Una frase, siete palabras y un titular: “Con el Código Penal no se mercadea”. La oración, del socialista Emiliano García-Page, entró como un tiro esta semana en informativos y digitales como si con ella fuera a caer sobre La Moncloa una bomba de neutrones. Nada de eso. Hace tiempo que Pedro Sánchez no se inmuta por lo que digan o hagan los barones socialistas. Ni les consulta ni tiene en cuenta lo que piensan sobre sus políticas. Aun así la advertencia del castellanomanchego fue noticia tanto por lo que dijo sobre la propuesta del Gobierno para impulsar una reforma del Código Penal que alivie las penas de los líderes independentistas condenados por el procés como por la dimensión de que alguien en el PSOE tronara de forma tan directa contra el presidente del Gobierno.
Y es que, a diferencia de hoy, hubo un tiempo en que en el socialismo una voz discordante no era noticia. Ni dos, ni tres, ni cuatro, ni media docena… Quizá por aquello de que siempre tuvo un alma impugnatoria, incluso contra sí mismo. Rebelde, crítico, inconformista y, siempre, deliberativo. No ha habido secretario general en la historia democrática que no haya tenido contestación entre los barones, una Ejecutiva peleona o un Comité Federal donde aunar criterios podía llevar días y aprobar una resolución, semanas de negociación en las que se medía hasta la última coma.
Ahora todo es distinto. No hay debate; los órganos de deliberación no se convocan y los secretarios generales no son más que el eco de las consignas que llegan desde La Moncloa. De ahí el revuelo por las palabras de un Page que llegó a sostener que además de un Código Penal hay un código moral que castiga en las urnas a quienes prometen una cosa y hacen lo contrario. Lo expresó a su manera: “Además del Código Penal, existen códigos éticos y políticos. No sé cuál sería la tipificación en el código político, pero sería grave. A lo mejor algún día, incluso, se podría discutir si llevar al Código Penal la tipificación para el que hace exactamente lo contrario de lo que promete. Eso que realmente suele tener una condena, que es electoral, en un momento determinado, y en otros países los lleva al sometimiento de juicios, como se está viendo en Estados Unidos [el 'impeachment' contra Donald Trump]. Nosotros no vamos tan lejos, vamos a las cosas de comer y a lo concreto, teniendo muy claro que con los derechos de los españoles no se mercadea. Y con el Código Penal no se puede mercadear. No es una cuestión negociable”. Hablaba sin mencionarlo, claro, de Sánchez y de su giro copernicano sobre el independentismo en apenas tres meses, lo transcurrido entre la última campaña electoral y la formación de un Gobierno que depende de los votos de ERC.
Con todo, en el PSOE no hay un frente crítico, ni una ofensiva orquestada contra Sánchez, ni siquiera voces con algo de coordinación que demanden explicaciones sobre el porqué de las decisiones. El presidente de Castilla-La Mancha va por libre, pero no está solo. Él habla lo que otros comparten entre bambalinas pero callan en público. Por miedo, por desidia, por hastío o simplemente porque hace tiempo que las señales internas indican el encefalograma plano de un corazón orgánico que no late. Y todo pese a que en los tiempos que corren se ha impuesto la cultura del desapego ideológico, la discontinuidad y el olvido. Lo mismo vale decir una cosa que la contraria porque el principio de contradicción no puntúa. Ni siquiera para un Sánchez de ritmo cambiante e inestable por su dependencia del independentismo.
Su liderazgo es sin duda el más sólido, menos cuestionado y más blindado de cuantos hay en la escena nacional. Sin contrapesos y construido, a conciencia, tras su resurrección como secretario general en 2017. ¿Quiere eso decir que todo el mundo comparte y entiende su decisión anunciada esta semana de reformar el Código Penal para beneficiar a los presos independentistas? En absoluto. Solo significa que, más allá de Page y alguna que otra tímida incursión del aragonés Javier Lambán, nadie se atreve a elevar el tono y mucho menos a cuestionar la decisión. Pero haberlos haylos que temen, igual que Page, que la búsqueda de soluciones al conflicto catalán y la decidida voluntad de Sánchez de transigir con algunas exigencias de ERC pase factura al socialismo español.
Al mismo tiempo que la frase del presidente de Castilla-La Mancha se replicaba en todos los telenoticias, el propio Page almorzaba en Fitur con un miembro de la dirección federal, al que trasladaba un triple mensaje: que Sánchez tiene que decidir cuanto antes si se presentará a la reelección; que el PSOE tiene hoy menos contestación interna de la que tuvieron González, Zapatero o Rubalcaba y que sus palabras sobre los independentistas siguen el mismo argumentario que le pidió Sánchez que desplegara durante la última campaña electoral en consonanacia con su misma línea. Desde entonces, ni Sánchez ni nadie de la dirección le ha facilitado las coordenadas del nuevo mapa por el que transita el PSOE.
La queja de Page, según confiesa en conversación con este diario, no es tanto por la decisión, sino por la ausencia de explicaciones del Gobierno. “Alguien tiene que mantener la coherencia en el PSOE”, sostiene sin pasar por alto el ejercicio de transformismo de Susana Díaz, que ha pasado sin apenas tránsito de ser la más crítica entre los críticos del “sanchismo” a entusiasta defensora del presidente solo para intentar salvar su posición orgánica en Andalucía.
Page, a quien ya se le atribuyen intenciones de calentar la banda del socialismo pensando en el día después de Sánchez, niega la mayor y asegura carecer de más ambición que la de ser consecuente.
En su descargo, algunos de sus compañeros del PSOE arguyen que es de los pocos que sostienen lo mismo en público y en privado y que, de no ser por su airada crítica a la figura del relator que el Gobierno anterior pactó con Torra, “jamás hubiera obtenido mayoría absoluta” en Castilla-La Mancha en las últimas autonómicas, igual que el extremeño Fernández Vara, más prudente esta vez con la propuesta de reforma del Código Penal.
“En el fondo las palabras de Page, que en Ferraz han soliviantado al oficialismo, son la demostración de que no todo en el PSOE es pedrismo militante. Otra cosa es que se explicite el desacuerdo y que haya señales de vencer al virus paralizante que padece el socialismo de Sánchez”, apostilla otro destacado dirigente, que advierte de que lo que está en juego es el PSOE de los próximos 8 años y que las próximas elecciones “no se ganarán con el actual planteamiento”. De ahí la urgencia del castellanomanchego de que el presidente despeje la incógnita sobre si está o no dispuesto a presentarse a un nuevo mandato. De momento, nadie le ha seguido en la demanda porque nadie tiene la mirada puesta en el medio plazo, sino en el futuro inmediato, que para unos son los próximos Presupuestos Generales del Estado y para otros, la reclamación judicial de la deuda autonómica. Ahí Page sí confía en no estar solo frente al Gobierno como ha estado esta semana que acaba.