Con un verbo farragoso, terror de entrevistadores y asesores de comunicación, Jorge Fernández Díaz se encuentra atrapado, paradójicamente, en dos frases que en algún momento pronunció de forma clara y contundente. “Villarejo ha prestado relevantes servicios al Estado” y “me acabo de enterar”, ésta última en referencia al espionaje a Luis Bárcenas. La investigación de la Audiencia Nacional al comisario apunta a que ambas afirmaciones son mentira. Y puede que esta vez, a diferencia de lo que ocurrió en Las Vegas en 1990, Jorge Fernández Diaz no tenga oportunidad de redimirse.
Procedente del CDS de Adolfo Suárez, su trayectoria en Alianza Popular y el Partido Popular en Catalunya coincide con los tiempos en que la formación servía de muleta del nacionalismo conservador prerrupturista. Ambas derechas se mantenían conectadas por intereses económicos, vía consejos de administración, y políticos, con Aznar gobernando gracias al apoyo de Jordi Pujol, amigo de un Fernández Díaz siempre útil en el frente de contención al PSC.
Fue su fidelidad a Mariano Rajoy lo que aupó a Fernández Díaz al cometido más relevante de su carrera: ser el ministro del Interior que gestionaría el escenario siguiente al fin de la violencia de ETA. Pero el político catalán se pasó enredando con el lenguaje durante meses, asido al mantra de la tregua-trampa, cuando aquello ya ni siquiera era una tregua.
Por suerte, la decisión de la organización terrorista no tenía marcha atrás. En la izquierda abertzale se había impuesto definitivamente, tras un descarnado enfrentamiento interno, la tesis de que la violencia no daba resultados. Ni siquiera la completa inacción del Gobierno del PP con la estrategia de Rubalcaba de romper el frente de makos —las cárceles era casi lo único que le quedaba a ETA— puso en peligro el proceso de paz.
Así que aquellas largas frases subordinadas dejaron de tener sentido hasta para los más fieles al estribillo de la amenaza terrorista. ¿Provocó eso un vacío melancólico en Jorge Fernández, nacionalista español y profundamente conservador? En absoluto. El procés había corrido a sustituir al terrorismo de ETA como principal amenaza para el país dentro del marco ideológico prioritario de la derecha y de la mayoría de los medios de Madrid.
Pero todavía el subgénero político del “todo es ETA” viviría una de sus expresiones más arriesgadas en la figura de Jorge Fernández Díaz. Fue en una comparecencia en el Ministerio del Interior en mayo de 2013 para anunciar una de las operaciones contra los rescoldos de la banda en Francia. Arreciaba la polémica por el proyecto de Ley del Aborto de Alberto Ruiz Gallardón y Fernández Díaz decidió hacer una breve introducción ante los periodistas: “Primero hablamos de lo de hoy y luego de otras cosas, porque el aborto tiene un poco que ver con ETA. Bueno, tiene algo que ver, pero en fin, no demasiado”.
Últimas estampas del nacionalcatolicismo
Fernández Díaz es hijo de un militar que corrió a alistarse en el Requeté de Pamplona en cuanto supo del golpe de 1936. Los distintos destinos del progenitor llevaron al político a nacer en Valladolid hace setenta años y vivir en Barcelona desde los cuatro. El exministro cuenta en su biografía: “Recibí la educación católica propia de la España de mediados del siglo XX, pero el mío era, como el de tanta gente, un catolicismo nominal y meramente sociocultural, no vivido ni interiorizado”. Hasta que viajó a Estados Unidos en un viaje de trabajo con su compañero de partido Antonio Perea, quien nada más llegar a Las Vegas preguntó en el hotel por una iglesia católica, para enorme disgusto de Jorge Fernández.
“Como es lógico, yo tenía muchas ganas de dejar las cosas en la habitación y salir pitando a conocer la ciudad, a cenar y, cómo no, al casino y a lo que se terciase”, relata el exministro. Jorge Fernández se quedó en el hotel dando vueltas a la actitud de Perea, pasando del enfado a la admiración. De vuelta a España recuperó el fugaz interés que tuvo de joven por el Opus Dei. Esa religiosidad y su concepto de la piedad provocaron que llegara a recriminar a alguno de sus antiguos amigos de Convergència los indicios de corrupción que pesaban sobre ellos. Eran regañinas por una actitud pecaminosa que investigaban los policías a las órdenes del exministro, según cuenta uno de ellos.
Fernández Díaz ha dejado acaso las últimas instantáneas del nacionalcatolicismo practicante en un miembro del Gobierno de España. Como muestra, las fotos poniendo la primera piedra del cuartel de la Guardia Civil en Fitero, construido durante su mandato en la localidad navarra de la que procede su familia. Jorge Fernández aparece rezando junto a un tricornio, al arzobispo, besando un crucifijo…
Las informaciones sobre la policía política, cosa de perturbados
El proceso soberanista catalán fue paralelo a otro tránsito interior en Fernández Díaz. El ministro pasó sin rubor del circunloquio en el final de ETA a la mentira sobre su particular guerra sucia sin muertos. Cuando los diputados de Convergència le preguntaron en el Congreso por las revelaciones de elDiario.es respecto a la existencia de un grupo secreto de policías, la brigada política, el ministro los envió al “psiquiatra”. Cuando publico.es informó de las grabaciones en su despacho con Daniel de Alfonso, Fernández Díaz dijo que estaban manipuladas y que él no sabía que le habían grabado. En su biografía cambió de versión y admitió que sabía de los micrófonos ocultos.
Entre una y otra afirmación, El País reveló que el funcionario de su Ministerio José Manuel Villarejo Pérez, comisario destinado en la Dirección Adjunta Operativa, tenía un emporio de 12 empresas que costaban 16 millones de euros y que parte ellas estaban en paraísos fiscales. Ahí fue cuando el ministro pronunció aquello de “ha prestado relevantes servicios al Estado, y es mi obligación decirlo, en la lucha antiterrorista y contra el crimen organizado”. Precisamente, el presunto liderazgo de una organización criminal es lo que mantiene a Villarejo en prisión provisional desde noviembre de 2017.
El PP gobernaba con mayoría absoluta y las revelaciones periodísticas sobre dudosas actuaciones del Estado contra un movimiento político que pretendía desmembrar España no despertaban gran indignación. En esa época, un número importante de medios optaba por publicar con gran despliegue los pseudoinformes de aquella policía partidista. La afirmación de “la Fiscalía te lo afina” de la conversación con el director de Antifrau ayuda a comprender el concepto de Fernández Díaz acerca de la realidad que le rodea. “Si eso está en el juzgado y sale, nadie va a sospechar que sale de la Policía ni de investigaciones policiales. Eso sí, los funcionarios de turno, el periodista gacetillero que está siempre por ahí, el amigo del fiscal…”, se le oye decir en el audio.
La lealtad que le atribuyen sus amigos demostraría que, en el caso de Fernández Díaz, ha circulado solo en sentido ascendente, hacia Rajoy, pero que no lo ha hecho en el contrario, de lo que es testigo amenazante su secretario de Estado. El vaso del abandono rebosó en Francisco Martínez el día que leyó una entrevista de Vozpopuli al exministro diciendo que el no sabía nada de la Operación Kitchen, al tiempo que mostraba un tibio respaldo al que fue su número dos. Ese día Martínez decidió ir a un notario con cuatro mensajes seleccionados que no solo sitúan a Jorge Fernández como conocedor de la “operación parapolicial” sino como quien le anunció su existencia al secretario de Estado y le informaba de sus novedades.
¿Qué dice en sus memorias Fernández Díaz de la policía política? Poco, apenas dos párrafos que concluyen así: “Pretender que el ministro del Interior –yo o cualquier otro- pueda mandar en la justicia y ordenar a la policía realizar investigaciones de un tipo y paralizar otras es tener una concepción aberrante del Estado y del Gobierno. Es seriamente preocupante que puedan creer eso”.
Las vacaciones de un ministro
Al preguntar por el carácter de Fernández Díaz a colaboradores suyos en distintas etapas salta una coincidencia: “Trabajador no era”, dice uno de ellos. “Era un vago”, zanja otro con más despecho. De esta atribución dan cuenta dos episodios, uno conocido, al ser relatado en sus memorias, y otro que nunca ha sido revelado. Este es el caso del nombramiento de su cúpula policial, algunos de cuyos miembros traen ahora de cabeza al PP. Cuenta un cargo de aquel Ministerio que Ignacio Cosidó llegó a una comida con una carpeta y los nombres de la siguiente cúpula policial. Fernández Díaz no se molestó en cotejar el perfil de ninguno de ellos.
Otra peripecia es relatada en Cada día tiene su afán. Corría agosto de 2014. Fernández Díaz se marchó a casa de unos amigos en un pueblo de Soria donde había estado otras veces. “El único lugar donde hay cobertura es un punto estratégico en mitad del pueblo, debajo de un pequeño arbolillo con cuatro ramas, donde se ve que convergen milagrosamente las coordenadas adecuadas y, a su escasa sombra, los móviles reviven”, relata el exministro.
Por si acaso, Fernández Díaz apagó el terminal. “Pensé que si surgía algo importante, ya me avisaría la Guardia Civil. Y aquello fue justamente lo que pasó. Un día se me acercó un escolta y me dijo: ministro, perdóneme, pero si pudiera llamar a su majestad el rey, que está intentando localizarlo y no lo consigue”. La Guardia Civil mantenía retenido a Mohammed VI en aguas del Estrecho y el monarca alauí había telefoneado a Felipe VI. “Lo que digo, la ley de Murphy”, analiza Fernández Díaz del episodio.
Preocupado principalmente por su imagen, Fernández Díaz se enfada con facilidad, cuentan, si bien alguno de los que le rodearon piensa que lo compensa con “nobleza”. “Es un hombre de partido y puede haber cometido errores por su obediencia a él, pero no se le puede comparar en ningún caso con esos perfiles corruptos que han salido en el PP”, añade otro.
El legado de su Ministerio fue la Ley de Seguridad Ciudadana, encargo que recibió Fernández Díaz para atajar el incendio en la calle que preveía el PP con la anterior crisis económica. El texto pasará a la historia con el sobrenombre de Ley Mordaza, si bien el primer borrador que salió de Interior era mucho más restrictivo del que finalmente fue aprobado en el Congreso. El último cargo que ha desempeñado Jorge Fernández Díaz parecía aludir a ese legado y al concepto que el actual presidente del PP tiene, o tenía, de Fernández Díaz y su valor político: secretario de Interior y Libertades.