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OPINIÓN | El BATNA de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias
El Gobierno pide a Iglesias que abandone el tacticismo y le emplaza a hablar de “políticas”
“Hemos tenido tiempo de conocernos y de ajustar nuestra sintonía”. Así hablaba Pedro Sánchez de su relación con Pablo Iglesias en Manual de Resistencia, el libro que publicó tras su llegada a la Moncloa. Fue precisamente la moción de censura que le hizo presidente la que mejoró la relación entre ambos dirigentes. Pero su trato ha pasado por altibajos desde que el líder de Podemos irrumpió en el tablero político y el socialista comenzó su etapa al frente del partido centenario hace ya cinco años. Ahora, en un momento decisivo para la gobernabilidad que de ellos depende, atraviesan por momentos de tensiones exacerbadas.
Ni aritmética, ni geometría variable, ni CIS. El motivo principal por el que Sánchez está ahora cerrado en banda a dejar huecos a Unidas Podemos en su gabinete es su desconfianza total en los de Iglesias. En la retina de los socialistas siguen intactos algunos de los desplantes del que ha sido su “socio preferente”, aunque hayan pasado más de tres años desde algunos, como aquella rueda de prensa en la que se erigió vicepresidente del socialista, quien debía agradecerle “la sonrisa del destino” de ser presidente. Sánchez se enteró de la propuesta por el rey Felipe VI, que le informó de lo que había hablado con Iglesias justo antes de reunirse con él.
Para Pablo Iglesias el problema también radica en la desconfianza. En una primera fase, el secretario general de Podemos mantuvo una relación fría y distante con su homólogo del PSOE, quien se esforzaba en las ruedas de prensa por no usar siquiera la palabra “podemos”, a quienes consideraba populistas. Corría 2014 y el partido recién fundado escalaba sin descanso en las encuestas hasta hacer cumbre a principios de 2015. El CIS al que apela ahora el PSOE para amenazar con una repetición electoral recogía una creciente desafección hacia los de Sánchez. Tanto, que la por entonces socióloga de cabecera de Iglesias, Carolina Bescansa, llegó a darlo por “muerto” políticamente, tal y como se ve en la película de Fernando León de Aranoa Política, manual de instrucciones. Era el tiempo en el que Podemos quería comerse al PSOE. Sorpassarlo. Estuvo cerca, apenas a unos miles de votos, pero no lo consiguió.
La investidura fallida de 2016, el mensaje que Iglesias le lanzó en un debate (“cuídese de Felipe González”) en el que enervó a los socialistas con su alusión a la “cal viva”, el acuerdo de Sánchez con Albert Rivera y el fiasco del 26J para la izquierda siguieron por la misma senda de distanciamiento. Pero la segunda mitad de aquel 2016 lo cambió todo. El golpe de mano del Comité Federal, que acabó con la dimisión de Sánchez; la confesión del entonces exlíder socialista ante Jordi Évole, a quien le aseguró que el veto a pactar con Iglesias llegó de los poderes económicos, entre los que citó a Telefónica y a Prisa; y la posterior reinvención de Sánchez como un hombre que se alejaba del establishment tanto como se acercaba a la militancia de su partido, no solo reescribieron la historia del actual presidente en funciones, sino que ayudaron a perfilar una nueva relación entre ambos.
Esa nueva relación nunca ha sido de amistad ni de absoluta confianza porque el feeling entre ellos no ha terminado de fluir. Pero ambos reconocieron al otro como un aliado imprescindible sin el que ninguno podría lograr sus respectivos objetivos políticos. Con Sánchez fuera del Congreso, Iglesias se erigió en principal oposición de Mariano Rajoy durante unos meses. Incluso lideró una moción de censura a sabiendas de que no recibiría los apoyos necesarios.
Durante 2017 y 2018, mientras libraba sus propias batallas internas, aprovechó para tejer relaciones con el resto de actores políticos. Especialmente, con el independentismo catalán y con el PNV. Unas alianzas que fueron fundamentales en mayo y junio de 2018 para sacar adelante la moción de censura que llevó al secretario general del PSOE al Palacio de la Moncloa.
Sánchez reconoció en su libro de memorias que las relaciones con Iglesias mejoraron a partir de ese momento. “En esa mayor sintonía, y el reconocimiento mutuo de méritos políticos, sin duda se halla el comienzo de una mejora en la relación que abonó el triunfo de la moción de censura en 2018”, admite al asegurar que la relación se convirtió en ·mucho más que normal, es fluida y cordial, con complicidad“.
Sin embargo, las discrepancias políticas de fondo que existen entre Podemos y el PSOE no tardaron en emerger. Fue ese mismo verano. El Gobierno y el grupo confederal negociaron durante semanas un acuerdo político para sacar adelante el techo de gasto. No salió adelante porque el PP tenía controlado el Senado, pero sirvió como base para continuar las conversaciones.
Unos meses después, en octubre de 2018, Sánchez e Iglesias firmaban en la sede de la Presidencia del Gobierno un acuerdo presupuestario que cerraron ambos, mano a mano, en diferentes reuniones, ante las dificultades de los equipos negociadores. Lo que por abajo no se podía cerrar, se lograba por arriba. Pero el desgaste para la relación entre los dos dirigentes era notable. El arranque de 2019 fue definitivo para la quiebra: el decreto de la vivienda que no atajaba la subida de los alquileres, la revalorización de las pensiones por ley, la guerra del taxi con el VTC, la factura de la luz, … Las diferencias no paraban de aflorar y, para colmo, arrancó en el Supremo el juicio del procés. Los Presupuestos decayeron y la legislatura saltó por los aires.
En la campaña electoral se mantuvo cierto fair play más allá de algún golpe de Iglesias en los debates, en los que reprochó a Sánchez su ambigüedad ante un posible pacto con Ciudadanos y por su falta de acción ante las denominadas cloacas del Estado. El presidente, que entonces pugnaba por hacerse con el votante de centro, ni siquiera entró y se limitó a agradecer su colaboración en los últimos meses. En la recta final, el presidente se abrió incluso a incorporar a sus socios en el Gobierno, pero tras algunos vaciles, la puerta se ha cerrado completamente. Al menos por ahora.
En Podemos han sacado algunas lecciones del último año. La primera, la de no fiarse del otro, aunque sea aliado. Como señaló Pablo Iglesias en una entrevista en eldiario.es, “la política no se tiene que fundamentar en la confianza, sino en las garantías y en las correlaciones de fuerzas”. Por eso, en el grupo confederal ya plantean que, además de los acuerdos, con el PSOE hay que negociar y pactar las diferencias. Por ejemplo, qué pasaría ante una hipotética sentencia condenatoria para los políticos juzgados por el procés.
Los problemas de una gestión conjunta del Gobierno no los tendría solo el PSOE. En Unidas Podemos también existe temor a contaminarse de todo lo que hagan los socialistas. Por ejemplo, en Bruselas en materia de refugiados o de libre comercio. Con las concertinas de la valla de Melilla. Sobre el papel de la Monarquía y el control de sus actividades. O con las relaciones que el Estado mantiene con países como Arabia Saudí.
Aquel mismo 11 de octubre que Iglesias y Sánchez firmaban en la Moncloa el acuerdo presupuestario, el presidente del Gobierno se reunía en secreto con el embajador de la teocracia árabe. El contexto: la crisis por el asesinato del opositor Jamal Khashoggi y por la venta de un lote de misiles al reino saudí, que primero no se iba a autorizar, pero que finalmente se llevó a cabo.
Las contradicciones son, así, de ida y vuelta. La visión mayoritaria en la cúpula socialista es que tendrían un problema asegurado compartiendo Gobierno con Iglesias en el conflicto territorial. Ante la sentencia del Supremo y la posible reacción en Catalunya, en el PSOE sostienen que la respuesta del Gobierno debe ser unánime. PSOE y Unidas Podemos han tenido fuertes divergencias en cuanto al conflicto catalán, como el apoyo de los primeros al 155 tras la declaración de independencia, que fue muy criticado por Iglesias. Aunque el derecho a la autodeterminación es una exigencia que ha desaparecido de las condiciones de los comunes para apoyar a Sánchez, e incluso tampoco lo plantea ERC, los socialistas temen que sea un tema que puede salir en cualquier momento, y más si dependen de ERC, y defienden que el Ejecutivo debe tener una posición “sólida” frente al referéndum.
En Unidas Podemos sostienen que esos problemas que pueda generar el independentismo catalán ante una sentencia condenatoria no desaparecerán si ellos no están en el Gobierno. Todo lo contrario. Se afanan en explicar que un Ejecutivo con 165 diputados en el Congreso resistirá mejor los embates de la legislatura que uno con 123. Sánchez dejó claro en su primera entrevista tras el 28A este jueves que tiene “discrepancias de fondo” con Unidas Podemos sobre Catalunya y una manera distinta de encarar el desafío, a pesar de que Iglesias le ha prometido “lealtad” en ese tema. “Yo se lo agradezco, pero el hecho cierto es que tienen una forma de abordar la crisis, que es el derecho de autodeterminación”, fue la respuesta televisada de Sánchez, que apuesta por resolver el conflicto dentro de los márgenes del Estado autonómico.
Iglesias quiere garantías de que se cumpla lo pactado. Y, ante lo ocurrido en los diez meses de Gobierno en solitario de Pedro Sánchez, creen que solo existe una: que en el Consejo de Ministros haya personas designadas por Unidas Podemos. Iglesias no vetará a nadie que proponga Sánchez, dicen. Pero debe funcionar igual a la inversa.
Sin embargo, el PSOE considera que el poder de Iglesias ha quedado menguado en las urnas y que no tiene fuerza suficiente para reclamar estar en el Consejo de Ministros. Además, a los socialistas les sienta mal que su intención sea la de fiscalizar al Ejecutivo. “No entendemos un Gobierno vigilado ni condicionado”, fue la respuesta del secretario de Organización, José Luis Ábalos, a ese planteamiento. En el PSOE sienta muy mal que Iglesias haga explícita esa desconfianza programática.
Con esos mimbres, los socialistas están convencidos de que la convivencia no sería pacífica con Unidas Podemos en el Consejo de Ministros. “Hay que ofrecer un Gobierno con un mensaje coherente –dijo Sánchez en Telecinco–. No necesitamos un cogobierno, dos gobiernos en uno”. En Moncloa y Ferraz sostienen que las desavenencias se airearían en los medios de comunicación: “Te montan un lío y te enteras por una rueda de prensa que dan en la calle Princesa –comenta un destacado dirigente socialista–. Y si por lo menos tienes mayoría absoluta, vale”. En el PSOE consideran que si los números dieran entre las dos formaciones podrían asumir el desgaste de las crisis internas, pero que no merece la pena si, además, tienen que depender de otras formaciones para ir sacando los proyectos adelante. También argumentan que la entrada de Unidas Podemos complica el día a día con PP o Ciudadanos, a quien Sánchez ha ofrecido hasta ocho Pactos de Estado.
Los de Iglesias tienen claro que la renuncia a compartir el Gobierno radica, precisamente, en que Sánchez quiere entenderse con Ciudadanos y, si llega el caso, también con el PP. Como en 2016, sostienen en Unidas Podemos, cuando el PSOE negoció un acuerdo con Albert Rivera mientras jugaba al despiste con ellos.
En el Ejecutivo tampoco confían en la discreción de Iglesias. Precisamente en Moncloa se jactan de haber controlado la información sin apenas fugas desde el Consejo de Ministros: “Podemos lo filtra en tiempo real”, dice un alto mando socialista. En Ferraz acusan al grupo confederal de haber filtrado la reunión secreta que mantuvieron Sánchez e Iglesias el pasado 17 de junio y que reveló eldiario.es. Unidas Podemos, por su parte, señala a la Moncloa.
En esos últimos encuentros, la tensión ha sido palpable entre Sánchez e Iglesias, según las fuentes consultadas. La primera de esas reuniones discretas duró media hora escasa y la siguiente apenas llegó a la hora. Aunque en el PSOE insisten en que “hay bases sólidas para llegar a un acuerdo” con Unidas Podemos, la posición actual es de bloqueo tras el rechazo del Gobierno a la propuesta de Iglesias de someter a votación en el Congreso “un acuerdo integral de coalición” y “revisar” su exigencia de tener puestos en el Consejo de Ministros si fracasa. “La composición de un Gobierno tiene que ser por la confianza y empatía que genere en el presidente”, admitió Ábalos hace unas semanas. Y por ahora, la desconfianza es mutua.
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