En la primavera de 1961, el astronauta ruso Yuri Gagarin se convirtió en el primer hombre en realizar un vuelo espacial. Cuentan que, a su vuelta a tierra firme, alguien le preguntó si había visto a dios en la inmensidad del espacio. Su respuesta fue que, mirando hacia la Tierra, ni había visto ningún dios ni había podido distinguir ninguna nación.
“En un instante, aquel tipo había desmontado los dos constructos por los que los seres humanos llevamos siglos matándonos: trozos de tierra y dioses que no existen”, sostiene el periodista Manuel Saco (Ourense, 1947), que recoge esta anécdota en su libro ‘No hay dios (probablemente)’, publicado por la editorial Mong y que será presentado este miércoles 20 de marzo a las 19 horas en el Teatro del Barrio (Madrid).
La obra es una recopilación de parte de las reflexiones que durante más de tres décadas Saco fue desgranando en sus artículos de opinión. Pero, según afirma él mismo, es también un “ajuste de cuentas”, una “denuncia frontal” y descarnada de esos dioses y patrias inventados por la imaginación de quienes viven y se aprovechan de su exclusiva administración.
¿Por qué este libro?
He escrito de todo hasta que empecé a decantarme por las religiones, que son el cáncer de la humanidad. Detrás de toda guerra hay una religión: alentada directamente, como ocurre con el yihadismo; o bien por medios interpuestos a través de jueces, de legisladores… Las religiones todo lo impregnan, todo lo ensucian, son el enemigo de la sociedad. En la entrada del libro hay una cita de Saramago que dice “si todos fuéramos ateos, el mundo sería más pacífico”. Me interesaba indagar sobre cómo la humanidad se ha dejado caer en brazos de las religiones, sobre cómo gente inteligente puede manejarse diariamente con el instrumento de la razón y tragarse un cúmulo de necedades cuando llega a la Iglesia. Las religiones y los ultranacionalismos —que son otra forma de religión— son dos constructos del ser humano que no tienen sentido.
Dos años estudiando con las monjas Carmelitas, tres en los Maristas, siete en los Salesianos… ¿Cuánto de experiencia vital hay en esta obra?
La experiencia vital es fundamental. Incluso es física en algunos momentos. Llegar a los 14 o 15 años y comprender que has estado metido en un pozo, que habían violado tu capacidad de razonamiento porque eras un niño al que se le podía manipular. Aquello me sumió en una desazón terrible y una sed de venganza, entre comillas, que mantengo a día de hoy. Fui víctima de los abusos clericales de los pederastas. En el primer curso de Bachillerato, cuando tenía 11 años, había un cura profesor de francés que metía mano indistintamente a todo niño que llevaba pantalón corto. Te confesaba sudando, con una mano perdida entre la sotana. Suspiraba y gemía y no sabíamos por qué. Tú eras ese internet pornográfico que no existía entonces. Todo eso permanecía impune.
¿Lo llegó a denunciar?
Imposible. Yo era niño hace casi 70 años. Entonces, ir a casa —una casa de misa diaria, además— y decir estas cosas era impensable. Primero, porque no eras creído y, segundo, porque pensaban que estabas enfermo. Ellos jugaban con eso, con que su auctoritas dentro de la familia no era cuestionada.
¿Qué ha pensado ahora cuando ha visto informes como el Defensor del Pueblo que han puesto cifras a esos abusos?
Me retrotrajo a esa infancia donde había aquella impunidad terrible. Cómo no iba a haber pederastas si podían hacer lo que quisieran. Recuerdo a ese cura metiéndole la mano por debajo del pantalón a un niño delante de mí. Yo miraba hacia un lado y los mayores —los de sexto o séptimo de Bachillerato— miraban y se reían. Y miraba a los curas que había alrededor y todos se daban la vuelta como diciendo ‘no quiero ver eso’.
Eso era una forma de encubrimiento…
La Conferencia Episcopal hace no muchos días se negaba a dar por buenas las cifras de pederastia en España y decía que eran una exageración. Son los mismos que salieron en contra de la amnistía. ¿Qué hacen en contra de la amnistía cuando tienen en casa un enemigo que es la pederastia? ¿Por qué ese empeño? En una España federal se les acaba el chollo. Necesitan que España sea una, grande y libre para poder seguir mamando del Estado. La idea de que pueda llegar una España federal les aterra.
En 2020 se celebró el primer funeral de Estado laico en España, también se ha eliminado la simbología católica en la ceremonia de acceso al cargo del presidente y los ministros. Sin embargo, sigue pendiente eliminar privilegios de la Conferencia Episcopal, como la exención del pago de impuestos como el IBI o una ley de libertad de conciencia. ¿Confía en que esas promesas serán realidad algún día?
Es inevitable que en el futuro desaparezcan esos privilegios. La lógica así lo dice. Estamos viendo que el aumento de las personas que se declaran ateas o agnósticas es exponencial en los últimos años. Pero todas las estructuras del Estado siguen siendo profundamente cristianas. Tenemos un PSOE gobernando que, por votos, no se atreve a denunciar un concordato que es un contrato absolutamente medieval. Tendrán que pasar muchas generaciones para que la gente diga ‘no te vamos a votar como sigas manteniendo a estos zánganos’.
¿Cree que existe el riesgo de ir hacia el multiconfesionalismo en lugar de avanzar en la neutralidad frente a todas las confesiones religiosas? Es un debate que también se ha abierto desde la izquierda.
Como en otras cosas, creo que es algo en lo que también yerra la izquierda. Esto me recuerda a las multinacionales del tabaco. Todo el mundo sabe que el tabaco es malo para la salud. Todos los demás sabemos que dios no existe y que las religiones son todas falsas y todas están al servicio del engorde y el crecimiento de las estructuras religiosas. Entre ellas no se van a pelear, funcionan como las multinacionales del tabaco. En todo caso, van a defender su derecho a coexistir y, luego, ya se pelearán por los clientes, como hacen Chesterfield, L&M, Winston…
¿Cuál es el negocio de las religiones? ¿Qué es lo que venden?
Su único producto a la venta es el terror: infundir el miedo en los niños, que son su presa favorita. Una vez infundido el terror en los niños tienen esclavos adultos para siempre. Tú no puedes amar a un dios que estás viendo que no evita que tu padre se muera de cáncer o que atropellen a tu hermano o que seas pobre… Pero te dicen que si no crees es peor porque ese dios te va a castigar al fuego eterno.
Hablaba de los niños, pero en el libro recuerda que, todavía hoy, la mujer se ve obligada a reivindicar la igualdad de derechos ante el hombre para escapar a una tradición de milenios que la relegó a un papel subordinado y de esclavitud. ¿Cuánta culpa tienen las religiones de esa discriminación?
Las religiones son patriarcales. Quien inventó ese Dios era una sociedad patriarcal que no concebía que dios pudiera ser mujer. En una sociedad patriarcal y machista que inventó a los dioses, las mujeres no pasan de ser esclavas. Las mujeres no pintan nada en las religiones, son criadas. El antifeminismo que es consustancial a la derecha está bañado de la idea de las religiones antifeministas.
De hecho, sostiene que las mujeres y los homosexuales son los dos grandes colectivos despreciados y vejados históricamente por las religiones monoteístas.
La homosexualidad es algo extraordinariamente molesto para las religiones. El núcleo en el que se forman los creyentes es la familia, que está a cargo sobre todo de la madre. Si no existe ese núcleo, el cliente se te va. Así que hay que abanderar la familia de hombre y mujer creada para procrear niños que luego sirvan para alabar a ese dios psicópata que necesita que le estén adorando todos los días. Una sociedad de gais y lesbianas es inútil para ese objetivo.
También afirma que “la tragedia de la Iglesia es que su fe tiene un conflicto crónico con la ciencia”. ¿Religión y ciencia son incompatibles?
Sí. El libro pone la religión bajo el filtro de la razón. Juan Pablo II llegó a decir en un congreso científico en El Vaticano que si por casualidad hay algún conflicto entre fe y razón, la fe siempre tendrá prioridad sobre la razón. Y ya está. No hay debate porque resulta completamente imposible mantener el respeto intelectual ante quien sostiene que un dios preñó a una virgen, le hizo un hijo, para convertirlo en el cordero de dios que luego se va sacrificar para que el mundo sea liberado del pecado original o que se ha castigado a los seres humanos a morir porque sus padres comieron una manzana que estaba prohibida.
El libro es un compendio de artículos de opinión publicados en diferentes medios a lo largo de sus más de treinta años de carrera. ¿Ha sido siempre igual de libre para publicar?
Sí, siempre me he sentido libre, aunque tengo un antecedente curioso. En 1986, en Televisión Española entrevisté al hermano de Ernesto Cardenal [poeta y ministro de Cultura de Nicaragua entre 1979 y 1987]. Antes se emitió un vídeo en el que comentaba un reciente viaje de Juan Pablo II a Hispanoamérica en el que se veía cómo daba de comulgar a dictadores como Ríos Montt, Rafael Videla o Augusto Pinochet y le negaba la mano a Cardenal, el único que de verdad era persona digna de ser considerado un ser humano entre los otros. Tras eso, la Iglesia católica me mandó un escrito terrible y me excomulgó. A pesar de ello, seguí escribiendo como si fuera libre, como si hubiera libertad. Eso me costó campañas de la extrema derecha y de la derecha por todas partes, pero seguí a lo mío porque decidí no leerles para mantener mi salud mental.
En los últimos años, entidades ultra como Abogados Cristianos, Hazte oír, Alternativa Española o Falange Vasconavarra han intentado resucitar el delito de escarnio de las creencias religiosas a golpe de querella. ¿Es una reacción ante la pérdida de poder de la Iglesia ante la evidente secularización de la sociedad?
Claro. Es absolutamente necesario para ellos. Para un adulto que utilice la razón como instrumento para trabajar su intelecto, el creer que le dieron una bendición en una hostia y que, de pronto, un dios penetró allí… Llegar a entender eso y que los demás no nos riamos es muy difícil. ¿Qué han hecho ellos? Pues han dicho ‘lo voy a poner en las leyes para que, ya que no te lo crees, por lo menos impedir que te rías’. Es una defensa de ellos mismos, que están obligados a creer en unas necedades terribles, pero no quieren que los demás nos podamos reír en público de sus creencias.
Gran parte de esas iniciativas han acabado en archivo pero, en ocasiones, han supuesto para los querellados años de imputaciones, señalamiento en medios de comunicación y redes sociales. ¿Cree que hay riesgo de que se abra una puerta a la autocensura?
No es mi caso. Pero sí estoy convencido de que muchísimos de nuestros colegas en la vida se atreverían a hacer una denuncia tan frontal. El miedo, el resquemor a la serpiente que todavía tenemos metida en nuestro cerebro, sigue funcionando en muchos de nuestros colegas aunque digan ser ateos. No es nada fácil.