Crónica

González, Aznar y Rajoy, tres expresidentes que denuncian su “cancelación” desde sus púlpitos

Felipe González y Mariano Rajoy al habla. A la escucha: el rey Felipe VI, la vicepresidenta primera, Nadia Calviño, algunos de los empresarios más poderosos del país y decenas de medios de comunicación. Por medio, una resolución judicial, ratificada por una instancia superior, que prohibió una manifestación del principal sindicato gallego para protestar por el precio de la luz. ¿Quiénes son los cancelados? ¿Quién puede o no expresar sus opiniones libremente? Los dos expresidentes lo tienen claro. Ellos son las víctimas de los “torquemadas por doquier” que, parece, han proliferado en España. Antes “por lo menos había una sola Inquisición”. Es verdad que podía torturarte y condenarte a muerte, pero debía de ser menos “peligroso” que opinar en la España del siglo XXI. Algo que, por lo dicho, no puede hacer el expresidente socialista.

Casi a la misma hora otro expresidente, José María Aznar, departía durante 90 minutos con el líder del PP, Pablo Casado, en la cuarta jornada de la convención nacional del partido que refundó en 1989. Aznar ocupó en realidad casi todo el tiempo del coloquio para explicar al que una vez fuera su pupilo lo que tiene que hacer si quiere gobernar como él lo hizo. Ante ambos, la plana mayor del PP andaluz, buena parte del estatal y, con retraso por los quehaceres gubernamentales, el Ejecutivo regional en pleno. Y decenas de periodistas escuchándolo, in situ y a través de YouTube.

El doble acto de este jueves es la guinda a unas semanas en la que Rajoy y Aznar han tenido una notable presencia mediática. El gallego abrió el lunes la convención nacional del PP, que se fue a Santiago a la jornada inaugural. Aznar viene de celebrar el llamado Campus Faes, una serie de jornadas organizadas por su propia fundación, que puso en marcha durante su mandato como presidente y que ha sido regada con millones de euros públicos hasta que se redujeron las aportaciones, lo que llevó a la privatización de la organización. La presencia de Faes en España, Latinoamérica y EE UU, a través de las relaciones de Aznar con el Atlantic Council, es notable.

A la serie de conferencias asistieron expresidentes, exministros, empresarios, escritores, filósofos, pensadores y muchos medios de comunicación. En su speech final, emitido a todo el mundo por YouTube, Aznar expuso a fondo sus ideas sobre economía, política internacional y la aparición del “indigenismo” como el gran mal de nuestro tiempo para América Latina.

El caso de Felipe González no es muy diferente. También ha montado su propia fundación, en este caso con su nombre. Y ha lanzado un podcast para que nadie interprete sus palabras y poder decir lo que piensa, algo que parece que hasta ahora no había hecho desde sus múltiples plataformas mediáticas: formó parte durante años del consejo editorial del Grupo Prisa, editor de El País, propietario de la Cadena SER y uno de los mayores emporios de comunicación en español.

Rajoy y González, contra el multipartidismo

A juzgar por el poblado racimo de micrófonos que los asaltaron para recabar sus opiniones al acabar su charla en el Foro La Toja, nadie diría que los expresidentes tienen problemas para expresarse con “cierta tranquilidad”. Y, sin embargo, esa fue la queja expresada por Rajoy durante el diálogo mantenido con González y moderado por la periodista Gloria Lomana, ex jefa de informativos de Antena 3. “A ver si somos capaces de que nos dejen opinar con cierta tranquilidad”, fue la frase concreta de Rajoy. No se trató de una ocurrencia, tampoco de un lapsus. Los dos exmandatarios dedicaron parte de la hora y media en que estuvieron disertando a denunciar inquisidores y Torquemadas.

De hecho fue González el primero en abrir el melón. No le importó hacerlo en un acto que la organización –el Grupo Hotusa– retransmitía por streaming y la Televisión de Galicia en directo. Además, decenas de periodistas seguían atentos sus palabras en una carpa adyacente al palacio de congresos de la Illa da Toxa, donde intercambiaba impresiones con Rajoy. “Antes había una Inquisición y la aguantábamos. Ahora hay 25 o 30”, dijo. Su contraparte recogió el guante. “Florecen Torquemadas por doquier y te atizan inmisericordemente”, aseveró el que fuera presidente del Gobierno que aprobó la Ley Mordaza, criticada por el Consejo de Europa por su “potencial represivo”. Aunque el organismo comunitario instó a España a modificarla el pasado marzo, sigue vigente en los mismos términos en que se dictó.

Los ex presidentes expusieron sus problemas con la libertad de crítica justo a la hora en que el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia comunicaba al sindicato CIG, primero por número de delegados en la comunidad, que no se podía manifestar a la entrada del lugar. Ratificaba así la decisión de la Subdelegación del Gobierno de Pontevedra de prohibir la protesta. Unas horas antes, la Guardia Civil zarandeaba y empujaba a miembros de A Mesa pola Normalización Lingüística que mostraban carteles contra la deturpación del topónimo A Toxa por parte de la organización del foro. Sobre la libertad de sindicalistas y defensores del gallego ni González ni Rajoy se pronunciaron.

“La gente tiene la sensación de que vivíamos más libres en los 80 y en los 90”, se extendió González al final de la charla compartida con Rajoy, “porque la libertad es una sensación. Ahora, para ser políticamente convenientes, hay que callar. Hay un montón de inquisidores que te echan los caballos encima”. En cualquier caso, ninguno de los dos ex presidentes quisieron desplegar sus opiniones en respuesta a las preguntas que los periodistas les hicieron mientras subían a los coches de lunas tintadas que los llevaban a comer. Con un escueto “tiene que bajar” despachó Felipe González una cuestión sobre el precio de la luz. “Dejémonos de líos, muchas gracias” fue la última frase de Rajoy antes de meter la cabeza en el automóvil.

En el caso de Felipe González este mismo mes de octubre participará en el Congreso Federal del PSOE, tras una suerte de reconciliación con el secretario general, Pedro Sánchez, o al menos de asunción de que los designios del partido ya no pasan únicamente por su opinión. Hubo un tiempo, y aquí quizá radica la queja de González, en que cada palabra del expresidente suponía un terremoto en la sede madrileña de la calle Ferraz. Pero tras el triunfo de Sánchez sobre Susana Díaz, él y otros históricos del PSOE que habían patrocinado la operación para derrocar al secretario general, perdieron predicamento. Y sobre todo, cuando el líder socialista logró renovar el Gobierno y se coaligó con Unidas Podemos, la voz de Felipe dejó de retumbar en Ferraz.

Con Aznar el proceso ha sido el inverso. El expresidente rompió relaciones con su sucesor al frente del PP, Mariano Rajoy. Pero ahora ha recuperado presencia dentro del partido con la nueva dirección de Pablo Casado, que trabajó para él en su oficina de expresidente, y su ascendencia sobre la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Aznar y González, Rajoy menos, aparecen de forma habitual en medios de comunicación, escriben largas tribunas en periódicos de amplia difusión ofreciendo su visión política, económica, social y de lo que surja. Quizá la diferencia es que ahora las críticas no se quedan en el puesto de trabajo, la sobremesa o el descansillo de la escalera, sino que tienen el altavoz de las redes sociales y llegan más lejos y más potentes.