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CRÓNICA
La sesión de control del miércoles permitió constatar un hecho que puede parecer llamativo a algunas personas, pero que en realidad no es nada sorprendente. El Partido Popular está más cerca de Felipe González y Juan Luis Cebrián que de Antonio Garamendi, presidente de la CEOE. Los empresarios montaron hace unos días un acto público sobre la reconstrucción económica que fue una demostración de fuerza y al mismo tiempo una petición de ayuda al Gobierno, porque las grandes empresas necesitan ahora mismo la ayuda multimillonaria del Estado. Cada día que pasa, la factura aumenta y se amplía en miles de millones.
Los empresarios no ocultan con sus mensajes que pretenden reducir la influencia de Unidas Podemos en el Gobierno de coalición con la reclamación de que no suban los impuestos y que se mantenga la reforma laboral de Rajoy. Son conscientes de que no pueden proponer una mayoría alternativa que no existe, pero al menos confían en que el PP y Ciudadanos ofrezcan algún incentivo para que el PSOE vaya en una dirección más moderada. En otras palabras, por donde le gustaría que fueran las cosas a la vicepresidenta Nadia Calviño.
El PP está en otra guerra. No puede sostener a un Gobierno, ni siquiera de forma indirecta, si su prioridad es aprovechar esta crisis para acabar con él. En eso coinciden González y Cebrián. El expresidente lo ha llamado “camarote de los hermanos Marx”. Para el ex consejero delegado de Prisa, es “un Gobierno de la señorita Pepis”. Cebrián se remonta en sus críticas a una época anterior a la existencia de Podemos, porque “el descalabro interno del partido comenzó con la obsesión de Rodríguez Zapatero por eliminar cualquier vestigio del llamado felipismo”. En definitiva, lo que quieren revertir es la evolución del PSOE de los últimos quince años, que es el periodo de tiempo en el que el PP ha convertido la crispación contra los socialistas en una forma de vida.
Estas palabras han coincidido casi exactamente con el relevo en la dirección de El País y el regreso al puesto de alguien de la plena confianza de González y Cebrián. En el escenario político, las fichas más importantes se mueven en el Gobierno y el Parlamento, pero cuando lo hacen en cierto sentido en los medios de comunicación no hay lugar para la sorpresa ni casi para el escándalo. A fin de cuentas, una empresa privada es propiedad de sus accionistas. Y no es una conspiración cuando se hace a plena luz del día.
Pablo Casado tiene sus momentos de debilidad. No le duran mucho. La presión de los empresarios y de los barones regionales del partido hace que de vez en cuando lance mensajes de distensión que caducan a las pocas horas. El martes, ordenó que su portavoz en el Senado ofreciera un pacto de Estado sobre sanidad al que Sánchez llamó “giro de 180 grados”. Al día siguiente, Casado lo dejó como mucho en 90. En la sesión de control, introdujo el concepto de una presunta “crisis constituyente” siguiendo la línea de los comentaristas más enfurecidos de la prensa de derechas, que sostienen que Sánchez planea en secreto una nueva Constitución, la República y la adopción de planes quinquenales.
“Los únicos antipatriotas que hay aquí son los socios que le hicieron presidente. No busque falsos culpables. El único responsable es usted”, dijo Casado leyendo un texto que traía preparado.
El líder del PP estaba contraprogramando a las informaciones de los últimos días que confirman que su partido se mueve en Bruselas para apoyar a los gobiernos conservadores del norte de Europa que pretenden atar en corto una vez más a los países del sur, esos que se pasan todo el día dándole a la siesta y la paella. Nada de ayudas a fondo perdido, sólo préstamos condicionados a que se pongan en marcha políticas conservadoras. Un regreso por fases a la era de la austeridad. El PP podría haber sido más inteligente y aplicar esa presión en privado con sus contactos en el Partido Popular Europeo. Como la ofensiva es a muerte, ni siquiera hay que disimular.
“Este dinero (de los fondos europeos) no es para derogar la reforma laboral y, por tanto, estas reformas no pueden servirse jamás de ese dinero de Europa. Ese dinero no puede servir jamás para derogar una reforma laboral como quiere el Gobierno de España”, ha dicho en Bruselas Dolors Montserrat, que no sale de casa sin recibir antes instrucciones directas de Casado. El alemán Manfred Weber, otro que no habla de España sin saber lo que necesita el PP, también lo destacó: “El PPE no está dispuesto a que se financien las falsas promesas de Podemos”.
El 89% de los españoles cree que hay que destinar más fondos públicos a la sanidad, según la última encuesta del CIS. La estrategia del PP de poner dificultades políticas a la llegada de fondos europeos va a ser complicada de vender en esta situación. Se podría decir que Casado se está pegando un tiro en el pie. Para que la frase sea correcta, deberíamos estar seguros de que Casado sabe dónde tiene el pie.
Negociar en Bruselas para perjudicar los intereses económicos de España –y de los empresarios, porque toda esa millonada que piden sin subir los impuestos sólo puede salir de allí– es como dejar la pelota botando en el área pequeña para que alguien la empuje, aunque sólo sea con la rodilla. Por alguna razón desconocida, Pedro Sánchez no quiso utilizarlo en sus réplicas. Pablo Iglesias vio el balón y fue corriendo para pegar un zapatazo: “Resulta que nos tenemos que enterar que ustedes están colaborando con sus amigos de la extrema derecha holandesa, austriaca y danesa (en realidad, es con la derecha de esos países) para que las autoridades traten de condicionar la ayuda a España para hacer recortes a los servicios públicos. ¿Sabe cómo se llama eso, señoría? Traición a España”.
El balón fue directo a la red, pero hay que decir que ese gol lo habría marcado hasta Julio Salinas en uno de sus días malos.
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