Mariano Rajoy y Pedro Sánchez han certificado en el Congreso el final del breve idilio que rubricaron en Moncloa durante la firma del pacto antiyihadista. El portavoz socialista consiguió coger al presidente por sorpresa y provocarle un estallido nervioso, que la bancada popular todavía no se explica y que se resume en la última frase del presidente para el líder de la oposición: “No vuelva usted aquí a decir ni a hacer nada. Ha sido usted patético”.
Rajoy no esperaba un enfrentamiento tan bronco con el nuevo líder socialista. Que Sánchez afirmase que en el PP “no tienen vergüenza” acabó por encender al jefe del Ejecutivo, que también tuvo que escuchar que “su regeneración democrática es golpear a martillazos el ordenador de Bárcenas en la sede del PP”. Buena parte de los ministros bracearon desde los escaños durante toda la evolución del cara a cara. Ante esta situación, los socialistas se daban en los pasillos por vencedores de un debate que comportaba un máximo riesgo para el inexperto Pedro Sánchez.
Otro debut esperado ha sido el de Alberto Garzón, que se ha estrenado como portavoz en este tipo de debates y ha preparado un discurso disparado de memoria contra el poder financiero, la corrupción y la gestión de la crisis que han provocado un estado de “emergencia social”. Ha acusado a Rajoy de realizar “políticas suicidas” y ha esbozado su modelo de país. Garzón, al igual que Pedro Sánchez, necesitaba este debate para impulsar su candidatura a la presidencia del Gobierno al frente de las maltrechas siglas de IU.
Pero la dureza de la pelea entre Sánchez y Rajoy ha ensombrecido el resto de las intervenciones en los pasillos del Congreso. La cita parlamentaria tenía en esta ocasión el ingrediente añadido de ser la clara antesala de las generales. Con esa perspectiva llegaba Rajoy a una cita en la que pretendía evitar el cuerpo a cuerpo para salir airoso con los anuncios económicos realizados durante la intervención de la mañana.
El presidente del Gobierno ha fracasado en su estrategia y le ha dado al del PSOE otro balón de oxígeno como el obtenido tras la toma y control del PSOE madrileño que dirigía Tomás Gómez. Sánchez se lo jugaba todo en un debate en el que podía perder el territorio ganado en estas semanas. Frente a quienes esperaban una intervención sin riesgos, el socialista ha optado por no pasar desapercibido, sabedor de que sus principales enemigos (Podemos) no estaban en el hemiciclo.
La estrategia electoral de los socialistas para las generales pasa por conseguir, como mínimo, un voto más que los de Pablo Iglesias. En esa hoja de ruta se guarda la explicación de que Sánchez haya decidido deshacerse de sus vínculos con Rajoy solo unas semanas después de haber recibido un torrente de críticas por prestarse a firmar en Moncloa un pacto contra el terrorismo fuertemente discutido por el resto de las formaciones.
Rajoy llegó al hemiciclo esperando a un Sánchez amigable y con el uniforme de hombre de Estado que heredó de Rubalcaba. Sin embargo, se encontró a un político metido de pleno en campaña electoral y con la necesidad imperiosa de no perder una sola oportunidad para afianzar un liderazgo que encuentra la mayor discusión en el seno de su partido y, muchas veces, en los silencios de Susana Díaz. “Señor Sánchez, yo me lo tomo a usted bastante más en serio que muchos de los suyos, y mi trabajo me cuesta”, le espetó Rajoy al socialista.
El debate, que continúa este miércoles, pone el fin a una era en la que el bipartidismo era la única moneda de cambio en las transacciones parlamentarias. El cara a cara entre Rajoy y Sánchez ha agrietado esa foto de dos. Ante la posibilidad de que el barco de los dos grandes partidos comenzase a hacer aguas, Sánchez ha decidido ser el primero de los dos en dar el salto y lo ha hecho mostrándole a Rajoy su cara más ruda, anticipando dónde estará cada cual en la campaña electoral que todos dan ya por iniciada.