Todos somos soldados en la guerra del coronavirus con o sin estado de alarma

“We shall fight on the beaches, we shall fight on the landing grounds, we shall fight in the fields and in the streets, we shall fight in the hills...”. Es suficiente, gracias Winston.

Todos los presidentes y jefes de Gobierno ansían el momento de dar a sus ciudadanos un discurso dramático en el que intentan convertirse en símbolo de la nación para dar un mensaje de determinación y heroísmo. No es necesario que sea una guerra y que Churchill sea la inspiración. Puede ser en una campaña electoral o en caso de una catástrofe natural. La idea es la misma: alguien en el Estado debe demostrar que no se ahorrará en esfuerzos y además dejar claro que cada uno de los ciudadanos puede y debe hacer su aportación.

La crisis del coronavirus es uno de esos momentos, porque no es suficiente con que el Estado movilice sus cuantiosos recursos. La gente está obligada a cambiar su conducta, porque el objetivo es salvar la vida de las personas más vulnerables ante la enfermedad.

Pedro Sánchez asumió el viernes ese papel con una declaración desde Moncloa para anunciar que el Gobierno aprobará el sábado la declaración del estado de alarma. No dijo cómo se emplearán esos recursos excepcionales durante al menos 15 días. Todo quedó a expensas de lo que se apruebe mañana. Quedan otras 24 horas de espera. Mañana, mañana, mañana.

“Estamos en la primera fase del combate contra el coronavirus”, dijo Sánchez, lo que supone subestimar la situación actual. Al igual que pasó en Italia, la fase de contención del avance del virus no ha tenido éxito, porque era una ilusión pretenderlo. Un país democrático como Italia o España, una sociedad abierta acostumbrada a tomarse con ligereza los consejos de las autoridades, tiene la tendencia a tomar sus propias decisiones y a creer que muchos de los problemas que aquejan a la sociedad no afectan a todos.

Hay una frase significativa en este reportaje sobre la comunidad china en Madrid. “Nos molesta que la gente no se lo tome en serio”, dice un comerciante chino perplejo ante las reacciones de la gente. Ellos saben lo que pasó en su país y temen que si la situación empeora en España, les hagan responsables a ellos.

Sánchez dio el discurso que debería haber dado el jueves, quizá antes. Obviamente, existe el temor a las repercusiones económicas que va a tener esta crisis. La paralización del sector de servicios tendrá un impacto terrible en una economía que se mueve al calor del consumo. Pero no hay alternativa. “Nos esperan semanas duras”, dijo Sánchez y no exageró. Podemos llegar al final de la semana, es decir, en cuestión de días, a 10.000 contagiados, dijo. En otras palabras, a la situación en que estaba Italia hace muy poco tiempo. Ahora tienen más de 15.000 infectados, pero al menos la situación en los peores lugares parece estar mejorando.

Sánchez apeló a la responsabilidad de todos, empezando por aquellos que no están en riesgo, los jóvenes. Deben comportarse pensando en las personas más vulnerables y en los profesionales sanitarios que les atienden. “La victoria depende de cada uno de nosotros. El heroísmo consiste también en lavarse las manos y quedarse en casa”. Individualmente, no es un precio muy alto teniendo en cuenta lo que está en juego.

Italia es un ejemplo a varios niveles. Su Gobierno decretó el bloqueo del norte del país y a los pocos días lo extendió a toda la nación. Como se vio en su momento, la primera medida sólo hizo que muchas personas decidieran abandonar la zona cerrada. Dicho de otra manera, hay medidas que se pueden aplicar en un país como China, con un Gobierno dictatorial y un alto nivel de disciplina social en la población, pero que no son viables en Europa. De ahí, las reacciones de los políticos de Andalucía y Murcia al ver que está aumentando el número de personas –llamémosles turistas o simplemente personas asustadas– que han llegado a sus comunidades procedentes de Madrid.

No tiene sentido intentar proteger la temporada turística de la Semana Santa. Las medidas actuales deben servir para salvar la temporada de verano. Tampoco es lógico que el viernes estuvieran montando las gradas para los actos de Semana Santa en Sevilla. El Arzobispado de Valladolid ha suspendido las procesiones de esos días. No debería ser necesario esperar a lo que diga el Gobierno para tomar este tipo de decisiones (en la tarde del viernes la Conferencia Episcopal anunció que las procesiones quedan suspendidas hasta el fin de la pandemia).

“Este virus lo pararemos unidos”, dijo Sánchez en el final de su discurso. Unidos, pero separados por un metro de distancia. En la guerra del coronavirus, los soldados no pueden esperar a lo que ordenen los generales.

Nota: actualizado con la noticia de la suspensión de las procesiones.