Cuando Íñigo Errejón pensó que noviembre era demasiado pronto para convertir Más Madrid en un proyecto nacional debió fiarse de su instinto en lugar de escuchar cantos de sirena. Pero no lo hizo. Y es probable que hoy esté arrepentido. Quizá el tiempo no fuera la excusa con la que disuadir a quienes le presionaron para dar el salto a la arena nacional, pero sí la ausencia de un proyecto sólido, la improvisada creación de un partido sin bases ni identidad o la difícil conciliación de intereses en un grupo integrado por personas de muy diferentes procedencias. Tampoco midió que, en ocasiones, un apoyo indisimulado y excesivo de los poderes políticos, económicos o mediáticos lejos de sumar, acaba restando. Hasta donde la memoria alcanza le pasó a Susana Díaz cuando compitió con Pedro Sánchez por el liderato del PSOE. Y le pasó a él mismo cuando se midió en Vistalegre II con Pablo Iglesias.
El caso es que no hace ni tres semanas que el llamado “mirlo blanco” de la izquierda anunciaba su decisión de competir en las elecciones generales con gran éxito de crítica y público, y ya ha empezado a diluirse en las encuestas. A veces es una cuestión de expectativas, que uno sale dispuesto a “comerse” a Podemos y, cuando la demoscopia registra un suelo sólido del partido al que pretendes desplazar, llegan las decepciones. Y a veces pasa que el principio de realidad deja al descubierto no pocas contradicciones. Ha ocurrido también esto durante los últimos días.
El abanderado del ecologismo, el feminismo, la moderación, el pragmatismo y la democracia interna ha perdido la confianza de Clara Serra, la que fuera número dos en su candidatura a la Asamblea de Madrid además de una reconocida activista de la igualdad entre hombres y mujeres. Pero ha sumado también no pocas críticas internas por ratificar listas plancha sin respetar los procedimientos de primarias anunciados para la elección de candidatos, tiene en pie de guerra a grupos ecologistas por la polémica Operación Chamartín y ha abierto un cisma con los “comunes” de Ada Colau por presentar candidatura de Más País por Barcelona.
Todo en una semana en que sus ex compañeros de Podemos se frotan las manos por que haya quedado retratado el verdadero Errejón, un político que describen “con empatía cero y desmesurada ambición” que “no tiene más objetivo que debilitar al partido que ayudó a crear” y que creyó siempre que “sus actos no tienen consecuencias”. Esta vez las han tenido. La primera ha sido la dimisión de Clara Serra, que había sido apartada del núcleo de dirección de Más Madrid por no plegarse ni a las estrategias políticas, ni a las imposiciones, ni al hiperliderazgo de Errejón, cuyo partido funciona ya con el mismo modelo de organización vertical de Podemos. No en vano fue el candidato de Más País, y no Pablo Iglesias, quien en 2014 hizo el diseño de la estructura organizativa que abandonó años después para sumarse a la plataforma de Manuela Carmena.
Serra ha señalado en el fondo a Errejón por lo mismo que él censuraba a Iglesias, por impedir el debate interno, apartar al discrepante y desplegar un poder omnímodo y hasta arbitrario en la organización. Y lo que es más grave lo ha desprovisto de uno de los pilares sobre los que construyó su discurso de presentación como candidato, el feminismo. “Hace falta acordarse del feminismo no solo en las fotos y en las campañas sino sobre todo en los momentos en los que estamos fuera de los focos (...) La fuerza de las mujeres feministas dentro de las organizaciones políticas no suele emanar de la confianza de los líderes, sino de la manada feminista que las apoya y las sostiene desde dentro y desde fuera”, ha escrito Clara Serra.
La falla abierta por la exdiputada en el partido no ha sido menor. Y prueba de ello fue la contundencia y la rapidez con la que Más Madrid expulsó al día siguiente a su concejal Pablo Soto por un presunto delito de acoso sexual a una militante. La organización conocía los hechos desde una semana antes y puso en marcha “un protocolo anti acoso” que arrojó muchas más sombras que luces sobre el comportamiento de Soto, pero no pidió su dimisión hasta unas horas después de que estallara la dimisión de Serra. Tampoco ha dado traslado de los hechos a ningún juzgado.
Con la candidatura por Barcelona, Errejón desmiente su compromiso de no competir en las circunscripciones donde dividiera el voto de la izquierda y confirma de paso que nunca quiso renunciar a una provincia, que asigna 32 diputados en el reparto de escaños y cuyos votos pueden ser decisivos para que alcance el 5% en toda España y logre grupo parlamentario en el Congreso. La decisión no sólo le ha enfrentado abiertamente a los de Colau, sino que sitúa a Manuela Carmena, su principal valedora, en una situación delicada frente a la alcaldesa de la Ciudad Condal, con quien siempre tuvo una relación de complicidad más allá de la política. La ex alcaldesa de Madrid se resistía a participar en la campaña de Errejón y es probable que la candidatura por Barcelona haya disipado todas sus dudas.
La elección para liderar la candidatura por Barcelona de Juan Antonio Geraldes, un politólogo de perfil soberanista que fue coaligado de la CUP en las municipales, saca a Errejón de la ambigüedad que siempre buscó en el marco del conflicto catalán. El presidente Sánchez ya ha utilizado esta circunstancia para situarle en sus últimos mítines del lado del independentismo catalán, si bien en Moncloa han pasado en cuestión de días de la preocupación por los votos que pudiera restar Más País al PSOE directamente al ninguneo.
“Más allá de Madrid, no suman nada. Al menor desgaste, se deshacen. No han tardado ni un mes en dividirse”, asegura un miembro del gabinete de Sánchez. Los datos que maneja el PSOE son muy parecidos a los que esta semana han registrado varias empresas de demoscopia respecto a la formación de Errejón, al que no auguran un gran resultado.
“Salvo que vaya de menos a más no vemos posibilidad alguna de que pueda lograr el 5% de los votos necesarios en todo el territorio nacional para formar grupo parlamentario propio en el Congreso”, auguran fuentes de la empresa Metroscopia. La percepción del sociólogo José Pablo Ferrándiz es que el partido de Errejón no atrae a demasiada gente, que entrará en el Congreso con representación en Madrid -con dos escaños-, uno en Valencia y otro probablemente en Barcelona. Y es que aún siendo Errejón un líder muy bien valorado por los españoles, no es una novedad en el panorama mediático, sino más bien “un personaje asumido ya dentro de una izquierda que no considera el momento actual apto para experimentos, sino para hacer piña”.
Los tracking diarios que realiza Metroscopia desde la disolución de las Cortes demuestran que el electorado del PSOE resiste bien y también el de Unidas Podemos y que, en contra de lo que creyeron los impulsores de Más Madrid, la fidelidad de voto en ambos partidos es buena. Lo mismo ha registrado el presidente de GAD 3, donde su presidente Narciso Michavila no ve posibilidad alguna de que los de Errejón puedan obtener representación en Andalucía, un territorio con una implantación muy arraigada de IU.
Y, lo dicho, esto después de menos de un mes de presentarse como partido. Dos semanas más, ironizan sus ex compañeros de Podemos y “Errejón acaba consigo mismo, y no con Iglesias, que era su único objetivo”. Habrá que esperar al 10-N para saber cómo queda finalmente en el tablero y si se pincha o no el globo. Las primeras señales no parece que, de momento, le reconozcan como una solución a los problemas de la izquierda a la izquierda del PSOE.