Los cambios en el Gobierno y el PSOE obligan a reorganizar el sistema de coordinación con Unidas Podemos
Las relaciones entre el PSOE y Podemos (luego Unidas Podemos) han pasado por momentos muy malos. Pero también buenos, tras la moción de censura de 2018 que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa apoyándose en la misma mayoría que existía en el Congreso desde 2016 y que los socialistas rechazaron utilizar. La constatación de que el entendimiento era la única alternativa a eternizarse en la oposición, una realidad refrendada dos veces en las urnas en 2019, obligó a intentarlo. Con altibajos, la cohabitación ha sido en general bastante buena, cimentada también en relaciones personales de confianza y una aritmética sin alternativa.
Ahora que el Gobierno intenta redirigir su actuación a la recuperación tras la pandemia, con un ojo pendiente de la evolución de la quinta ola, la coalición debe también redefinir su sistema de coordinación debido a las salidas y cambios de rol de quienes lo han protagonizado en los últimos años, sobre todo tras la crisis de hace un par de semanas.
Antes, el primero en salir del Ejecutivo fue Pablo Iglesias, uno de los principales defensores de compartir Gobierno con el PSOE. Su determinación por formar parte del Ejecutivo le generó no pocos problemas, tanto de relación con otras partes del espacio político como de imagen. Tras ser nombrado vicepresidente segundo fraguó una buena relación personal con Sánchez, según dijeron ambos en muchas ocasiones, y también con el que ha sido el spin doctor del secretario general socialista hasta el pasado 10 de julio, Iván Redondo. Una buena sintonía que Iglesias no ocultaba, en contraste con los roces que existían dentro del Gabinete.
Su salida tuvo un gran impacto político, y alivió a no pocos miembros socialistas del Gobierno, que no dudaban en mostrar su hartazgo con algunas de las posiciones de Iglesias, aunque muchas estuvieran refrendadas por el acuerdo de gobierno sellado por el ex secretario general de Podemos y Pedro Sánchez. La principal queja de la parte socialista era la constante filtración de las discrepancias internas como mecanismo de presión. La contraparte argumentaba que era la única manera de que se cumpliera lo mínimo: el acuerdo de gobierno. Desde la salida de Iglesias esa estrategia ha cambiado sustancialmente, sin desaparecer. El relevo de Yolanda Díaz, con una cultura política diferente, estudiante aventajada de la concertación sindical, y de formas mucho menos rudas, fue sencillo.
Aquella minicrisis fue quirúrgica, aunque con la posterior dimisión total se convirtió en traumática para Podemos y Unidas Podemos; se hicieron los relevos justos y las conexiones entre las partes se mantuvieron casi intactas. El jefe de Gabinete de Iglesias, el ex JEMAD Julio Rodríguez, se fue con el mismo sigilo con el que había llegado.
El contacto con Iván Redondo siguió en manos del director de Estrategia de Iglesias, Juan Manuel del Olmo, uno de los principales colaboradores del fundador de Podemos ya desde 2015. Eso sí, ya no desde la Vicepresidencia de Yolanda Díaz, quien prefirió no tenerlo en su equipo y seguir los consejos de quienes le animaron a armar uno propio y autónomo, sino desde el Ministerio de Derechos Sociales que había asumido Ione Belarra. Un cambio poco perceptible desde fuera, y no muy relevante dentro de la coalición a efectos prácticos, pero que sí reflejaba las diferencias internas en Unidas Podemos, con un nuevo estilo aún por asentar y una transición que todavía no ha terminado de fraguar. Y que se suma al relevo generacional impulsado en Podemos tras la dimisión de Iglesias.
Salidas de Ábalos, Calvo y Lastra
Pero la gran crisis de Gobierno que Sánchez acometió hace dos semanas es la que verdaderamente ha dado un vuelco a la coalición con la salida de los pesos pesados del PSOE, José Luis Ábalos y Carmen Calvo. El primero tenía sintonía con el socio minoritario, a pesar de los meses de batalla por la ley de vivienda. La segunda era el principal escudo del presidente ante las exigencias de Unidas Podemos, aunque perdió batallas importantes como la de la autodeterminación de género. Su papel lo jugará ahora Bolaños, que asumirá la coordinación, aunque sin rango de vicepresidente.
La relación de Unidas Podemos con el que hasta ahora ha sido la mano derecha de Sánchez en la sombra es buena, mucho mejor que con la exvicepresidenta. Bolaños fue quien negoció con Belarra la letra pequeña del acuerdo programático que Sánchez e Iglesias rubricaron en diciembre de 2019. Fuentes del grupo confederal aseguran que no solo no habrá problemas con el relevo, sino que previsiblemente la relación fluirá mejor.
A lo que sí obliga la salida de Calvo es a reformular la comisión de seguimiento del acuerdo, al menos en el papel, dado que ha sido un organismo con muy poca importancia que apenas se ha reunido en un par de ocasiones. Las normas que la coalición estipuló en el comienzo de su andadura establecían que esa comisión estaría integrada por dos miembros de Presidencia del Gobierno, dos de la vicepresidencia primera, dos de la vicepresidencia segunda, uno de la Secretaría de Estado de Comunicación, y los correspondientes portavoces parlamentarios. Eso cambia ahora radicalmente, al menos por la parte socialista.
Fuentes de Ferraz aseguran que eso será algo que se abordará ya en el mes de septiembre. Hasta ahora, ese organismo estaba integrado por Redondo y Bolaños como representantes de Presidencia del Gobierno y se supone que ahora el papel quedaría en manos de Óscar López y Fran Martín, que releva al ministro como secretario general de Presidencia. La vicepresidenta primera es ahora Nadia Calviño, pero sin competencias en materia de coordinación ni políticas por lo que lo razonable es que esos dos representantes sean a partir de ahora del Ministerio de Presidencia y Relaciones con las Cortes (el propio Bolaños y, por ejemplo, Rafael Simancas, que es ya el secretario de Estado de Relaciones con las Cortes).
En el día a día sí tiene ya efectos en la coordinación. La salida de Iván Redondo el pasado 10 de julio supuso anticipar el final de la labor de Del Olmo como correa de transmisión con el ex director de Gabinete de Sánchez. Y acelerar el salto a primera línea de quien ha asumido ese rol en la Vicepresidencia de Yolanda Díaz, Josep Vendrell.
Vendrell tendrá que entenderse a partir de ahora con el nuevo hombre fuerte de Sánchez en Moncloa, Óscar López, y con Bolaños, encargado de la coordinación de la coalición como presidente de la Comisión de Secretarios y Subsecretarios, que es la antesala de los temas que pasan por el Consejo de Ministros. El ministro ha realizado ya una serie de llamadas a los grupos parlamentarios, aunque sin casi contenido. No será hasta después del verano cuando comiencen los trabajos de verdad.
El exdiputado de En Comú Podem, quien fraguó una buena relación con Díaz durante su estancia en el Congreso, tomó posesión el pasado mes de abril. Ha tenido un papel silencioso desde entonces, haciéndose con los mandos del ministerio, primero, y de la coordinación del espacio político, después. Hasta el pasado miércoles, cuando participó en la reunión del grupo parlamentario de Unidas Podemos, con un discurso en abierto breve, pero inédito hasta ahora en alguien de su posición, un cargo no electo.
Su contraparte será Óscar López, nuevo director de Gabinete de Sánchez, que regresa a la primera línea tras tres años como presidente de Paradores. La relación con Podemos es radicalmente distinta a cuando él formaba parte del núcleo duro de Sánchez en el periodo 2014-2016. Entonces llegó a ser secretario de Organización del partido. El socialista tiene mucha más experiencia política que su antecesor, que se centraba más en la parte comunicativa que en la gestión.
Otra incógnita que se abre ahora y que afectará en buena medida también a la relación entre socios es la designación de la nueva portavoz parlamentaria socialista (con casi total seguridad será una mujer, aunque no está decidido) en sustitución de Adriana Lastra, que se dedicará de pleno al partido, una maquinaria que Sánchez necesita engrasada para el ciclo electoral de 2023.
Lastra tiene un perfil político muy marcado y un importante peso dentro del partido, como número dos y mujer de la máxima confianza del presidente, que será difícil de encontrar en su relevo dentro del grupo parlamentario para un puesto que requiere negociación constante para sacar adelante las iniciativas de un Gobierno en minoría con tan solo 155 escaños. Simancas, que se encargaba en buena medida de esa negociación, también sale, aunque seguirá en la práctica desde su nuevo puesto en Moncloa.
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