Las colas para conseguir una de las acreditaciones que autorizaba a los periodistas a cubrir todos los actos relacionados con la proclamación de Felipe VI duraron todo el miércoles a las puertas del Senado y se postergaron hasta la madrugada. Al final, la oficina ha estado abierta toda la noche. Muchos han tenido que recogerla este jueves a partir de las siete y correr después hasta el lugar de trabajo. La desorganización de Moncloa ha convertido la acreditación para la coronación en un calvario. La frase más repetida: “Vuelve luego o mañana, que seguro que la consigues”.
A pesar de que los medios de comunicación habían tenido que enviar correos electrónicos con todos los datos requeridos de los periodistas, técnicos y cámaras, la mayoría de las acreditaciones no estaban hechas. Eran unas mil y pocos la consiguieron a la primera. Una gran parte tuvo que volver varias veces durante el día para intentarlo de nuevo. La media de espera llegó a ser de cuatro horas. El retraso hizo que muchos no pudieran realizar sus conexiones en directo porque no llegaron a tiempo al acto de la abdicación en el Palacio Real.
“Vosotros habéis comido, ¿verdad?”, preguntó una funcionaria a dos periodistas que le reclamaban la tarjeta amarilla que autorizaba a acceder a las zonas protegidas y la azul que daba derecho a entrar en el Congreso. Antes de que se le respondiera, se deshizo en lágrimas y una compañera la acompañó dentro del Senado para que se calmara y pudiera retomar su tarea unos minutos después.
Aunque el número de funcionarios era notable, Moncloa no era capaz de dar una explicación más allá de “se han estropeado dos ordenadores” o “ha fallado una impresora”. El resultado fue que se volvieron a tramitar desde el principio y no sirvió de nada la información enviada días antes. Como ejemplo, en los datos previos se exigía una foto para que figurara en la tarjeta plastificada, pero los funcionarios explicaron que no las habían podido visualizar, así que se hicieron sobre la marcha.
El enfado de los periodistas fue creciendo según avanzaba el día y el sol que caía a plomo sobre los que esperaban. En el caso de los medios de comunicación extranjeros, la indignación se acompañaba de asombro ante la ineficacia y la falta de explicaciones. “Nos hemos acreditado previamente un redactor, un cámara y dos técnicos”, se quejaba una periodista. “Siempre puedes verlo por las pantallas gigantes instaladas”, fue la respuesta de Moncloa. La periodista tuvo que explicarle que para eso no se desplazaba a cuatro personas desde EEUU.
Una vez comprobado que la tarjeta no estaba lista, el proceso consistía en suplicar de mesa en mesa que volvieran a tramitarla. Una primera funcionaria comprobaba que el nombre apareciera en la base de datos y, con suerte, realizaba otra foto con una webcam. A algunos, este trámite les llevó cinco horas. Pero no bastaba con eso. Los nombres eran enviados en un listado a Seguridad para que diera el visto bueno, lo que llevaba otras dos horas como mínimo. El paso final, que consistía en esperar a que se imprimiera la tarjeta amarilla, también llevó horas.
Si la tarjeta amarilla se convirtió en un imposible, no ocurrió lo mismo con la azul que autorizaba a entrar en el Congreso. Los servicios de prensa de la Cámara sí habían realizado a tiempo su trabajo, por lo que conseguir la azul era fácil. El problema es que sin la amarilla no se podía acceder hasta la Carrera de San Jerónimo. Algunos consiguieron otra acreditación temporal para acceder a la zona de prensa del Senado y esperar allí con aire acondicionado.
El caos hizo que miembros de la Secretaría de Estado de Comunicación acabaran su jornada ante el ordenador como el resto de funcionarios. Muchos periodistas han entrado en el Congreso con tarjeta sin foto asociada o, lo que es peor, con la foto de otra persona. El misterio de las bases de datos hizo que, después de haberse hecho la fotografía en el momento, la que saliera impresa después fuera otra. En algunos casos, las fotografías correspondían a las de pasaportes ya caducados que habían servido para acompañar a José Luis Rodríguez Zapatero o María Teresa Fernández de la Vega en sus viajes al extranjero.