Jesús Posada quedará muy pronto inmortalizado en la galería de retratos que la Cámara Baja exhibe en la primera planta del antiguo edificio de la carrera de San Jerónimo. La Mesa del Congreso acaba de autorizar los trámites para que el expresidente de las Cortes, como sus antecesores, tenga también su propio cuadro, para el que se ha presupuestado un coste máximo de 66.000 euros.
La cifra no figura aún en el portal de la Transparencia de la web del Congreso. Pero se publicará en cuanto la contratación se materialice, según asegura un portavoz autorizado de la Cámara. Será la primera vez que se haga porque hasta ahora esos datos nunca se han dado a conocer oficialmente.
Por este motivo es muy difícil saber cuánto lleva gastado la institución parlamentaria en inmortalizar a sus expresidentes desde que en 1977 arrancó la legislatura constituyente. Durante más de tres décadas la opacidad en estas partidas -como en otras muchas otras- ha sido total.
Pese a ello, los gastos de los últimos retratos han terminado conociéndose, bien porque los han desvelado los homenajeados, o bien por la información facilitada de forma extraoficial por algún miembro de la Mesa.
Este órgano de gobierno deja que sean los propios expresidentes los que elijan al artista y el estilo de obra que prefieren. Posada se ha decantado por el retratista donostiarra Ricardo Sanz. El propio diputado del PP explicó a eldiario.es antes de tomar la decisión que dejaba esos detalles en manos de su mujer, que “es la que más empeñada está en que quede bien en el cuadro”.
El encargo de estos retratos llevan tiempo rodeados de controversia por el alto desembolso que supone a las arcas de las Cámaras. Tanto es así que Podemos, aunque asegura que comprende que es “una tradición”, va a plantear que a partir de ahora se rebaje sustancialmente el presupuesto destinado a estos menesteres, según han adelantado a eldiario.es fuentes de la formación morada. Una petición a la que podrían sumarse otros grupos, como el PSOE y Ciudadanos.
El debate del gasto de los cuadros no es nuevo
El asunto del gasto de los cuadros ya fue debatido en la Comisión de Cultura del Congreso en junio de 2013 a petición de la Izquierda Plural (IU-ICV-CHA), que pactó una proposición no de ley con el PSOE. En ella se instaba al Gobierno a implantar “otros métodos de elaboración” de los retratos oficiales que resultasen “menos onerosos para el Estado”, recomendando extender el uso de fotografías, como la que eligió en su momento el socialista Manuel Marín para la galería, que solo costó 24.780 euros. La iniciativa fue tumbada por el PP, que contaba entonces con mayoría.
La misma suerte corrió en 2008 la petición del PNV y del diputado de ICV, Joan Herrera, para que se quitaran de la pared los cuadros de los tres expresidente de la etapa franquista, Esteban de Bilbao, Antonio Iturmendi y Alejandro Rodríguez Valcárcel, en cumplimiento de la ley de Memoria Histórica. La idea fue desestimada durante la etapa de José Bono, por lo que permanecen en su sitio.
Precisamente, el debate en la Comisión de Cultura sobre la vieja costumbre de pagar altos precios por esos cuadros se suscitó a raíz de la polémica del precio del que se encargó para Bono, que en plena crisis económica eligió para ser inmortalizado al pintor madrileño Bernardo Pérez Torrens, con un coste de 82.600 euros.
Pérez Torrens fue también autor del retrato de Félix Pons, que presidió el Congreso tres legislaturas, entre 1986 y 1993. De aquella otra pintura acrílica aerografiada, realizada como la de Bono en blanco y negro, no se sabe su precio.
Tras el barullo organizado, el propio expresidente de Castilla La Mancha y exministro de Defensa decidió hacer un discreto acto de inauguración de su retrato, sin protocolo ni medios de comunicación. Curiosamente, el cuadro solo pudo contemplarse un día porque tuvo que ser descolgado al día siguiente, porque empezaban las obras de rehabilitación en la Cámara baja. Posteriormente regresó a su sitio.
La 'barata' fotografía de Marín
El caso dio mucho que hablar porque su antecesor en el cargo, el también socialista Manuel Marín, que presidió la VIII Legislatura, acababa de optar por una fotografía de Cristina García Rodero, que salió mucho más barata.
Bono, molesto, declaró entonces que “si Marín cree que debe enviarnos una fotografía en vez de un cuadro, como se ha hecho desde 1810, lo dejaré colocado en mi despacho para que la siguiente Mesa del Congreso decida qué hacen con ella”.
El día de su exposición en el Congreso, Marín ni siquiera estuvo presente y la foto apareció colgada en la galería un buen día de abril de 2014.
Por su parte, el retrato de Federico Trillo, presidente en la VI Legislatura, fue encargado a Cristóbal Toral. Según las estimaciones que se hicieron, la factura llegó a superar los 37.000 euros.
En la galeria de la primera planta también puede verse el retrato de la expresidenta del Congreso, Luisa Fernanda Rudi, que presidió la VII Legislatura, y fue además la primera mujer en ostentar ese cargo. Rudi eligió al pintor gaditano Hernán Cortés Moreno, uno de los artistas preferidos por muchos políticos y por la familia real.
La pintura acrílica fue presentada en un solemne acto celebrado en el Salón de Conferencias del Congreso, con discurso incluidos, y en presencia de los entonces miembros de la Mesa las dos Cámaras. El precio del cuadro, como el de algunos de sus otros antecesores, no fue desvelado por la Mesa del Congreso.
Junto a los ya citados, en el Congreso llevan mucho tiempo expuestos los cuadros de Fernando Álvarez de Miranda, que presidió las Cortes Constituyentes, obra de Álvaro Delgado; el de Landelino Lavilla, presidente de la I Legislatura, realizado por Ricardo Macarrón; o el de Gregorio Peces-Barba, que dirigió la II Legislatura, que pintó Rafael Canogar.
El próximo turno será para el socialista Patxi López, a pesar de que todavía no lo ha solicitado. Aunque su mandato como presidente de las Cortes no llegó ni a los seis meses, también tiene derecho a figurar entre ese elenco de personalidades inmortalizadas en delicados lienzos. Como lo tendrá en su día Ana Pastor, del PP, si la tradición para entonces no se rompe.