En un momento dado, la furia de la bancada de la derecha llegaba a tal nivel que sólo faltaba el lanzamiento de objetos al campo y Meritxell Batet alzó la voz para decir: “¿Podemos continuar la sesión parlamentaria y dejar la plaza del pueblo?”.
Alto ahí, señora presidenta del Congreso. Un respeto a las plazas del pueblo. Lo que ocurría en esos momentos era lo que se ve en muchos fines de semana en muchos bares a las tres de la madrugada cuando alguien se levanta y dice que no hay nadie más español que él y que partirá la cara a todo aquel que lo cuestione. Y entre un mar de servilletas de papel y cabezas de gambas en el suelo, reta a los demás a salir fuera a discutir el tema en términos absolutamente democráticos.
Pablo Casado decidió asumir ese rol en el que todos los demás son unos traidores a la patria, menos él y unos pocos más. Es un papel muy agradecido por sus partidarios más intensos, pero que muchos mirarán con rechazo o desconfianza, como se ha visto en las dos últimas elecciones. El líder del PP pensó que no tenía alternativa, como cuando se estrenó en el pleno como presidente de su partido y al poco tiempo leyó que algunos de sus diputados no estaban seguros de que tuviera la energía necesaria y se lanzó sin papeles contra sus enemigos.
Este sábado, no dudó y se manejó con la misma rabia:
“¡¡¡DEFENDEREMOS LA UNIDAD NACIONAL EN LAS ANTÍPODAS DE LO QUE USTED REPRESENTA!!!”.
Como diría un argentino en Twitter, denme mayúsculas más grandes. No las había de tamaño suficiente para Casado en este debate. Decidió retrasar el reloj, no unos minutos, sino unos cuantos años para regresar a 2004, cuando el Partido Popular, traumatizado por la derrota electoral que no esperaba, optó por recoger los pertrechos necesarios para lanzarse a la Sierra Maestra de la derecha e iniciar la insurrección contra un Gobierno al que tachaba de ilegítimo.
Con sus altibajos, la política española se encuentra situada en ese escenario desde entonces, sólo aliviado en los años en que estuvo Mariano Rajoy en el poder. En estos 15 años, cuando el PP se ha visto obligado a quedarse en la oposición, la crispación ha subido al límite en el barómetro con amenazas de borrascas y tormentas. Es como una ley de la termodinámica de la política española.
Tomás Guitarte, el diputado de Teruel Existe, dijo estar escandalizado por todos estos ataques, de los que él había recibido unos cuantos, también en forma de pintadas en su tierra. “Esta mañana, me he sentido avergonzado por los términos y la dureza que se emplea aquí”, dijo en el hemiciclo. En los pasillos, comentó perplejo: “Me han dicho que es lo que pasa y que hay que aguantar”. No le han engañado. La próxima vez, venga con casco y chaleco antibalas e intente no asomar mucho la cabeza en el escaño. Aquí tiran a dar y da igual que seas de Teruel. En unos meses, igual lo consideran agravante.
Todos a la cárcel
Casado comenzó sin perder la cabeza, pero no tardó mucho en elevar la apuesta. A los pocos minutos, amenazó a Sánchez con intentar meterle en la cárcel. Le ordenó que si Torra no acepta dimitir como president tras la decisión de la Junta Electoral Central, está obligado a imponer el artículo 155. Eso lo hemos oído antes, muchas veces. Ahora, el aviso llevaba una bola extra: “Pero si no lo hace, le recuerdo que podría estar incurriendo en la prevaricación por hacer resoluciones injustas por rédito electoral y partidista, y en ese caso le aseguro que actuaremos con usted con la misma firmeza que hemos hecho contra Torra”.
Cómo ha cambiado la Constitución. Ahora si no aplicas el 155, sin necesidad de haber aprobado una ley o decreto, podrías ser un prevaricador y por tanto un delincuente. Qué fácil está siendo acabar en una celda en este país.
A partir de ahí, Casado se internó en el mundo bizarro diciendo que igual había que “defender nuestras libertades” en el oratorio de San Felipe Neri. Allí se redactó la Constitución española de 1812, que fue ajusticiada por la fuerza de las armas por la monarquía absolutista española. En una retahíla de descalificaciones no siempre bien conectadas, se inspiró en Vargas Llosa para preguntarse “¿dónde se jodió el socialismo constitucional?”. Se refirió al “anticlericalismo guerracivilista” al oponerse a ciertas medidas relacionadas con la Iglesia, como la inmatriculación de bienes, olvidando que la Iglesia fue decisiva en la lucha por acabar con esa misma Constitución de 1812. Por antiespañola y atea, que es lo mismo que él dirige ahora a sus adversarios del siglo XXI.
“Hola, soy Pablo Casado”
A la vuelta, Sánchez le estaba esperando con datos que traía de casa. Había tenido que aguantar lo ya conocido por todos, cómo tuvo que girar en redondo en noviembre y aceptar el Gobierno de coalición con Podemos que había hecho todo lo posible por impedir desde abril. Esa es la historia que se acabó el día después de las elecciones del 10-N. Sánchez pasó eso por alto para enfundarse en otra hemeroteca, la de los resultados electorales.
Se burló con ganas de su rival por perder todas las elecciones recientes a las que ha concurrido el PP. Si Casado se presenta como el salvador de España, parece que los españoles no quieren ser salvados por él. Y de ahí al cachondeo al proponerle que dijera en el pleno: “Hola, soy Pablo Casado y he perdido cinco elecciones en un año”.
Sánchez repasó otra hemeroteca, la de las declaraciones, y recordó algo que los barones socialistas suelen olvidar. Los del PP machacan a Sánchez, igual que hacían lo mismo antes con Rodríguez Zapatero y hasta con Felipe González, al que ahora elogian tanto. “Era la podredumbre y no tenía otro destino que el basurero”, dijo Álvarez Cascos de González. En la comparación, llegarán a la conclusión de que están siendo demasiado blandos con Sánchez.
Casado se puso nervioso en la réplica y fue cuando defendió la “unidad nacional” a gritos. Volvió a cometer un error un poco cómico en una frase en la que ya tropezó hace unos meses al decir en plan modo experto: “Lecciones a mí en materia de corrupción, ni una”. Sánchez se rió y Casado, desde el escaño, con la cara crispada, haciendo el gesto del cero con una mano y levantando un dedo con la otra, le gritaba “Ni una”.
Así que no es extraño que acabara su última intervención diciendo: “¿Usted quién se cree que es?”. Al menos, no le dijo que salieran a la calle. Como en un bar.
Con este plan, no le quedaba mucho por añadir a Santiago Abascal, excepto ofrecer más materia prima a los programas de humor cuando sacó a relucir el tema del oro de Moscú. Cuánto tiempo sin propaganda franquista en la Carrera de San Jerónimo. No se la había echado de menos. Lo cierto es que Abascal sonó más tranquilo y reposado que Casado, y eso da que pensar. Puede acusar sin parecer crispado al Tribunal Supremo nada menos que de rendirse por no haber condenado por rebelión en el juicio del procés. Malas noticias para Casado.
Quien se estrenó como número uno fue Inés Arrimadas y el espectador que confiara en escuchar un mensaje diferente al de Albert Rivera no tuvo que esperar mucho tiempo para descartarlo. Si apagó la tele, se perdió un momento divertido cuando ella se refirió a los votos que había perdido el PSOE en la repetición electoral. Sánchez se tapó la cara para que no se le viera reírse tanto. Arrimadas se lo tomó con un poco de deportividad admitiendo que Ciudadanos había perdido muchos más, como si no lo supiera todo el mundo.
La hora del juego sucio llegó cuando Arrimadas reclamó el apoyo de desertores socialistas: “¿No hay ni un solo socialista valiente dispuesto a frenar a Sánchez” para hacer fracasar la investidura?, dijo. Dirigentes del PP insistieron en la misma idea de buscar a un traidor en las filas del PSOE y sin disimular nada. A la hora de escribir estas líneas, no consta que nadie haya ofrecido dinero a cambio de ese voto, aunque estas cosas se suelen hacer en secreto. Es decir, un tamayazo, por recordar el hito célebre de la política madrileña que lanzó la carrera presidencial de Esperanza Aguirre.
Love Story
Frente a esa violencia verbal y gestual, luego llegó en el pleno la historia de amor (suena la marcha nupcial). Pablo Iglesias dio unos estacazos a las derechas (“no vuelvan a la ideología totalitaria que les vio nacer”, dijo al PP), se puso la chaqueta institucional como si hubiera nacido con ella (“el Gobierno deberá defender la democracia con la ley, con la ley y con la ley”), y prometió máxima lealtad a Sánchez. Al volver al escaño, chocó la mano con él y le guiñó el ojo. Tras otra réplica, le dio un abrazo. Como deroguen la reforma laboral, le estampará un beso en la boca.
Sólo le faltó pronunciar la máxima de la película 'Love Story': “Amor significa no tener que decir nunca lo siento”. Sí, es algo cursi, pero lo mismo tienen que usarla en el Consejo de Ministros.
Pero por mucho amor y confianza que haya entre ambos y sus compañeros de partido, que lo hay ahora, tendrán que vigilar sus espaldas en un hemiciclo en el que un número importante de diputados sostiene que los otros son unos traidores a la patria. Ya hay tantos traidores en el imaginario de las derechas que resulta que son más que los no traidores, como mínimo en las urnas.
Ese es un lenguaje muy peligroso del que algunas democracias no han sobrevivido y otras han quedado en un estado penoso. Será la banda sonora de esta legislatura.