El partido camorrista intenta boicotear la vida parlamentaria para ocultar su debilidad
Se comentaba estos días en la política que el Congreso lo tendría difícil para restar atención al Mundial de fútbol, especialmente en los días en que la selección española debutaba en el torneo. Cada gol que metieron los chicos de Luis Enrique a Costa Rica parecía certificar ese pronóstico. Incluso la dirección del PP lo reconocía con un aire de melancolía en relación a su campaña contra la reforma del delito de sedición: “España no se acordará dentro de unos meses”.
El Mundial, el puente de la Constitución y la Navidad forman una tríada poderosa contra la que las guerras políticas poco pueden hacer.
Para estar a tono con una legislatura de gran violencia verbal por la oposición, todo eso cambió el miércoles con los insultos de la diputada de Vox Carla Toscano a Irene Montero. El partido de extrema derecha vio su oportunidad y dobló la apuesta el jueves con más provocaciones marrulleras. Como estamos en días futbolísticos, se podría decir que se dedicaron a dar patadas en el centro del campo y luego a provocar al jugador caído en el suelo.
Vox lleva varios meses con el ánimo caído por el fracaso de Andalucía, las encuestas y la espantada de Macarena Olona. La vulgaridad de Toscano le convenció de las ventajas de seguir en esa línea. Su diputado Víctor Sánchez del Real subió a la tribuna para montar el show. Con grandes aspavientos e imitando voces, no tenía más intención que la de embarrar los escaños y homenajear a su compañera de partido, de la que dijo que “tiene más hombría (sic), más valentía, más coraje una sola de Vox que toda la Mesa del Congreso y que todos los diputados zurdos”.
La RAE define 'hombría' como “la cualidad buena y destacada de hombre, especialmente la entereza o el valor”. El mayor elogio que los de Vox dedican a una mujer es que se puede parecer a un hombre.
“Ser socialista es condición necesaria para ser nazi”, dijo también con la evidente intención de protagonizar otro escándalo. Y hasta hizo ademán de quitarse la chaqueta para demostrar que “ante el comunismo no hacen falta camisetas”. O para dejar claro que no lleva pistola. Es un alivio teniendo en cuenta que Vox quiere ilegalizar a varios partidos con representación parlamentaria porque dice que son enemigos de España.
El diputado tuvo también un recado para el PP con una frase ofensiva, pero tan delirante que quizá no se la tengan en cuenta. “¡Ay de los tibios, conocemos vuestras obras, ni fríos ni calientes, como en la cita, provocáis el vómito de mi boca”. Esto lo oyes por la calle y llamas al Samur Social para que se hagan cargo de ese pobre hombre. O te apartas, ya que igual te vomita encima.
La cita es del Apocalipsis, que ya ha empleado en alguna otra ocasión gente de su partido. Vox parece obsesionado por el Apocalipsis, ese libro de la Biblia que les gusta citar a los que han perdido la cabeza.
La acusación de Sánchez del Real al Partido Popular no es muy justa, porque el partido de Feijóo puede decir que ellos también tienen experiencia en insultar a Irene Montero. Lo hicieron por ejemplo Isabel Díaz Ayuso, Pablo Casado o Rafael Hernando en términos parecidos a los de Toscano, que es algo que olvidó Cuca Gamarra cuando dijo el día anterior que “nadie tiene derecho a ofenderla (a Montero) y entrar en su vida personal”.
Por el contrario, el alcalde de Madrid es más de la escuela de algo habrá hecho. Sostiene que la responsable última de esos ataques es la propia Montero, porque “quien siembra vientos, recoge tempestades”. Por la misma razón alguien podría justificar el insulto que recibe él por su gestión y que todo el mundo conoce. Lo más probable es que a él le parecería mal. A los que no les molestan los insultos a los otros se les pasa la gracia cuando los insultados son ellos o sus políticos favoritos.
Debajo de todo este espectáculo con el que algunos quieren hacer creer que lo que pasa en el Congreso es mucho peor que lo que pasa en la calle, el pleno del jueves tuvo tiempo para trabajar. Mucho tiempo, en realidad. La sesión interminable comenzó a las nueve de la mañana y terminó con dos votaciones presenciales a la una menos diez de la madrugada.
Permitió aprobar los Presupuestos del Estado, la imposición de impuestos especiales a las empresas energéticas y los bancos, y la Ley de Cooperación para el Desarrollo Sostenible, además de realizar el primer debate de la reforma del delito de sedición, junto con la aprobación de su toma en consideración (por 187 votos a favor y 155 en contra). Sus señorías curraron tanto que debió de quedárseles el culo plano después de cerca de dieciséis horas de sesión. Todo para no tener que continuar el pleno el viernes.
El Gobierno sacó adelante los Presupuestos con 187 votos en la línea del apoyo que ha recibido con las cuentas públicas en toda la legislatura. El espantajo del Gobierno Frankenstein, de las diferencias entre el PSOE y Unidas Podemos, del país que se cae a trozos sin que nadie esté al mando volvió a quedar desmentido por los hechos.
Los insultos dan una impresión penosa del trabajo parlamentario. Se da el efecto perverso de que al final desacreditan a todos, aunque no sea por igual, cuando es a algunos grupos a los que interesa prender la llama del artefacto incendiario. La presidencia y la Mesa del Congreso –eso es lo que exigieron varios grupos de la Cámara– tendrían que hacer algo. Su única alternativa es emplear su autoridad para impedir insultos o que los diputados hablen de asuntos que no tienen que ver con el motivo de su presencia en la tribuna.
El riesgo obvio es que los interpelados acaben acusando a la presidencia de parcialidad. Como en el colegio, alguien dirá que empezó el otro. Queda en manos del Congreso decidir si los partidos como Vox a los que les interesa reventar el debate tendrán en cada pleno la oportunidad de hacerlo. Luego que no se quejen si la gente no respeta a los políticos.
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