¿Qué es el centro político? ¿Quiénes orbitan en él? ¿Las elecciones se deciden en ese espacio? ¿Por qué todos los líderes aspiran a conquistarlo? En la batalla electoral, se ha impuesto una concepción topográfica de la política que, a juicio de algunos expertos, no existe. Más bien es una entelequia. El consultor Ignacio Varela recuerda que no hay en el mundo un manual que hable del ideario del centrismo. Defiende que se trata de una actitud, que a menudo se confunde con la moderación, en la que se mueve un 30% del cuerpo electoral y que, en su inmensa mayoría, son potenciales abstencionistas.
Lo que existe en política, por tanto, no es el centro, sino la centralidad, y los líderes que la representan de verdad, sean progresistas o conservadores, no necesitan invocarla a cada momento porque están alineados a ella de forma natural. En España, Varela atribuye a la escala ideológica con la que hace años que la demoscopia emplaza a los encuestados a definirse ideológicamente entre el 1 y el 10, entre la izquierda y la derecha, la obsesión de líderes, periodistas y analistas por hacer de la pelea por el centro la madre de todas las batallas en cada periodo electoral. Y el 10N no va a ser en esto distinto. Hemos escuchado a Pablo Casado decir que el PP ha emprendido su enésimo viaje al centro; a Pedro Sánchez sostener que el PSOE es la estabilidad y el centro: a Rivera, erigirse en único garante del centro político del Parlamento y a Iñigo Errejón, que irrumpe en la escena para conquistar el centro. Llaman centro a lo que es la centralidad. Que estén en ella o la representen es otro asunto.
Si hoy se preguntara a los españoles si Felipe González ocupó en los años 80 una posición de centralidad, mayoritariamente dirían que sí y, sin embargo, no existe un solo discurso de la época en el que el expresidente teorizara sobre el centro como un espacio político. Aznar fue pura centralidad en sus primeros años de gobierno y, sin embargo, era inequívocamente de derechas. Se puede ocupar una posición central y ser progresista, pero también conservador.
En la escala ideológica del 5 se sitúa un 30 por ciento del electorado. Y 8 de cada 10 de ellos suelen contestar a la mayoría de las preguntas que se plantean en las encuestas con un no sabe/no contesta. Sistemáticamente se van a la opción intermedia porque se trata de una masa despolitizada que no se plantea la vida en términos ideológicos, que no sigue habitualmente la política, que no conoce en profundidad a los líderes de los partidos, que suele ir con la corriente y que se deja influir por los inputs que recibe en sus entornos.
Se definen como liberales, no porque sean defensores del liberalismo económico de Adam Smith, sino porque se consideran tolerantes y solo el 10% de ellos suele apostar por los partidos centrales. El resto, según los análisis postelectorales, suele acabar en la abstención.
Ganar en esa posición es importante porque significa que el partido hegemónico está en una posición de centralidad y porque, según recuerda el sociólogo Ignacio Urquizu –hoy alcalde socialista en Alcañiz–, históricamente en todas las elecciones generales quien ganaba en las encuestas en ese 30% del cuerpo electoral se garantizaba la victoria. El nuevo escenario político introdujo algunas excepciones: en 2015 y en 2016, cuando Ciudadanos arrebató ese espacio a populares y socialistas, que durante décadas se lo alternaron.
Hoy, según los datos del CIS, en ese 30% de electores el PSOE tiene una posición dominante, seguido de Ciudadanos. Esto significa que el electorado no ve al PP aún en posiciones demasiados centrales, a pesar de los esfuerzos de Pablo Casado por abandonar la hiperventilación y el histrionismo de sus primeros meses como presidente de los populares. Por contra, la recuperación electoral de los socialistas en los últimos meses tiene que ver con su posición hegemónica en esa franja, en la que un poco más de la mitad son mujeres y un 28% declara tener un nivel formativo medio-alto, estar entre los 40 y los 65 años y tener una situación laboral activa.
Urquizu explica que, en general, se trata de personas que transitan con facilidad de un partido a otro y que, por lo general, no cambian directamente del PSOE al PP o viceversa, sino que buscan partidos de transición. Y que, aunque en el momento actual es Pedro Sánchez el favorito de un 15% de quienes orbitan en ese espacio, ocho de cada diez desconfían de él.
Igual que Urquizu, Belén Barreiro, socióloga y presidenta de Myword, cree en la existencia de un centro político situado en el 5 en la escala ideológica que puede pensar en determinados momentos como la izquierda y en otros, como la derecha. Esta franja, junto a los “sin ideología”, que son gente sin anclajes políticos pero con un perfil sociológicamente más vulnerable, suman el 40% del electorado. Y en tiempos del bipartidismo, tanto unos como otros decantaban las victorias electorales. Con el multipartidismo ya no sucede que el partido preferido para los del 5 de la escala ideológica gane las elecciones. En resumen, su voto no influye en el resultado como antes pero sigue siendo importante para los partidos que concurren a las elecciones.
En su nueva estrategia de campaña, el presidente del Gobierno en funciones ha abandonado el discurso de cambio e izquierdas con el que ganó el 28A para erigirse en garante desde La Moncloa de una estabilidad que, en tiempos de convulsión política y económica, buscará esa mayoría moderada que pulula por la centralidad y que hoy Iván Redondo, el asesor de cabecera de Sánchez, llama “mayoría cautelosa”.
En Puntos de Reflexión. Manual del Progresista, el sociolingüista Lakoff, tan venerado por los socialistas en tiempos de Zapatero por su obra No pienses en un elefante, hablaba de las trampas en las que los progresistas llevaban décadas cayendo. Destacaba entre todas ellas la del centrista porque, en su opinión, en política es imposible que la mayoría de los asuntos puedan colocarse en una escala lineal y que los moderados estén siempre en el punto medio de las escalas.
“El centro ideológico o político no existe”, escribió rotundo quien sí defiende la existencia de los “biconceptuales” –personas que en algunos aspectos de la vida son conservadoras y en otros son progresistas– y recomienda para huir de la “trampa del centrista” no caer en la tentación de viajar al centro porque al acercarse a la derecha, “los progresistas refuerzan los valores de la derecha y renuncian a los suyos, además de alejarse de sus bases”.
Y lo explica también desde el convencimiento de que la gente no vota en función de programas electorales o propuestas concretas de los candidatos, sino basándose en “los valores, la capacidad de transmitir, la autenticidad y la confianza”. Las cuestiones simbólicas y emocionales suelen imponerse a las racionales.
Aun así, todos los aspirantes a la presidencia del Gobierno se han lanzado en esta nueva campaña a conquistar los votos de ese imaginario universo llamado centro político o ideológico que en España no se conoce desde la absorción de la UCD de Adolfo Suárez por el PP. Hoy, a juzgar por los datos, se puede decir que tiene mucho éxito en las encuestas pero no tanto en el resultado, una vez que se abren las urnas.