¿El 15M es un punto de partida o un punto de llegada? Seguramente sea un punto más en una línea sinuosa que se conecta –y conecta– con muchos otros anteriores y posteriores. Uno de esos puntos anteriores con los que se puede conectar el 15M son los movimientos que, casi una década antes, agruparon a la ciudadanía proveniente de diferentes militancias sociales, políticas y sindicales: el Nunca Máis (2002); el No a la Guerra (2003); V de Vivienda (2006)...
Todos esos movimientos tienen algo en común: la conexión de gentes diversas en la impugnación de poderes y gobiernos por la gestión de problemas universales: el medio ambiente; la paz; el hogar...
El 15M fue un estallido de eso, y en torno al 15M nacieron, bebieron y confluyeron otro tipo de mareas que, de una manera o de otra, suben y bajan: la de la educación pública, la de la sanidad pública, la de la precariedad, la del agua púbica, contra los desahucios...
Hace 15 años, el 15 de febrero de 2003, millones de personas de toda España y de medio mundo salieron a la calle para denunciar la guerra de Irak. La segunda guerra de Irak, podría decirse, porque en la anterior, en la que George Bush padre dijo haber perdonado la vida a Sadam Husein, la contestación social fue mucho menor.
Algo había pasado en esos diez años.
Y había pasado que los argumentos para ir a la guerra de Irak se demostraron falsos: unas supuestas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron. Y con esa mentira Europa se lanzó a una guerra que aún sigue viva. En el caso de España, la bancada popular ovacionó la votación en la que se aprobó la entrada en la guerra.
La guerra sacó a millones de españoles en la calle, situó a Aznar no ya en el bando de las Azores, sino también en el de los políticos que retorcieron la verdad: un bando en el que se quedará para siempre tras su gestión de los atentados del 11M.
Entre esos millones de manifestantes estaban los partidos de la izquierda –PSOE e IU–; los sindicatos mayoritarios –CCOO y UGT– y los no tan mayoritarios –USO, CNT, CGT–, y activistas de diferentes luchas –en la foto del reportaje del tuit de Pablo Iglesias aparece el líder de Podemos en 2003–....
Pero, sobre todo, estaba una ciudadanía transversal que impugnaba a un Gobierno que, con mentiras, llevaba a su país a la guerra. Es decir, comenzaban a escribirse estrofas que se convertirían en la banda sonora del 15M: “No nos representan”.
A ese no nos representa se sumó un ingrediente que seguramente fue fundamental para articular el 15M: la crisis económica y su gestión –“No es una crisis, es una estafa”.
En 2003 aún quedaban años de inflar la burbuja inmobiliaria y económica. Pero el castigo del Partido Popular por la guerra y el 11M llevó a José Luis Rodríguez Zapatero a La Moncloa al grito de “no nos falles”. En mayo de 2010, un año antes del 15M, Zapatero aprobó los mayores de la historia de España hasta el momento; en agosto de 2011, Zapatero reformó el artículo 135 de la Constitución de la mano del PP para priorizar el pago de la deuda a cualquier gasto –consecuencia de eso es el marco normativo que ha llevado al choque entre el Ayuntamiento de Madrid y Cristóbal Montoro, y que ha terminado con la destitución de Carlos Sánchez Mato–. 2011 acabó con un gobierno de Mariano Rajoy con mayoría absoluta tras las elecciones del 20N.
¿Habrá otro desborde ciudadano? Las últimas grandes movilizaciones desbordantes han tenido diferentes detonantes, catalizadores que han echado a millones de personas a la calle con la ilusión de que todo era posible, como ha pasado recientemente con las movilizaciones a favor o en contra del 1-O en Catalunya: parecía que cada garganta podía ser decisiva.
¿Cuál será el siguiente Gamonal, en alusión al estallido movilizador del barrio burgalés en 2014? ¿La precariedad? ¿la reforma constitucional? ¿la impugnación de la monarquía? Puede saltar en cualquier momento, pero a día de hoy sólo el movimiento feminista parece tener potencia movilizadora y de desborde, como se vio el 8M de 2017 y como volverá a verse el 8M de 2018.