Ocupar la cartera de Asuntos Exteriores en cualquier Gobierno es una tarea complicada, pero mucho más en España en donde todos los políticos que lo han hecho han dejado una indiscutible impronta en el Palacio de Santa Cruz. Desde Fernando Morán a Francisco Fernández Ordoñez, Javier Solana, Abel Matutes, Ana Palacio, Miguel Ángel Moratinos o la propia Trinidad Jiménez, la efímera ministra socialista de la era Zapatero. José Manuel García-Margallo no parece dispuesto a ser menos.
El ministerio le llegó cuando pensaba que su escaño en el Parlamento de Estrasburgo iba a ser su despedida de la vida política. Él mismo reconoció que un político tiene que saber cuando le llega la hora de su retirada. Sus planes eran jubilarse cuando terminara la legislatura europea, en junio de 2014, poco antes de cumplir 70 años. Pero su profundo conocimiento de las instituciones europeas, el dominio de varios idiomas, y, sobre todo, su amistad con Rajoy, le situó en uno los departamento más importantes del Gobierno en el que muchos veían a Miguel Arias Cañete e incluso de nuevo a Josep Piqué. Pocos apostaban por él. Sin embargo, Rajoy le encomendó hacerse cargo de la cancillería española y Margallo aceptó de buen grado, aunque quienes le conocen aseguran que le hubiera gustado más ser ministro de Defensa.
En este año y medio largo de mandato, pese a su experiencia y a estar muy ‘viajado’, Margallo no se ha caracterizado por ser un ministro excesivamente diplomático. Se ha metido en demasiados charcos. Nada más estrenar el cargo, durante su primera visita oficial a Estrasburgo, protagonizó una curiosa anécdota. Al encontrarse con el eurodiputado del Partido Conservador británico, Charles Tannock, con el que durante años había compartido escaño en la Eurocámara, le saludó en tono jocoso con un “¡Gibraltar, español!” en un inglés que domina a la perfección. Toda una premonición que a día de hoy cobra su importancia. Porque el ministro tiene abierto en estos momentos todo un contencioso con las autoridades del Peñón a raíz de los problemas que tienen los pescadores españoles y los comerciantes de La Línea con la colonia británica. Un conflicto que Margallo ha querido solucionar a su estilo, amenazando con cerrar la frontera y anunciando la creación de una nueva tasa de 50 euros para entrar y salir del Peñón cuya recaudación se destinaría para ayudar a estos sectores. A través de un comunicado, el gobierno gibraltareño calificó esas intenciones como “amenazas retrógradas y claramente reminiscentes de las políticas y tácticas desarrolladas por el régimen fascista de Franco en los años 50 y 60”.
El ambiente se ha caldeado más por sus recientes declaraciones al diario ABC asegurando que “con Gibraltar se ha acabado el recreo de la época de Moratinos”, frase que ha causado un fuerte malestar en Londres en donde el Gobierno conservador de David Cameron intenta rebajar la tensión por la vía diplomática.
Pero García-Margallo no se arredra ante las visicitudes. Nada más acceder al cargo revolucionó el ministerio con los cambios que realizó en las Embajadas, que incluía algún nombramiento que otro tan controvertido como el de Federico Trillo, al que destinó a Londres, pese a haber asegurado que serían diplomáticos de carrera los que ocuparían tales destinos. Al expresidente del Congreso y exministro de Aznar se le situaba, sin embargo, en la Embajada de los Estados Unidos. Cuando Margallo fue preguntado por los rumores que apuntaban en esa dirección replicó al periodista; “usted sabe que el general Franco tenía una próstata extraordinariamente resistente y un general que no la tenía tanto se metió en el río con él y le preguntó: 'Mi general, he oído que yo podía ser ministro' y Franco le contestó -'Pues yo no he oído nada'. Una campechanía que a algunos no les cuadra con el cargo de canciller.
Otra de sus frases épicas fue la que pronunció en plena crisis con Argentina y la nacionalización de YPF. Ante el ‘contratiempo’, que coincidió casi en el tiempo con el accidente del nieto del rey, Froilán, que se disparó fortuitamente con una escopeta cuando estaba de caza con su padre, Margallo, después de reunirse con el Embajador de Argentina en España, Carlos Bettini, no dudó en opinar que “Argentina se ha dado un tiro en el pie de esos que son importantes”. El ministro tuvo después que matizar el comentario para que nadie pensara que iba ‘con segundas’. Y lo hizo también a su manera, asegurando que él era monárquico “desde los 16 años”.
Para su disgusto, a los pocos meses de que España se quedara sin los intereses de Repsol por decisión de Cristina Kirchner, el presidente de Bolivia, Evo Morales, decidió expropiar también las filiales de Abertis y Aena, que administraban los tres aeropuertos más grandes del país andino, a la que siguió la de Red Electrica Española (REE). La crisis con Bolivia no era nueva para España puesto que ya la había sufrido el Gobierno de Zapatero, lo que le costó al presidente socialista implacables criticas del PP, entonces en la oposición. Pese a las intensas gestiones que hizo Margallo en la UE y hasta en Estados Unidos, no logró que ninguno de los dos mandatarios iberoamericanos se retractara.
Con el boliviano Morales ha tenido después otro fuerte encontronazo diplomático a cuenta del ex agente de la CIA David Snowden. España no quería autorizar que el avión de Morales sobrevolara el espacio aéreo español e hiciera escala en Las Palmas. Solo revocó la orden una vez que el canciller de aqeul país, David Choquehuanca, asegurara verbalmente que el agente no iba a bordo. Al final, a Margallo no le dolieron prendas y pidió disculpas a Morales por si se había producido “algún malentendido”. Tampoco le tembló la mano el pasado mes de julio cuando ordenó destituir al director adjunto de la Marca España, Juan Carlos Gafo, después de sus comentarios ofensivos en Twitter sobre los “catalanes de mierda”.
Otro frente abierto -a finales de 2012- fue la extradición a España del dirigente de Nuevas Generaciones del PP, Angel Carromero, y su posterior -y rápida- aplicación del tercer grado pese a estar condenado en Cuba a 4 años de prisión por el accidente en el que murió el disidente Oswaldo Payá. El asunto ha vuelto a la actualidad tras las polémicas declaraciones de Carromero en las que acusa a los servicios secretos cubanos de asesinar al disidente.
El colofón a un verano realmente agitado para el titular de Exteriores ha sido su torpe gestión en la excarcelación de cerca de medio centenar de presos españoles en Marruecos a los que ha indultado el monarca alahuí, Mohamed VI, y entre los que figuraba un peligroso pederasta que cumplía una pena de 30 años de cárcel por abusar de 11 niños. Su desaparición y posterior detención en Murcia no ha sofocado la polémica. La oposición ya ha reclamado que Margallo comparezca en el Parlamento para que explique la rocambolesca historia que ha trascendido por las fuertes protestas que el conocimiento del indulto generó en Rabat. Exteriores asegura que se ha tratado de un error.
Su mandato no está resultándole fácil, no. Pero lo que si quedaría para los anales de la Historia es que el ministro consiguiera que el Gobierno británico reanudara las negociaciones sobre la soberanía del Peñón y que aquel “¡Gibraltar, español!” cobrara realidad, como le espetó el ministro a su antiguo colega en Estrasburgo. A Margallo le quedan dos años largos para intentarlo.