Sentadas ante un futurible, 17 mujeres asisten a un taller donde tres hombres les dan nociones sobre cómo gestionar uno de los vínculos más difíciles para cualquiera: el que te une a un banco. A la entidad financiera, se entiende. Preguntan cómo realizar transferencias internacionales o la forma de evitar los pagos de un préstamo cuando estás “dentro”. En este caso, dentro de Alcalá-Meco. Porque, además de su condición de mujer, la mayoría de las alumnas comparten otras: ser pobres, extranjeras y que un hombre se lucró con ellas. Los tres varones que les hablan tienen otras intenciones: explicar el TAE, la diferencia entre crédito y préstamo o plantear, aunque sea sucintamente, el recurrente debate acerca de si las hipotecas hay que solicitarlas a tipo fijo o variable.
Alcalá-Meco I aparenta ser el jardín de Alcalá-Meco II. La primera es prisión de mujeres; la segunda, de hombres. Desde fuera, esta última se presenta como una sucesión de mazmorras rodeadas de altos muros coronados por alambre de espino. En Alcalá-Meco I, por contra, los módulos son construcciones de tejado piramidal y dos plantas que podrían recordar a un modesto albergue juvenil si no fuera por el enorme cerrojo de las celdas. Las internas circulan por el recinto con relativa libertad. Es miércoles y el otoño presta sus últimos rayos de sol.
En uno de los locales de la cárcel, las 17 mujeres atienden en absoluto silencio las explicaciones del director territorial del Banco Santander, Alberto Delgado, quien se ha prestado a impartir en Madrid el taller Finanzas para mortales con el que la entidad ha recorrido ya varias cárceles de hombres en Galicia, Cantabria, Valencia y Castilla y León.
El director de la prisión, Jesús Moreno, explica fuera a un grupo de periodistas que ha habido que seleccionar a las 17 mujeres porque había muchas más candidatas al curso. Dentro, los representantes del banco explican lo importante que es para la “economía familiar” vivir con el 90% de tus ingresos, dedicar la mitad a la vivienda, la luz, el agua… otro 30% al ocio o la ropa, y dejar el 20% restante para ahorrar y cubrir algún imprevisto. Hablan de abrir un archivo Excel, pero basta “con una hojita de papel” donde reflejarlo.
La explicación se interrumpe con un vídeo de toque humorístico sobre la vida de un derrochador de andar por casa, u otro explicativo de conceptos bancarios que protagoniza Leo Harlem. Vuelven a tomar la palabra los bancarios para explicar la diferencia entre el TIN y el TAE. Pero llega el momento de hablar del Euribor, tan importante para las hipotecas a tipo variable. “Es el precio del dinero”, dice Delgado. Y pareciera que, por un momento, se percatase del absurdo de esa descripción fuera del mundo de los economistas. “Bueno, está chulo saberlo”, dice para salir del apuro ante las “mortales”.
Alberto Delgado es un hombre de mediana edad, con traje y sin corbata, flanqueado por dos asistentes vestidos de una forma algo más desenfadada, bastante más joven uno de ellos, que van trufando sus intervenciones con explicaciones llanas y algún apunte. Entre los tres aprovechan para explicar la diferencia entre crédito y préstamo.
En segunda fila escucha atenta Denís. Tiene 23 años, es de Venezuela pero lleva cuatro en España. Apenas unos meses en prisión. “Entré ya con la pandemia”, explica luego al periodista. Denís utiliza el turno de preguntas para saber si el banco interrumpe los pagos de un préstamo cuando estás en la cárcel. El representante del Santander recomienda negociar con la entidad que se detengan a la espera del cumplimiento de condena, pero avisa: “Seguirás pagando los intereses”.
En el único banco del que consta la primera fila está Karen. 28 años, brasileña, menuda. Su historia es la de tantas compañeras. La detuvieron en Barajas según ponía un pie en España, así que ha aprendido el idioma en la cárcel. Además de por el lugar que ha escogido para sentarse destaca por su atuendo: viene de un taller de pintura y no ha tenido tiempo de quitarse el mono manchado. Ha cumplido la mitad de su condena y la Junta de Tratamiento está decidiendo sobre su tercer grado. Todo lo que aprenda hoy solo podrá ponerlo en práctica en Velo Horizonte: su condena implica la expulsión inmediata. Si le conceden la libertad provisional irá directa al avión.
“Tened cuidado con prestar un aval”, explica Alberto Delgado: “Parece sencillo firmar y que no tiene consecuencias, pero si no paga a quien avalas, lo terminas haciendo tú”. Con todo, su mensaje-fuerza es el siguiente: “Tienes que construir tu historia financiera”. Lo repite varias veces y al final da una pista de lo importante que es no solo para que la economía familiar haga aguas: “Es bueno que tu banco te conozca, por ejemplo cuando vas a pedir una hipoteca”.
Hablar con Catalina, colombiana, de 37 años, permite intuir que es quizá la interna que más partido ha sacado a la charla. Catalina tenía un negocio en su país de venta de ropa y productos de belleza por Internet. Su historia en España es de ida y vuelta. Regresó a su país de origen y allí la detuvieron por un delito que le reclamaba España. Explica que está pagando los errores de su exmarido, que no había nada con qué condenarla… Y que habla cada dos días con su hijo de diez años, al que cuida en Colombia su familia.
“En España hay cierto racismo, aunque no sea generalizado. Al salir con una pulsera va a ser difícil buscar empleo”, explica con soltura. Así que ella opta por ser emprendedora, de ahí su máximo interés por lo que han venido a explicarle. Catalina entró en una cárcel colombiana embarazada de tres meses. “Esta cárcel comparada con las de allá parecen de intercambio universitario”, afirma ladeando la cabeza.
Dentro, otras internas han preguntado por la posibilidad de utilizar el Bizzum con otros países -respuesta negativa- o abrir una cuenta y ponerla a nombre de un hijo o nieto, que también hay abuelas entre las asistentes, pese a que todas son relativamente jóvenes. A Mariana no le cuesta sonreír. Es venezolana y tiene también la nacionalidad española. Fue detenida en Austria y extraditada a España. Conviene que el alemán que habla le puede ayudar cuando salga. “Al principio parece imposible para un español, pero se termina aprendiendo”, cuenta. Luego, se coge del brazo con su amiga Denís, y toman dirección al comedor: “El curso está muy bien. Aquí los días se hacen muy largos”.