Las grandes cumbres de la Unión Europea, aquellas en que se toman decisiones cruciales, cuentan con un historial pavoroso. Pueden prolongarse durante horas o días. Es necesario armar consensos muy complicados entre 28 miembros. Las negociaciones se extienden hasta altas horas de la madrugada cuando las percepciones sensoriales y la propia capacidad de pensar se reducen hasta niveles que no puede compensar otra taza de café.
En este juego de las Grandes Ligas, los gobernantes españoles han tenido pocas oportunidades para lucirse, en especial por la falta de idiomas. José María Aznar tuvo su momento, según contó Tony Blair en sus memorias, aunque lo suyo no era precisamente negociar. En una de esas cumbres, se encerró en una sala y le dijo a Blair que no se iba a mover un centímetro hasta que le dieran lo que quería y le enseñó el puro que se iba a fumar en la espera.
No se fue con las manos vacías, pero este tipo de actitud no genera muchos socios para el futuro. En ocasiones, te permite hacer algunos amigos en ciertas situaciones y acabar poniendo los pies sobre una mesa, más que nada porque el jefe hace lo mismo.
Después de los problemas de Zapatero y Rajoy con los idiomas (“it's very difficult todo esto”, dijo el segundo en uno de los ejemplos más divertidos de small talk de la historia de la diplomacia), llegó Pedro Sánchez que sabe algo más que español, y de repente un presidente del Gobierno pasó a ser un actor relevante de estas reuniones bilaterales y mutilaterales que son los lugares donde se cocinan los acuerdos.
No vale solo con los idiomas. Ayuda el hecho de que nadie confía mucho en Italia y de que su primer ministro no es en realidad el político con más poder en su Gobierno, que franceses y alemanes necesitan aliados en una UE en la que no tienen la capacidad del pasado de imponer condiciones, y que Sánchez acaba de demostrar que los socialdemócratas pueden volver a ganar elecciones, una idea que parecía hace pocos años haber quedado reservada para los libros de historia.
Moncloa no es nada tacaña al enviar fotografías del líder máximo en compañía de tan altas autoridades. Mientras en España no hay Gobierno ni pinta de que haya mucha prisa para celebrar una sesión de investidura, Sánchez puede presumir de presidente en Bruselas sin que las palabras “en funciones” parezcan tener importancia. Y las imágenes tienen un gran valor en estas cumbres.
En la foto superior de este artículo, todo son sonrisas en el encuentro con el presidente francés, Emmanuel Macron, y el primer ministro portugués, António Costa. Sánchez y Costa juegan el papel de representantes de los socialdemócratas en el Parlamento Europeo.
Más fotos de otras reuniones con más protagonistas. Junto a Sánchez, Macron y Costa, aquí están el primer ministro belga, Charles Michel, y el holandés, Mark Rutte. Michel y Rutte están ahí porque son los que hablan en nombre de los liberales, que se preparan para unirse al Gobierno de gran coalición que hasta ahora compartían conservadores y socialdemócratas. Macron ya se ha quitado la chaqueta, señal de que está trabajando en serio. Sánchez, en el centro, porque es la sala adjudicada a la delegación española. En la imagen, es como si fuera él quien dirige la orquesta. Ambiente relajado. Esta es la gente que va a resolver el problema.
Sánchez ha aparecido también en fotos con el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y la canciller alemana, Angela Merkel. El álbum estaría casi completo con el título 'Así negocié el nombramiento de los nuevos altos cargos de la UE', el proceso que comenzó con las elecciones europeas, pero en el que en realidad quienes mandan son los gobiernos nacionales y que se presenta al Parlamento Europeo para que dé el visto bueno. Quienes llevan la iniciativa no son los elegidos en las elecciones de mayo, sino en otras que tuvieron lugar antes en cada país. Es una de las peculiaridades del sistema político europeo que gira en torno a Bruselas.
La negociación empezó con listas de candidatos bastante definidas para el cargo de presidente de la Comisión Europea y todos los demás, pero lógicamente están sujetas a cambios. Ahí es donde las cosas se ponen oscuras en estas reuniones maratonianas, incluidas las fotos. La noche cae sobre el edificio y las sonrisas se congelan.
Aquí ya nadie se ríe. Quizá sea el momento del bajón. Sánchez se ha desembarazado de la chaqueta. A ciertas horas, conviene ponerse cómodo. Se avecina una noche muy larga con un frente formado por otros gobiernos que no están por la labor de certificar el reparto que algunos creían tener amarrado antes.
A diferencia de muchas otras cumbres, esta vez ha fallado la mano mágica de Merkel. La canciller alemana había aceptado que el candidato socialdemócrata holandés Frans Timmermans fuera el presidente de la Comisión y que el conservador alemán Manfred Weber se conformara con la presidencia del Parlamento. El acuerdo venía preparado desde la cumbre del G20 en Japón. Cuando los dirigentes del Partido Popular Europeo se enteraron el domingo en Bruselas, respondieron que de ningún modo iban a permitirlo.
Esta es la sala de la delegación francesa, con una alfombra que es casi una afrenta a las aspiraciones estéticas de los representantes de ese país y que está a la altura del pesimismo sombrío que se han cernido sobre la cumbre. A las 12.15 de la mañana del lunes, la cumbre se suspende ante la falta de acuerdo y toca descansar. Se reanudará este martes a las once de la mañana.
“Hemos dado una imagen de Europa que no es seria”, dijo Macron, obviamente enfadado porque sus planes no habían prosperado. Como es habitual, Merkel dio la versión optimista: “Sé que es complicado, pero con buena voluntad todo es posible”.
La noche negociadora no ha sido muy productiva, pero sí lo bastante larga para que Sánchez necesite un afeitado. Podría haber sido un símbolo de victoria, pero es de lo contrario. Es lo que tienen las cumbres europeas más importantes. Permiten lucirte un montón, presumir de imagen de estadista y labrar contactos directos con los demás gobernantes de Europa. Eso sí, el álbum de la cumbre queda un tanto desenfocado cuando los resultados no están a la altura de las expectativas o pueden calificarse de fracaso evidente. Y eso ha ocurrido con frecuencia en Bruselas.
También se puede confiar en otro desenlace habitual en la capital comunitaria: en el último momento, cuando se cierne la catástrofe, a alguien se le ocurre una fórmula que sirva para que nadie quede totalmente derrotado y que se pueda vender como (sospechosa) victoria.
Pero más tarde o más temprano hay que volver a Madrid, donde tienes pendiente el pequeño detalle de conseguir la investidura con sólo 123 diputados. Para eso, no sirven mucho las fotos con Macron y sus colegas.