Vivió gran parte de su vida oculto, incluso simulando morir antes de que le tocara hacerlo, para poder huir mejor, sobre todo de las noticias que él protagonizaba y de la mala fama que le daban, y terminó muriendo igual, con una muerte que logró esquivar las noticias y los focos. Hasta hoy. Francisco Paesa, espía, banquero, prófugo internacional, playboy, personaje inclasificable, falleció el pasado 3 de mayo a los 87 años a las afueras París, donde vivía desde hacía décadas, según ha podido confirmar elDiario.es en el registro oficial de Bois-Colombes, municipio en el que residía.
Con Paesa desaparece un gran protagonista de la España de los años noventa y también uno de los personajes más insólitos e interesantes de la historia reciente del país. Una mezcla de agente de inteligencia, diplomático, experto en finanzas internacionales, embaucador y, sobre todo, prestidigitador del dinero.
En aquellos años noventa protagonizó su caso más famoso, que se convirtió también en su escándalo más sonado. Paesa colaboró entonces con la fuga del director de la Guardia Civil, Luis Roldán, acusado de corrupción. El político había reunido un botín millonario cobrando comisiones ilegales de las reformas de las casas-cuartel de la Guardia Civil en todo el país y saqueando los fondos reservados del Estado. En total, más de diez millones de euros hoy. Paesa lo ocultó en París y le ayudó también a esconder el millonario botín moviéndolo entre bancos internacionales.
Tras la huida de Roldán, cuando ya había trascendido y era un escándalo político creciente para el gobierno del PSOE, Paesa colaboró con el Gobierno, previo pago de una recompensa, para entregar a Roldán. Supuestamente, tras aquella operación Paesa se quedó con todo: con el rescate y con la fortuna corrupta. Eso cuenta la versión más oficial, si es que la hay, de la historia, que es también la versión de Roldán. Según la suya, Paesa fue devolviendo el dinero a los abogados de Roldán y a su mujer mientras el político estaba en la cárcel. La versión real, hoy, tras su muerte, es uno de los muchos secretos que se ha llevado a la tumba. Y pocas veces se aplica mejor la frase hecha que con Paesa.
Roldán también se los llevó en marzo de 2022, cuando falleció a los 79 años. Su caso fue uno de los más célebres y polémicos de unos años de corrupción ligada al Partido Socialista que terminarían costándole la presidencia a Felipe González. También fue el caso que más contribuyó a construir el perfil de Paesa. Más aún cuando, en 1998, mientras a Roldán lo condenaban, él se inventaba su propia muerte publicando una esquela en el diario El País. Esta esquela, que incluía una referencia a los cantos gregorianos que se iban a entonar en su honor, forma ya parte de las obras cumbre de la picaresca española.
Nacido en Madrid en 1936, Paesa apenas tenía 30 años cuando logró el primer hito de su currículum. Fue en los años sesenta en Guinea Ecuatorial, que proclamaba entonces su independencia de España. Paesa convenció a Francisco Macías, primer presidente democrático del país y poco después dictador, para crear un banco central. La aventura duró un suspiro porque Paesa acabaría huyendo del país acusado de estafa. Las huidas fueron siempre una dinámica de su vida. En esta ocasión lo hizo a Ginebra e inició allí una nueva vida.
En Ginebra, Paesa descubrió y aprendió el secreto de los bancos con secreto. También se convirtió en un personaje célebre, habitual de la prensa del corazón, de las revistas de papel cuché, por su relación con Dewi Sukarno, la japonesa viuda del dictador Sukarno de Indonesia. Con ella, y vestido con abrigo de piel, posaba en 1973 para la portada de ¡Hola! en la estación de esquí de Gstaad.
Durante sus años en Suiza, Paesa estableció las relaciones con los traficantes de armas que le permitirían colaborar, años después, con el Gobierno español en la lucha contra ETA. Fue en 1986 con la conocida como operación Sokoa. Paesa vendió primero una partida de pistolas de nueve milímetros a la banda terrorista, y después dos lanzamisiles que llevaban incorporados sendos localizadores cedidos por la CIA. Gracias a estos se descubrió en la fábrica de muebles Sokoa, en el País Vasco francés, un almacén oculto de ETA con un arsenal que incluía los misiles, pero, sobre todo, repleto de cajas de documentos e información que revelaban desde estructuras clave de la banda hasta los millonarios ingresos que obtenía con el todavía desconocido impuesto revolucionario.
Tres años después el juez Baltasar Garzón quiso procesar a Paesa acusado de presionar a una testigo de los GAL, los grupos y acciones paramilitares contra ETA financiadas con los fondos reservados del gobierno en los años ochenta. Paesa no era entonces Paesa sino Alberto Seoane, pero Garzón no pudo hacer nada más que emitir una orden de busca y captura porque Seoane, que era Paesa, estaba desaparecido. Había vuelto a huir. Como haría, de nuevo, años más tarde, tras el caso Roldán, con esa fuga que incluía su muerte simulada.
Paesa no tenía causas pendientes en España, pero continuaba viviendo oculto. Lo hacía en París, donde aseguraba que tenía protección de los servicios secretos franceses, con los que había colaborado también en el pasado. Y durante los últimos años, a las afueras de la capital francesa, en Bois-Colombes, donde murió en mayo.
De la historia de Paesa, de su historial, de ahí lo fascinante del personaje, se conocen sobre todo los episodios de su biografía relacionados con España, pero apenas se sabe nada del resto. Y hablamos de un hombre que vivió en Buenos Aires, en Londres, en Bahréin o en el Líbano, entre otros países, y que dispuso de pasaportes de muchos de esos países. De Santo Tomé y Príncipe, una isla-Estado minúscula frente a la costa de Guinea Ecuatorial, llegó a ser incluso embajador ante la ONU en Ginebra. Lo más importante para él del puesto era, por supuesto, el pasaporte diplomático que incluía.
Tampoco fue Francisco Paesa el protagonista de una de sus últimas escapadas, sino Francisco Pando, una identidad que utilizó con frecuencia, sobre todo a finales de los años noventa, cuando Roldán cumplía ya condena, España se olvidaba del escándalo y Paesa estaba muerto, como decía su esquela. Hasta 2004 no lo encontraría un detective en Luxemburgo. Lo contaría el diario El Mundo en portada: “El muerto está vivo”; un año después le entrevistó Interviú.
Paesa volvía a ser Paesa y a seguir escabulléndose. Tras él tenía ya, lo ha tenido hasta su muerte, al magnate ruso Alexander Lebedev, afincado en Londres, dueño, entre otros negocios, de The Independent. Lebedev lleva veinte años persiguiendo a Paesa por una operación en Bahréin en la que desaparecieron veinte millones de dólares suyos y sólo diez volvieron a aparecer. Según la versión del ruso, Paesa, o Pando, o Sánchez, no importa la identidad ni el pasaporte sino el hombre, lo estafó. Según Paesa, los estafaron a ambos: fallaron los contactos en Bahréin y fue un príncipe, supuesto socio, quien se la jugó cuando iban a abrir un banco con ese dinero y se lo quedó.
La verdad es que Paesa ha muerto a los 87 años, habiendo esquivado en la vejez hasta el acecho de un exagente soviético como Lebedev. Y en París, donde llevaba décadas viviendo y donde ya ocultó a Roldán en una fuga tan de película que como tal llegó a los cines en 2016 con el título ‘El hombre de las mil caras’, basada en la novela de Manuel Cerdán 'Paesa, el espía de las mil caras'. El director, Alberto Rodríguez, y el guionista, Rafa Cobos, confesaban que les había impresionado el personaje hasta la obsesión por querer saber más sobre él. Y eso que no lo conocieron. Ni siquiera, de hecho, sabían mientras hacían la película si aún estaba vivo. Lo descubrieron el mismo día que la estrenaron en el festival de San Sebastián, cuando apareció el viejo espía posando en la revista Vanity Fair. Parecía un golpe de efecto digno de Paesa, el playboy. O de Pando. O de Sánchez. De ese hombre que vivió entre sombras y cuya muerte final sale hoy, tres meses después, a la luz.
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