Era el ministro con mayor capital político del Gobierno de Mariano Rajoy. El que mejor valoración tenía cuando arrancó la legislatura. Fue el eterno aspirante a candidato a presidente del Gobierno; quien fue complaciente con José María Aznar cuando situó a Ana Botella como número dos en el Ayuntamiento de Madrid y quien respaldó a Rajoy en el complicado congreso de Valencia de 2008, tras la segunda derrota electoral ante José Luis Rodríguez Zapatero.
Alberto Ruiz-Gallardón, que en diciembre cumplirá 56 años, ha acabado este martes con 31 años de carrera política, a la que llegó como concejal de Madrid en 1983, donde coincidió con la que luego fue su mayor rival política, Esperanza Aguirre. Tres años después, en 1986, se hizo cargo de la secretaría general de Alianza Popular tras la marcha de Jorge Verstrynge. Tenía 27 años. El ascenso fue meteórico.
La marcha de Gallardón se produce después de perder una de las mayores apuestas que se ha jugado en estas tres décadas: un proyecto de ley del aborto que no gustaba a buena parte de los suyos, por mucho que haya insistido en que la redacción respondía a un encargo del partido, del Gobierno y de su presidente, Mariano Rajoy, a quien creía servir, y quien ha terminado por desautorizarle al enterrar su reforma.
La fallida reforma del aborto no sólo ha acabado con la carrera política de Gallardón, comunicada públicamente con el rey Felipe VI, que debía firmar el decreto, en Nueva York, y con Mariano Rajoy a punto de coger un avión a China. La reforma del aborto también ha fulminado su imagen pública –se va con la popularidad hundida–, sustentada durante décadas por los buenos ojos con los que lo miraba una parte de la izquierda, cimentada en sus enfrentamientos, día sí y día también, con Esperanza Aguirre, en sus buenas relaciones con dirigentes socialistas y con medios de comunicación próximos al PSOE, y en el escaso intervencionismo que ejerció en Telemadrid mientras fue presidente madrileño (1995-2003).
Gallardón acostumbraba a decir que cuando dejara la política le gustaría ser crítico de música clásica en el diario El País. Una ilusión que, después de la erosión que ha sufrido en los últimos años, quizá tampoco llegue a cumplir. Sobrino bisnieto de Isaac Albéniz, ha cultivado la imagen de político ilustrado, melómano, a quien le gustaba rodearse de música de cámara en directo en las cenas de Navidad en el palacio de la Villa, antigua sede del Ayuntamiento de Madrid.
A la alcaldía llegó por petición de José María Aznar, a cuya esposa incluyó en las listas. Eran los años –2003-2011–, sobre todo los primeros, en los que los políticos hicieron vivir a sus administraciones muy por encima de sus posibilidades: metió a Madrid en una carrera olímpica que nunca ganó y que ha dejado sin uso grandes y millonarias infraestructuras deportivas; acometió una transformación de la M-30 que ha cambiado media ciudad y que presumía de vigilar de incógnito sobre su moto, pero que también la ha endeudado hasta la cifra récord de 7.000 millones de euros; se mudó del discreto palacio de la Villa al ostentoso palacio de Correos y Telégrafos en Cibeles, después de una reforma de 500 millones de euros; y una sede del Ayuntamiento que dejó impresionado al semanario alemán Der Spiegel cuando su corresponsal, Helen Zuber, fue a ver a Ana Botella en abril de 2012; y escribió sobre el Ayuntamiento que legó Gallardón: “Tiene un mayordomo que le sirve el café, y un despacho más grande que el Despacho Oval de la Casa Blanca”.
Gastó como si no hubiera mañana, pero el mañana llegó, y aprobó dos medidas muy impopulares entre los madrileños: la extensión de los parquímetros y una desproporcionada tasa de basuras. En aquellos años, proliferaron las manifestaciones contra el faraón Gallardón. El alcalde dejó de serlo, y los madrileños aún sufren la ruina en la que se encuentra su Ayuntamiento; una herencia recibida que ningún dirigente del PP ha denunciado en público, y que dejó Gallardón cuando saltó a la política nacional tras la victoria electoral de Rajoy el 20 de noviembre de 2011, salto que siempre ambicionó y que ya había perseguido con ahínco en las vísperas electorales de 2008. Entonces, vivió con desazón no conseguirlo, hasta el punto de amagar con dimitir ante el cambio de idea de su partido, presionado por Esperanza Aguirre, que finalmente decidió no incluirlo en las listas.
La cohabitación con Aguirre siempre fue complicada: en 2004 se opuso a que ocupara la presidencia del PP madrileño, y lanzó a competir con ella a su segundo, Manuel Cobo, que fue derrotado estrepitosamente. Cobo, mano derecha de Gallardón en aquella época, llegó a ser suspendido de militancia del PP después de que en una entrevista de El País dijera sobre Aguirre y los suyos, que “montaron una gestapillo para espiarme y hacerme depender de ellos”. Era octubre de 2009. Dos años después, en diciembre de 2011, Gallardón se fue a Justicia y se olvidó de su leal colaborador, quien acabó rescatado por la propia Aguirre: lo situó en Ifema.
Gallardón se va, casi tres años después de llegar al Gobierno, en el que no sólo ha redactado el polémico anteproyecto de ley del aborto que se lo ha llevado por delante y que ha defendido con una pasión y vehemencia personal poco común entre los políticos, hasta el punto de parecer que se sentía heredero del trabajo inacabado de su padre, quien redactó, con su ayuda, el recurso de Alianza Popular ante el Constitucional a la ley de 1985.
Ese conservadurismo que rezuma su reforma de la ley del aborto se ha extendido a la mayoría de su gestión en Justicia, cartera en la que se sentía cómodo como jurista y fiscal, pero muy lejos de la impronta liberal que había cultivado en el pasado. Gallardón impulsó una suerte de cadena perpetua revisable en el Código Penal, unas tasas judiciales que restringen el acceso a la Administración de Justicia para las rentas más bajas, una polémica reforma del Consejo General del Poder Judicial que lo hace menos permeable a la pluralidad ideológica e, incluso, el intento de privatizar el Registro Civil.
No en vano, y aunque muchos lo hayan olvidado, Gallardón fue pionero en introducir cambios en el modelo sanitario, que luego ampliaron, con la privatización fallida, Esperanza Aguirre e Ignacio González, cuando inauguró en 1998 (después de asumir por imperativo legal y no por gusto, según aseguraba entonces, las competencias en Educación y Sanidad) el hospital de Alcorcón, el primero creado con un estatus jurídico distinto; como fundación a través de una empresa pública sanitaria.
Gallardón, que procuró ser complaciente con sus superiores en el partido, ya fueran Manuel Fraga, José María Aznar o Mariano Rajoy, siempre se consideró a sí mismo un “verso libre”, intentando navegar entre las familias del partido, salvo que esa familia fuera la aguirrista, con la que nunca se entendió. Este martes deja la política por la puerta de atrás, por donde nunca se imaginó que saldría, después del fracaso político de su ley del aborto, derrotado después de llegar a ser ministro, uno de sus mayores anhelos.