos nuevos, pero no novatos”. Lo más llamativo del discurso de Rivera es que, mientras las candidatas anteriores hacían referencia a que no han irrumpido en el panorama político para ser el balón de oxígeno de los mismos partidos de siempre, él va y dice que sí, que habrá que ver en cada comunidad y municipio, que qué tontería es ésa de tirar el voto de un montón de ciudadanos que confían en ellos, que lo que van a hacer es pactar para apretarle las tuercas a los otros partidos (sí, “los otros partidos”, lo mismo el PSOE que el PP, que lo que caiga), porque eso es “hacer política”.
Curiosamente, aunque el punto más aplaudido de las ponencias de las candidatas fue el de que no iban a ir pactando a diestro y siniestro, Rivera se lleva la misma ovación por decir justo lo contrario. Me rasco la cabeza. ¿Soy yo o 1.200 personas están aplaudiendo de forma aleatoria? Debo de ser yo, claro.
Pero la verdadera ovación, lo que de verdad hace que la gente casi se levante de sus butacas es cuando Rivera dice: “Hay gente que quiere levantar fronteras entre Cataluña y Aragón, pero no les vamos a dejar”. Yo no me espero el subidón que eso iba a provocar y me encojo un poco en mi asiento. Yo, que la única vez que había sentido ganas de aplaudir había sido cuando Rivera apeló a quitar el tasazo universitario y dijo “que estudie quien quiera y hasta cuando quiera, que no lo tenga que dejar dependiendo de en qué familia nazca”.
Pero, claro, ahí me dejaron sola, los allí presentes no son el target de ese mensaje y lo acompaña un breve silencio. Si yo fuera asesora de Rivera le diría que acabara cada párrafo con “y no dejaremos que levanten fronteras”: “Quitaremos el tasazo universitario... y no dejaremos que levanten fronteras”, “seremos el balón de oxígeno de los ciudadanos... y además no dejaremos que levanten fronteras”. Y así.
Rivera apela a lo largo de todo su discurso a “el cambio sensato” y “el cambio responsable”. Se refiere a EEUU e Israel como dos de los “mejores países del mundo”, de los que hay que aprender y aplicar ideas. Repite un par de “cambio sensato”. Habla de la unión de España y de compatriotas. Usa un “somos el cambio tranquilo”. Parafrasea a Adolfo Suarez y también dice que Aznar había hecho cosas buenas y malas, como todos los presidentes, que había tenido “luces y sombras”, como Felipe. “Somos el cambio sensato”. Dice que este sistema tiene cosas que hay que cambiar pero que hay muchas cosas que funcionan genial y hay que dejarlas... ¿cuáles? Eso ya no lo dice. “Somos el cambio responsable”. Y añade que, en su momento, la frase de Keneddy “no te preguntes qué puede hacer el país por ti sino qué puedes hacer tú por tu país” había creado controversia pero que ahora sí es el momento de rescatarla... EL CAMBIO.
La idea con la que me quedo es que Ciudadanos es un partido que tiene que existir y, como demócrata apaleada que soy, me alegro de que así sea. Me quedo también con una frase que usó Rivera refiriéndose a Podemos sin nombrarlo (nombró a PSOE y a PP varias veces pero ninguna a Podemos): “Nosotros no somos como esos partidos que han cambiado ya su programa veinte veces; nosotros el que tenemos, lo mantenemos”. Me gustó porque es cierta, pocas veces puedo criticarle un análisis sobre Podemos a Albert Rivera, por mucho que me moleste que así sea.
También creo que como votante de izquierdas, un partido como Ciudadanos es imprescindible para que le haga una buena oposición al Gobierno que yo quiero. Admito muchas cosas sobre Ciudadanos y me alegro de que esté pero, por favor, que no nos lo vendan como un cambio. No es el cambio de nada, es una pieza nueva para este sistema corrupto y corruptible. “No es un cambio, es un recambio”, y ahí tengo que darle la razón a Pablo Iglesias. Ni Ciudadanos es de centro, ni quiere el cambio. Al único cambio que aspira es al de un partido por otro al timón del Gobierno.