La guerra a muerte entre dos bandas asola la periferia de Ceuta

Gonzalo Testa

15 de octubre de 2022 22:30 h

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“La pandemia ha afectado a las estructuras de todas las organizaciones, también a la de las bandas”, ausculta un policía nacional experimentado en la deriva del crimen organizado en Ceuta. En lo que va de año, Interior suma en la ciudad autónoma tres homicidios o asesinatos consumados y una quincena en grado de tentativa, más que en todo Aragón, Extremadura o Navarra. El último fue, el lunes, el de Dris Amar, un militar de 37 años acribillado a balazos en el garaje de la promoción de viviendas sociales del Poblado Legionario, en pleno corazón del Príncipe, la periferia de la periferia, una intrincada colmena de casas de colores que ha crecido sin orden ni control durante los últimos 40 años.

El asesinato ha conmocionado al vecindario, que asiste estupefacto a lo que la Policía considera un incremento “espectacular” de la violencia, especialmente durante el último medio año, aunque la actividad del hampa no cesó ni confinada. En 2020 hubo en Ceuta dos asesinatos y cinco intentos de homicidio que no acabaron en muerte. En 2021, el doble (5 y 10). La proyección de 2022 apunta a duplicar de nuevo las cifras.

La espita saltó la medianoche del Viernes al Sábado Santo pasado. Ibrahim Buselham, un adolescente, recibió un tiro en la cabeza saliendo del Príncipe de ‘paquete’ en una motocicleta de ‘Tayena’, señalado como líder de una de las dos bandas enfrentadas a muerte por el control del territorio y las actividades ilícitas en una ciudad fronteriza propicia para el tráfico de estupefacientes por tierra, mar y aire (al hachís parte desde Marruecos hacia la península y las benzodiacepinas hacen el camino de vuelta); personas y armas.

El piloto de la motocicleta tiroteada, otro niño imberbe, y parte de sus camaradas de Los Rosales, una barriada ubicada a apenas un kilómetro que se quedó sin destacamento de la Policía Nacional en 2016, acudieron en tropel a identificar como autores de los disparos a los líderes rivales, los cabecillas del Príncipe, que las Fuerzas de Seguridad del Estado abandonaron mucho antes. ‘Piolín’, apodado así por su liviana complexión de pajarito, y ‘Laika’, como la perra callejera que la URSS llevó al espacio, permanecen desde entonces en busca y captura.

La muerte del chico degeneró en varias semanas de algaradas, disparos sobre casas de enemigos y sus familiares, palizas y humillaciones en plena calle, secuestros y enfrentamientos callejeros con armas blancas y de fuego. La Jefatura Superior de la Policía Nacional, ahora comandada por el exjefe de los GEO Javier Nogueroles, que tiene expectante a la ciudad con su determinación por acabar de raíz con la mafia, llegó a recibir apoyo de Grupos Operativos Especiales de Seguridad (GOES) para recuperar el control y sofocar las llamas.

En verano pareció conseguirlo, aunque el magma no ha dejado de bullir más rápido incluso de lo que la Policía actualiza sus bases de datos. A finales de agosto, todos los que habían acusado formalmente a los líderes de la banda rival recogieron cable y, en sede judicial, dijeron que no, que en realidad ‘Tayena’ los había “coaccionado” y hasta “abofeteado” ante el Hospital donde agonizaba su colega para que acusasen a sus rivales del Príncipe. “Nosotros vamos envejeciendo, pero ellos siempre tienen 25 años”, lamenta un policía el relevo generacional de las bandas, más rápido que el del funcionariado.

Entre los fieles quedó un hermano del tiroteado el lunes que ha alimentado la crónica local de sucesos durante el verano. En unas noticias aparece perseguido pistola en mano hasta la casa en la que se había refugiado en el otro extremo de la ciudad. En otras es él el denunciado por disparar sobre otros vehículos. Durante las primeras horas se barajó que el asesinato de su familiar hubiese sido “un error”. Yamal, exmilitar, que conoce a toda la familia, lo descartó desde el principio: “Son como una botella y un salero, imposible [confundirlos]”. Las investigaciones policiales apuntan en la misma dirección y dan a entender que se ha dado otro salto cualitativo: “Del tiro en la pierna a tu enemigo directo se ha pasado a matar a quien puedan”.

La Policía atrapó a los tres supuestos autores del crimen, todos ya en prisión incondicional: ‘Popis’, ‘Castaña’ y ‘Colombo’, todos fichados, saliendo del garaje. Los funcionarios estaban en la barriada buscando a los que, tres noches antes, habían dejado siete agentes heridos en el apedreamiento con que fueron recibidos al ir a practicar un arresto. En ese momento oyeron las detonaciones a quemarropa y al intervenir también fueron recibidos a balazos, según las diligencias publicadas por El Faro de Ceuta.

Batalla en la calle y las redes sociales

En seis meses, la ‘Operación Plomo’ ha propiciado la detención de 36 personas, todas supuestos pistoleros o colaboradores de alguna de las dos facciones del crimen organizado que se ramifica por cada vez más barrios de la periferia. El Estado prevé sacar también del extrarradio la Comandancia de la Benemérita. La diputada localista Fatima Hamed (MDyC) rechaza el plan por suponer otro repliegue de la administración hacia el centro, el único sitio en el que aceptan quedar al aire libre hasta los pandilleros, que no solo combaten en las callejuelas y zocos de sus barrios, sino también en las redes sociales.

Instagram es una plaza pública más donde ajustar cuentas. Cada grupo ha creado perfiles de referencia donde se señala y amenaza explícitamente con fotografías, nombres y apellidos, fichas policiales y matrículas no solamente a supuestos miembros del otro clan, sino también a miembros de las Fuerzas de Seguridad por encontrarse alineados enfrente. En los vídeos y audios difundidos no solo se ven exhibiciones con armas de guerra de afines y rivales con armas largas en Ceuta y la península, sino que también se oye a capos llamar “hermanito” a agentes.

“El peligroso cóctel de corrupción, manipulación y discriminación, falta de valores, educación y paro está desangrando nuestra juventud y la comunidad: lo que está viviendo el barrio es incomprensible para la mayoría de nosotros, consternados e impotentes”, advierte el presidente de la Asociación de Vecinos del Príncipe, Abdelkamil Mohamed, tras el último asesinato, más de veinte desde 2015.

La espiral de violencia solamente ha salpicado de sangre el centro de Ceuta en verano de 2013, cuando rozando los 40 fue ejecutado en el corazón de la ciudad ‘Tafa Sodia’, que durante más de 15 años fue señalado por la Policía como “cabecilla de un grupo de narcotraficantes y extorsionadores” local. Los ‘mandatos’ eran entonces mucho más largos. Hoy, advierte un agente, acaban entre rejas o bajo tierra mucho antes y cada vez “son más jóvenes y se sienten más impunes”.

“Vamos a poner todos los medios para tratar de acabar con la tiranía de unos asesinos desalmados que sólo buscan causar el terror: aislémoslos entre todos”, ha pedido esta semana la Delegación del Gobierno en una llamada a la complicidad social que desde el Príncipe asustado y “abandonado” se recibe con recelo.

“La ciudad condenó hace cuatro décadas a ese vecindario a ser paria mientras la ‘blanquitud’, es decir, la clase trabajadora cristiano-occidental y con derechos, abandonaba el barrio y accedía a viviendas de protección oficial en otras zonas: la división en ‘dos Ceutas’ se hizo oficial”, analiza el diputado autonómico Mohamed Mustafa (Ceuta Ya!) la deriva que ha desembocado en la situación actual, en la que el Príncipe solamente recibe foráneos para acompañar al Cristo de Medinaceli, “la imagen más venerada por los ceutíes” según el cronista oficial de la ciudad, José Luis Gómez Barceló, en su traslado al centro.

“Se ha ido hasta la Cruz Blanca”

Son las dos de la tarde y las puertas del CEIP Reina Sofía, el colegio público del Príncipe, se abren a apenas 100 metros del garaje subterráneo en el que, hace doce horas, tres individuos han descerrajado “múltiples disparos” sobre un militar de 37 años que falleció poco después en la UCI del Hospital Universitario.

El impresionante despliegue de la Unidad de Intervención Policial (UIP) amplía el cordón de seguridad que custodia la reproducción judicial de los hechos hasta las puertas del patio del centro. La mayoría de padres y niños regresan a sus casas, pero cinco pequeños se quedan a vacilar a un agente. “Netflix, Narcos, la serie 'El Príncipe', Faruq... Todo eso ha hecho mucho daño”, lamenta un vecino.

Uno de los chavales, apenas 10 años, saca de su mochila una minúscula escopeta de juguete con la que empieza a bromear para hilaridad de un grupo de adultos, familiares y conocidos del fallecido, que forma un corrillo a unos metros. El niño mezcla el árabe ceutí, su lengua materna, con alguna palabra en castellano como “cargador”. Arroja el corazón de una manzana a los pies del policía y le apunta sintiéndose protagonista.

Hace tiempo que las mafias del Príncipe saltaron sin juguetes esa línea roja, la de disparar directamente sobre las Fuerzas de Seguridad. En uno de los episodios más sonados, en enero de 2019 los pistoleros abrieron fuego con un AK-47 sobre la Policía Nacional, que dejó el barrio años después que la Guardia Civil. “Se ha ido hasta la Cruz Blanca”, bromea uno de los hijos pródigos de la zona, funcionario con dos carreras, que sigue volviendo exclusivamente para visitar a su madre.

El conductor del taxi número 86 tampoco regresa más que para eso. “Muchos compañeros no suben de noche y lo entiendo, pero yo tengo allí familia, amigos…”, justifica su disposición a acudir a un barrio en el que viven alrededor de 15.000 personas y que ya ha dejado también ‘Paco el del estanco’, el “último cristiano”.

“Hace años”, reconoce María, exdocente del CEIP Príncipe Felipe, el otro colegio del área, “que nos encontramos con niños que tienen contacto directo con armas con munición, que dibujan lanchas y que dicen querer dedicarse al ‘narco’…”. Con una renta anual por familia inferior a 20.000 euros, cuatro veces menos que en el centro, y los índices de paro y fracaso escolar más elevados, el aparente éxito, aunque sea fugaz, del delincuente tiene “tirón”.

Dejado de la mano de la administración, que hace diez años buscó al ahora Defensor del Pueblo de Andalucía, Jesús Maeztu, para aplicar aquí la misma receta que en las 3.000 viviendas, el Príncipe de hoy asusta incluso a quienes ha criado. Motorista, Yamal se quitó el casco en la misma rotonda de acceso donde mataron a Buselham la última vez que tuvo que ir a la oficina del Registro General en el barrio, la última ventanilla de la administración. “Hay demasiados ‘errores”, advierte.