Obligados a desplazarse en numerosas ocasiones por el conflicto armado y los castigos de la “madre naturaleza”, los indígenas embera de la llamada Comunidad del 20 del Chocó retornan a sus casas con otro reto: superar la crisis de salud que se ceba con las etnias de este departamento colombiano.
Pese a ser la región más rica en biodiversidad y recursos naturales de Colombia, su población, mayoritariamente afrodescendiente, pero también indígena y mestiza, vive en extrema pobreza como consecuencia, entre otros factores, de la guerra y la ausencia de servicios sociales.
Así sucede en una zona situada a una hora y media en coche desde la capital del Chocó, Quibdó, por la carretera que llega hasta Medellín, donde se asienta la Comunidad del 20, formada por medio centenar de familias y casi 300 personas.
Una zona de “enfrentamientos continuos” entre la guerrilla y los grupos paramilitares que les obligó a desplazarse a Quibdó en el año 2.000. La llegada del ejército, que levantó en 2014 a apenas 300 metros de sus casas una base, complicó aún más las cosas, explica el sacerdote y mediador Jesús Albeiro.
Pese a que los acuerdos de paz acaban de cumplir dos años, el conflicto aún se deja sentir en esta zona, que ahora se disputan grupos armados como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) o el Clan del Golfo tras el espacio dejado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
“Muchos nos han señalado como guerrilleros pero somos indígenas, no somos conflicto armado, solo somos personas débiles”, señala la joven gobernadora de la Comunidad del 20, Maribel Velasques, un puesto que a sus 28 años le “encanta” ejercer y para el que ha contado con el apoyo de todos sus compañeros, también de su marido.
Pero a todo ello se unen los caprichos de la “madre naturaleza”: el 9 de junio de 2016 un desprendimiento de tierra causó la muerte de trece miembros de la comunidad, que tuvo que volver a desplazarse a dos kilómetros de sus casas.
Hoy están en pleno proceso de reubicación tratando de superar también el mal que nunca les abandonó: la dificultad de acceder a la salud y a otras necesidades básicas que aqueja a las comunidades del Chocó.
Aunque la del 20 y otras cercanas lo tienen algo más fácil gracias a la diócesis de Quibdó, que ha creado, con la ayuda de Manos Unidas, una Institución Prestadora del Servicio de Salud (IPS) que atiende a la población indígena.
Plinio Mecha es el gerente de la IPS Erchichi Jai, que abrió sus puertas el año pasado; allí, los indígenas son atendidos en su lengua para cualquier especialidad, incluyendo la consulta del dentista.
Además de su sede física, este centro realiza “brigadas extramurales” para asistir a las comunidades indígenas más remotas, ya que algunas “tienen cuatro o cinco horas” de camino en mitad de la selva para llegar a la IPS.
También realizan cursos de formación, como el de diplomado en salubridad o el de partera.
Una de estas “parteras de vida” es Selina Velasques, que ha ayudado a nacer a 18 niños de varias comunidades. Su sueño fue siempre el de ser enfermera, sobre todo cuando vio cómo su madre, también partera, daba a luz “con muchísimo dolor” a su hermano pequeño a través de “una rendija” de la puerta de la habitación de su casa.
Años después de aquello le “tocó partear” a su hermana: “Como no tenía idea, cogí un machete de la cocina y corté el cordón umbilical. A medida que fui creciendo, mi idea era salvar vidas”, rememora. Y lo consiguió.