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Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala

La hora de los indecisos

Se acabó. O no. Dependerá de la voluntad que tengan para salir o no de las trincheras. Hablar, negociar, renunciar, alcanzar acuerdos... La democracia misma. Su esencia. Claro que el previsible ascenso de la ultraderecha complica sobremanera la formación de cualquier Gobierno. Y si no fuera posible hacerlo, cuando pase el tiempo, las consecuencias sean inevitables y ellos –los de Vox– campen ya a sus anchas por las instituciones, habrá aún quienes se pregunten por qué no hicieron nada para evitar que ese discurso del odio, xenófobo, antifeminista y neofranquista intoxicara el ambiente, los discursos, las posiciones y hasta las estrategias electorales de quienes concurren a estas elecciones.

Ya no quedan horas de campaña y falta un día para pasar por las urnas, aunque en realidad la situación de bloqueo que arrastra el país desde 2015 ha hecho de este periodo para pedir el voto el más largo de todos los tiempos. La pregunta a estas alturas en todo caso ya es solo si habrá o no tercera convocatoria y si en 2020 volverán a pedirnos que votemos de nuevo. Todo está en el aire, es la hora de los indecisos –más bien de los decididos indecisos–, aquellos que irán a votar pero aún no saben por quién lo harán, ya que la alta volatilidad hace imprevisible el resultado que salga de un cuerpo electoral en el que, el sociólogo José Pablo Ferrándiz, investigador jefe de Metroscopia, calcula que 6 millones de ciudadanos cambiarán su opción de voto respecto a abril. 

Los candidatos, por su parte, han exprimido al máximo la agenda para multiplicar su presencia en una campaña que acaba como terminó la de primavera: con Vox marcando las últimas horas; el PSOE apelando otra vez a una movilización masiva de la izquierda para frenar a la ultraderecha y el PP llamando al voto útil. Por lo demás, Ciudadanos pelea por salvar los restos de un naufragio que algunos de sus dirigentes consideran inevitable; Unidas Podemos, por hacerse con el hueco de la izquierda que Sánchez dejó libre los primeros días de campaña para arañar apoyos por el centro y Más País, por hacerse un hueco en el Congreso. Todo con el aderezo de un independentismo que, tras la sentencia del procés, vuelve a echarse al monte si es que alguna vez bajó de él y saldrá reforzado de las urnas y de una derecha mimetizada con Vox que ha acabado por abrazar hasta la ilegalización de los partidos secesionistas. ¿Constitución, dicen? La propuesta traspasa todos los límites, y aún así sostienen que ellos son los únicos garantes de su integridad y su cumplimiento. 

Los sociólogos coinciden en que la campaña ha servido de poco, salvo para Unidas Podemos y para la ultraderecha, ya que llegamos al domingo con las tendencias bastante consolidadas, esto es con Pedro Sánchez por debajo de su registro de abril, con Casado sin llegar a los 100 diputados que esperaba, con una subida de Iglesias tras el debate electoral, con Rivera en quinta posición y con la ultraderecha disparada en una España que podría ser ingobernable.

Primera conclusión: la apuesta de Sánchez por hacer de la segunda convocatoria una especie de plebiscito sobre su presidencia fue arriesgada  y, de confirmarse los últimos datos de las encuestas que ya no pueden publicarse, también baldía porque nada de lo que previó su Comité Electoral parece haberse cumplido. Ni la actuación del Gobierno ante los disturbios en Catalunya para reforzar su imagen presidencial y de firmeza ante el electorado de centro, ni la exhumación de Franco para movilizar masivamente a una izquierda cabreada por la repetición, ni la consigna de no confrontar con Vox que siguió en su único debate en televisión. Los silencios presidenciales ante la reiterada pregunta de las derechas sobre qué es un nación o si piensa contar con el apoyo de los independentistas en una hipotética investidura alimentan la cesta de votos del PP o de la ultraderecha. 

El PSOE no aspira ya en esta recta final más que a revalidar el resultado de abril. Escaño arriba o abajo, si fuera así, Sánchez habría fracasado en su intento de ampliar su mayoría para gobernar en solitario. Esto por no hablar del objetivo de debilitar a Unidas Podemos para abaratar el precio de su apoyo y sacar de la ecuación de la gobernabilidad a los independentistas, que todo apunta que saldrán reforzados y con un nuevo partido en el Congreso de los Diputados como la CUP, que amenaza con radicalizar más sus posiciones. Tampoco el resultado más que modesto que se augura para el partido de Íñigo Errejón da para la suma que los socialistas previeron dentro del bloque de la izquierda. Al presidente solo le queda confiar en una participación masiva que no registra ninguna empresa de sondeos y que ese casi 30 por ciento de abstención que aún persistía a finales de esta semana, decida finalmente pasar por las urnas y votar PSOE. Más bien un milagro (laico).

Pablo Iglesias mejoraría, por su parte, la expectativa con la que partió en una campaña en la que ha ido de menos a más y en la que el debate televisado le dio oxígeno para consolidar definitivamente su suelo electoral, pero no garantía alguna de sumar una mayoría suficiente con el PSOE y con Más País. El líder de Unidas Podemos confía en que el espacio de izquierdas abandonado por Sánchez con sus propuestas punitivas para Catalunya le permita seducir a una parte del electorado del PSOE decepcionado con Sánchez por no haber alcanzado un gobierno de coalición. 

Las opciones para el desbloqueo que se barajaron en septiembre –intra o entre bloques– han quedado diluidas según avanzaba la campaña ya que el progresivo auge del partido de Abascal, al que la demoscopia sitúa por encima de las 50 diputados, aleja la posibilidad de la llamada abstención patriótica del PP de Pablo Casado, que ya ha dicho que en ningún caso seguirá el ejemplo del PSOE de 2016 con Mariano Rajoy. Los populares ganarían en escaños respecto a abril pero empeorarían su posición en el tablero de la política de Estado en tanto en cuanto se verán arrastrados por el discurso y las propuestas de una ultraderecha en auge. Prueba de ello ha sido la impostada moderación de Casado que ha ido a menos a medida que pasaban los días y Vox se disparaba en las encuestas.

El candidato del PP empezó ofreciendo pactos de Estado y ha acabado pidiendo, junto a sus socios de bloque, la ilegalización de las opiniones políticas en una votación en la Asamblea de Madrid. Su último aliento ha sido para llamar al voto útil con intencion de recuperar todo lo que le ha quitado Abascal gracias a la crisis catalana. De ahí también su progresiva dureza contra Sánchez y el baldío intento de Ana Pastor en el debate de candidatas por situarse en la centralidad e invalidar las posiciones más extremas que hoy representa Cayetana Álvarez de Toledo. 

El estado de coma electoral de Ciudadanos hace imposible además la suma de las derechas porque las transferencias de voto son cruzadas dentro del bloque, salvo un pírrico porcentaje que Rivera cede a Sánchez, después de una campaña disparatada en la que la que Rivera ha dado para todo tipo de memes en las redes sociales. La irrelevancia en que le sitúan los sondeos lo convierte en un líder amortizado e irrelevante. Nunca nadie dilapidó tanto en tan poco tiempo. 

Hasta aquí, las consecuencias de la arriesgada apuesta de un Pedro Sánchez que decidió convertir las elecciones en una especie de plebiscito sobre su presidencia y que creyó que la ciudadanía puede estar en estado de tensión electoral permanente como alguno de sus asesores. Lo que venga después del 10N no está escrito, pero de momento ya hay apuestas por ver cuántas son las cabezas que ruedan dentro y fuera del PSOE.

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