Sólo faltaba la música fúnebre. Pocas veces el anuncio de formación de un nuevo Gobierno ha tenido el aire lúgubre de la rueda de prensa que dieron el viernes los líderes del Partido Popular y Vox en Extremadura. Parecía un funeral de cuerpo presente con la salvedad de que el cadáver era el de la persona que va a ser la próxima presidenta de la región. Estaba viva y muerta al mismo tiempo, y lo primero sólo se puede afirmar con seguridad porque abría la boca y salían sonidos de ella. Cuanto más hablaba María Guardiola, más se respiraba en el ambiente el olor de la humillación.
Cerca del final, un periodista le preguntó si había pensado en dimitir durante el proceso de negociaciones. Ahí Guardiola se hundió por completo. Primero, confesó que sí, que lo había pensado. Luego, vino la confesión completa: “Este paso para mí es doloroso, pero en el futuro se verá que es lo correcto”. A día de hoy, sólo es posible transmitir el pésame a sus deudos. En el que debía haber sido el día más feliz de su carrera política, tuvo que reconocer su abatimiento: “Mi palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños”. Lo único positivo es que no hubo que llamar a los servicios médicos del Parlamento para que le suministraran una dosis de adrenalina de las que despiertan a un caballo.
Hace menos de diez días, Guardiola había dicho que no podía pactar con Vox. No porque el partido de extrema derecha tuviera pocos escaños o porque exigiera demasiadas carteras en el Gobierno de coalición. Por una cuestión de principios. No toleraba compartir Gobierno con un partido que negaba la violencia machista. “No voy a gobernar con Vox”, dijo enérgica.
A partir de ese momento, recibió una fortísima presión de la dirección nacional de su partido, que incluía ataques incluso peores en la prensa de derechas. “Si tuviera una sola idea, le daría un ictus”, dijo Federico Jiménez Losantos con su predilección personal por los insultos más hirientes. Cuando el jueves el acuerdo se daba por hecho, Luis Herrero, columnista de ABC, escribía el epitafio político de Guardiola, y eso que aún no ha comenzado a gobernar: “Ella pasará a la historia no como la presidenta extremeña que llegó al poder por haber conquistado ese derecho en las urnas, sino por haberse rendido ante quienes señaló sin necesidad como sus enemigos”.
Había una parte de esos ataques que era fácil de entender. Con su primera decisión, Guardiola había cuestionado la estrategia del PP valenciano, que pactó con Vox a la velocidad del rayo, y del propio Alberto Núñez Feijóo de cara a lo que ocurra después de las elecciones de julio en caso de que el PP sea el partido más votado.
¿Cómo podía plantearse un pacto nacional con Vox para contar con la mayoría absoluta en el Congreso después de lo que estaba pasando en Extremadura? ¿Lo que era inaceptable, casi ofensivo, para el PP extremeño iba a ser adoptado por Feijóo?
Poco después de esa tétrica rueda de prensa, Guardiola recibió otro misil de fuego amigo. En un acto dedicado a la cultura, Feijóo presentó otro capítulo de esa experiencia tan rocambolesca que pueden llegar a ser sus discursos. Son como una película de suspense. Cualquier cosa puede ocurrir. “En tiempos en los que la palabra de un político no vale nada, yo reivindico la política de la palabra. Sin palabra no hay política”, dijo leyendo de un texto preparado.
Ya es bastante duro escuchar la primera frase en boca de alguien que lleva 32 años en cargos políticos e institucionales. Presenciar algo así después del giro de 180 grados de Guardiola obligaba a plantearse si estaba dirigiendo un mensaje contra alguien. Pero no hay que pensar en la maldad cuando es más sencillo recurrir a la incompetencia, en este caso de él o de sus asesores.
Por la mañana, fuentes del PP comunicaron a los periodistas que el acuerdo de investidura “incluye de manera expresa la violencia machista como un problema real que hay que erradicar en la sociedad extremeña”. No era cierto. Guardiola lo desmintió en la rueda de prensa: “La violencia machista no aparece en el acuerdo. Lo que sí aparece es el rechazo a cualquier machismo”. ¿Cómo se puede no tener una posición común sobre la manifestación más terrible de ese machismo que ambos partidos dicen rechazar?
El acuerdo no habla de violencia machista o de género. Se compromete a “erradicar de nuestra comunidad los discursos machistas, ya sean en el ámbito civil o religioso, que promuevan o justifiquen la violencia contra la mujer”, dice el punto 46º (está claro que no querían ponerlo muy arriba). Nada dice por ejemplo sobre aplicar las leyes existentes contra la violencia de género, a las que Vox se opone, y que no se limitan a los discursos machistas.
Si hablamos de palabras, los pactos del PP y Vox ya están teniendo consecuencias. En el Ayuntamiento de Burgos, no se guardará un minuto de silencio por las víctimas de violencia machista, sino por las de “violencia familiar”. Se desconoce qué harán cuando un hombre mate a su expareja con la que ya no comparte una familia. En el de Talavera de la Reina, Toledo, ya se ha celebrado ese momento de recuerdo, pero no contra la violencia machista, sino la “violencia insana”. Desde luego, no es nada sano que te maten.
Todo esto ocurría el mismo día en que el portavoz del PP, Borja Sémper, afirmaba que había sido “un error” votar contra la reforma laboral, uno de los momentos más singulares de esta legislatura al haber salido adelante por el error de un diputado del partido. Un día después de que Feijóo dijera que pretende respetarla si llega al poder por ser “sustancialmente buena”. El PP, es decir el partido del que Sémper es portavoz, ha estado meses sosteniendo que el claro descenso de la temporalidad que ha permitido la reforma sólo ha sido posible gracias a un fraude estadístico.
Ahora la gente se preguntará si se puede decir que el PP ha estado mintiendo todo este tiempo o es sólo que ha rectificado, la misma explicación que ha dado Pedro Sánchez estos días para explicar por qué no cumplió todo lo que prometió en la campaña electoral de noviembre de 2019.
Si el PP estaba empeñado en confirmar la credibilidad de los argumentos de Sánchez, no podía haber encontrado mejor forma de hacerlo. Entre Guardiola y Feijóo han hecho un trabajo excelente esta semana. Pero no llamen a Guardiola para comentárselo o felicitarla por su futura elección. Está demasiado deprimida como para coger llamadas.
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