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Pablo Crespo, de hombre del maletín del PP gallego a cerebro de Gürtel

Pablo Crespo, ante una nube de medios de comunicación, en Madrid.

José Precedo

Según qué bando cuente la historia, la carrera política de Pablo Crespo Sabarís (Pontevedra, 1960) la truncó una auditoría o las viejas guerras intestinas del Partido Popular en Galicia. Puede que hubiera un poco de todo en su salida apresurada del PP en 1999.

Hasta entonces, durante casi un lustro, este exdirector de sucursal de Caixa Galicia en Vilagarcía de Arousa (Pontevedra) había ejercido como secretario de Organización de una maquinaria electoral infalible. La siguiente época, cuando el PP dejó de ser su partido para convertirse en su mejor cliente, fue todavía fue mejor para él: como lugarteniente de Francisco Correa en la trama que ahora juzga la Audiencia Nacional llegaron los yates, los chalés, los coches y la colección de relojes.

Hagamos un poco de memoria. A finales de los 90, el PP se había convertido en Galicia en una réplica del PRI mexicano que arrasaba en todos los procesos electorales, gobernaba la Xunta y las diputaciones e impregnaba la mayor parte del tejido social. Ya fueran clubes de fútbol, asociaciones vecinales, comisiones de fiestas o cofradías de pescadores, siempre había un hombre del partido al frente.

El PP, el Gobierno y lo que se ha dado en llamar sociedad civil se confundían y en ese contexto hasta parecía comprensible que el hombre fuerte de la Xunta, el eterno delfín de Fraga, Xosé Cuiña, compatibilizase la secretaría general del PP gallego y la cartera de Obras Públicas en el Gobierno regional.

Fue precisamente en esa era, en plena orgía de inversiones en carreteras, puertos y autopistas con los fondos llegados de Europa, cuando Cuiña buscó a alguien de confianza para ocuparse de las cosas del dinero. Eligió a Crespo, un dirigente discreto con cuyo padre había trabajado en la Diputación provincial, de una buena familia de Pontevedra. Un hombre sin pasado político, con escasa formación –apenas un año de Derecho– pero acostumbrado a tratar desde la caja con empresarios de la península del Salnés en las Rías Baixas, conocida por el turismo, la pesca... y también el contrabando de tabaco y el tráfico de drogas.

Trabajando desde las sombras

Durante su etapa de número 3 del PP gallego no dio ruedas de prensa, no hizo trabajo parlamentario, apenas trató con los alcaldes. En lenguaje corriente: era el hombre del maletín. Corrieron leyendas atroces sobre la financiación de aquella época de mayorías absolutas del PP en casi todas las instituciones gallegas.

El partido concentraba cada año a 30.000 personas en la cima de un monte para comer pulpo, empanada y escuchar un mitin, sin que nadie preguntase quién pagaba la factura. Pocas fotos han representado mejor una exhibición de poder que la del presidente José María Aznar hablando por teléfono con George W. Bush desde la caseta de una de esas romerías.

La prensa gallega nunca escarbó demasiado en aquellos excesos y las denuncias de la oposición fueron aplastadas sistemáticamente por el rodillo parlamentario. Si alguien hubiese investigado, no habría sido difícil concluir que aquellas fiestas las montaba un dirigente espigado, peinado hacia atrás y con pinta de pijo madrileño, llamado Paco Correa.

“El 65% del dinero de las campañas, en negro”

Tuvo que pasar una década larga y tres años de cárcel para que Crespo, acusado de una lista interminable de delitos como uno de los cabecillas de Gürtel, develase los secretos económicos del PP de Fraga en 2013 a Jordi Évole en el programa Salvados: “Declarábamos que en las campañas se gastaban 1,2 millones de euros, cuando en realidad costaban tres o cuatro. Recibía donativos que no se declaraban. Cada año, al menos unos 300.000 euros, lo cual se incrementaba muchísimo en campaña. Entre un 35% del dinero era regular y el 65% era irregular, no declarado, por así decirlo. Se metía en unas carpetas de cartón azul con gomas que había hace años. Era dinero no declarado. Era parte de mi trabajo, yo tenía que cuidar que esos donativos que llegaban no se perdieran por el camino. La organización por dentro funcionaba así y hasta hace poco seguía haciéndolo. Mi trabajo era conservar la estructura a flote, que la gente cobrase a fin de mes y los proveedores cobrasen a fin de mes. Yo era consciente de que eran métodos irregulares”.

Gracias a ese engranaje perfecto, Crespo pudo entregar 21 millones de pesetas al entonces tesorero del PP, Álvaro Lapuerta, tal y como dejó escrito Luis Bárcenas en sus papeles.

Todo el sistema se vino abajo en 1999 como consecuencia de la eterna batalla interna que pese a los éxitos –o tal vez por ellos– libraban las dos facciones históricas del PP gallego: el sector del birrete, encarnado por dirigentes conservadores de la Galicia urbana como Mariano Rajoy y José Manuel Romay Beccaría; y la facción de la boina que encabezaban políticos como el propio Cuiña o José Luis Baltar que controlaban gran parte del territorio rural y las diputaciones e incluso presumían de ser caciques buenos preocupados por sus vecinos.

A finales del milenio, Fraga decidió que Cuiña había acumulado demasiado poder y decidió apartarlo del control del partido. En la secretaría general el presidente fundador del PP colocó a otro hombre de su confianza, Xesús Palmou, quien nada más llegar solicitó un informe sobre las cuentas.

Ahí empezaron las sorpresas. Pese a las generosas aportaciones de los empresarios de la obra pública, el partido estaba en números rojos. Y entre las supuestas deudas acumuladas figuraba una declaración jurada de Pablo Crespo en la que advertía que se debían 300.000 euros a Special Events, la empresa de Francisco Correa.

Palmou contó entonces a Fraga que no había documentación que respaldase ese pago y exigió el despido de Crespo, que –cosas de la vida– se mudó a Madrid a trabajar en Special Events de la mano de Correa. “Me lo presentó Cuiña, me dijo que era oro molido”, contó Correa al juez este mes en otra de sus medias verdades.

La trama ya no volvió a operar con el PP gallego. El último trabajo fue una campaña de promoción de la carne, tras la crisis de las vacas locas, que financió la Xunta a través de la Consejería de Agricultura en el año 2000.

Cuando estalló el caso Gürtel, en 2009, Fraga advirtió desde su retiro en el Senado: “A la persona que ha mencionado, la he cesado inmediatamente y eso que había sido propuesto por un gran hombre de Galicia como fue el señor Cuiña. El tendría todo el conocimiento, yo no, y en cuanto supe algo lo eché”, despejó las preguntas de los periodistas.

Llamadas de Bárcenas a Galicia

En la sede del PP gallego todavía algunos trabajadores recuerdan las llamadas de Bárcenas a principios de 2000 preguntando por qué se había roto la relación con Correa y sus empresas, que ya entonces campaban a sus anchas por la sede madrileña de Génova 13.

El resto de la historia está escrita en un sumario que acumula decenas de miles de páginas y por el que desfilarán como testigos los representantes de la plana mayor del PP en los años 90, a excepción de Aznar.

Para Crespo, el dirigente que esta semana apenas recordaba nada en el juicio que se celebra en la Audiencia Nacional, el hombre que atribuyó la macrocausa a un invento del exministro socialista Alfredo Pérez Rubalcaba “y unos policías amigos”, la Fiscalía solicita 85 años de cárcel por una ristra interminable de delitos: “fraude continuado a las Administraciones Públicas, cohecho activo continuado, falsedad continuada, malversación de caudales públicos continuada, delito continuado de malversación en concurso con delito de prevaricación continuada, delito contra la Hacienda Pública por el concepto de IRPF de 2003 y 2004, blanqueo de capitales, tráfico de influencias continuado, delito continuado de fraudes y exacciones ilegales a las Administraciones”.

Su defensa, que se ha desmarcado de la estrategia de Correa de admitir las mordidas de los empresarios a cambio de contratos y la mayor parte de ilegalidades que recoge el escrito de Anticorrupción, solo reconoce el fraude fiscal. Tal y como dijo el propio Crespo a Évole: “Hemos sido un poco laxos en materia tributaria y no hemos pagado cosas que teníamos que haber pagado”.

El antiguo cerebro de las finanzas del PP gallego da por hecha la condena en la Audiencia Nacional, pero guarda la esperanza, según ha contado a los suyos, de que el Tribunal Supremo pueda tirar abajo el caso.

De las guerras fratricidas del PP gallego, que se cerraron en 2006 con la proclamación de Alberto Núñez Feijóo como líder del partido en sustitución de Fraga –el triunfo definitivo de los birretes– no quedan rescoldos. Solo un corrillo de dirigentes en horas bajas, convencidos de que si Crespo quisiese, tendría mucho que contar. Por ejemplo, los sobresueldos que reconoció haber pagado a varios políticos del PP gallego “con el conocimiento de la dirección del partido”, cuando Rajoy era secretario general. De momento, Crespo ha decidido callar. Y Cuiña, su mentor, falleció en 2007.

Tampoco habla la caja de seguridad que guardaba en un banco de Pontevedra. Cuando la fiscal le preguntó esta semana a Crespo qué había en ella, el guardián de las finanzas del PP gallego en los noventa respondió que papeles de las empresas de Correa y una colección de relojes. Ah, “y algo de dinero”.

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