Pilar Urbano: “El rey ha 'borboneado' siempre, se alarmaba con la Constitución”

El libro ha salido a la calle este jueves. Pero ya ha recibido las críticas y denuncias de muchos de los aludidos: Zarzuela lo ha calificado de “libelo”; Felipe González le ha negado veracidad; y Suárez Illana ha pedido por burofax que se retire de las librerías por el uso no autorizado de una foto del hijo del expresidente. Pero Pilar Urbano, su autora, defiende que lo que cuenta “es verdad, no es toda la verdad, pero todo es verdad. Y el que se moleste con la verdad es que prefiere la mentira”.

En el relato de las relaciones entre el rey Juan Carlos y el presidente Adolfo Suárez viene marcado por dos condicionantes: el hecho de que el rey lo eligiera de la terna que se le presentó y la necesidad del expresidente de tener la confianza del monarca, incluso después de aprobada la Constitución.

En su libro relata la gran tensión a la que llegó la relación entre el rey y Suárez.

Había una confianza entre ellos, el rey entraba en Moncloa pidiendo paella, le daba palmadas en el muslo... Había mucha confianza, se hablaban con tacos, han jugado partidas de billar y muchas cacerías juntos. Pero la historia se va construyendo y definiendo cuando hay trama y tensión. Ellos se conocieron después de que Franco, en 1968, le nombrara gobernador civil de Segovia. A Franco le gusta la audacia de Suárez y cuando le dice al príncipe que ha de conocer España, le recomienda que conozca al gobernador civil de Segovia, y le conocen en una visita de los reyes destronados de Grecia. Hay un flechazo y el rey vuelve bastantes veces, y hay una finca curiosa, donde se lo pasaban muy bien, y, ya muerto Franco, empiezan a hacer un borrador de Constitución. “¿Cómo coño se hace esto?”, le decía el rey, que era el mal hablado. No es que hicieran la ley para la reforma política, pero sí un borrador de lo que había que hacer. Suárez le habla de las cosas concretas, el PCE, los sindicatos...

Pero, ¿el rey tenía verdaderas condiciones democráticas?

El rey creía que iba a ser como Franco, pero en rey. Pero luego convierte en soberano al pueblo, y dice “me habéis desplumado, pero me habéis legalizado”. No tenía legitimidad, y sabía que sin democracia no duraba, y pensaba que había un PSOE organizado, que no lo había, y que el PCE llenaría las calles. Quiso contar a los comunistas cuando la marcha por los asesinatos de Atocha, que sobrevuela en helicóptero. Le impresiona, pero cuantificarlo es hacerles pasar por las urnas. El rey pretende frenar la fogosidad de Suárez, González y la gente. La convicción no la aprende de Franco, Suárez le enseña a ser demócrata.

¿Cuándo se distancian?

Hay dos momentos: en 1977 Suárez deja de ser el títere de Torcuato Fernández Miranda [presidente del Congreso] y hace por su cuenta la ley para la reforma y la Constitución. Antes de eso, Suárez se ve con Carrillo sin contar con Torcuato. El segundo, cuando gana en las urnas en 1979. Ahí empieza el acoso y derribo. No pasa nada hasta que Suárez se ve con Arafat, Fidel Castro, se resiste a entrar en la OTAN... Se va oponiendo a cosas que el rey, en una régimen tutelado, quería hacer.

Pero esa actitud del rey casa con una monarquía parlamentaria.

Él ha borboneado siempre. Su escuela es Franco y don Juan, que es escuela de Alfonso XIII, monarquía absolutista. La reina decía muy naíf: “Mi marido inventó la monarquía democrática”. Pero quien le enseñó a ser demócrata fue Adolfo, creía que podía hacer lo que quería. Él se alarmaba y se asustaba de la Constitución cuando se estaba redactando, y creía que eso del consenso y que estuviesen todos... Decía: “Adolfo, me dicen los empresarios que vais a meter a los obreros en los escaños; que va a salir una Constitución laica; que las autonomías van a romper España, ojo a lo mejor no es el momento de la legalización del PCE”. Los americanos le habían marcado el baile y el ritmo del baile, con un partido de centroderecha y otro de centroizquierda, pero no marxista; el PSOE puede esperar y el PCE puede esperar. Adolfo sí que huele lo que hay en la calle, y decía: “Hagamos en la ley lo que en la calle es normal”. Adolfo habla con Felipe y la oposición y sabía lo que se quería. Si no, habría habido un golpe de derechas o de izquierdas. En un principio se estaba haciendo una Constitución, “la más reaccionaria del mundo y será solo vuestra”, según le decía Alfonso Guerra a Abril Martorell; y Martorell se lo hacía llegar a Suárez.

Suárez tenía la legitimidad de las urnas, pero sentía que necesitaba el apoyo del rey.

Sí, sí. Creía que necesitaba la confianza del rey, a pesar de que el rey reina pero no gobierna. El presidente tiene la confianza de las urnas y del Parlamento. Pero aquí, los que no tenían poder como el Ejército, creían que lo tenían y se entendían con el rey y querían recibir órdenes del rey, que no podía darlas, pero le gustaba darlas. El rey cada vez que dice “te ordeno” en el 23-F, es aconstitucional. Luego Felipe lo marca con la reforma militar y deja claro que el que manda es el Gobierno. El rey permite que el propio ministro de Defensa, Álvarez Arenas, firme un manifiesto en contra de la legalización del PCE. El rey no se atrevía, los mimaba, los comprendía, y creía que con eso se aplacaban, pero con eso se alentaba un estado de runrún de golpe, querían imponer la ley del sable.

Y, mientras, cuenta que el PSOE estaba de lleno en aquello.

Alfonso Guerra llamando a los vascos, Múgica viéndose con Armada, Pujol, Roca... Era repartir el marrón y derrocar a Suárez y tocar pronto poder. Felipe dice... Pero que lo desmienta que ha estado usted de vicepresidente del Gobierno con Armada [general Alfonso Armada, condenado a 30 años de prisión por el 23-F, exsecretario general de la Casa del Rey] . No le han puesto ahí sin contar con usted. De los siete ponentes constitucionales estaban cinco en la Operación Armada, incluido Solé Tura [entonces en el PCE], que iba de ministro, como Tamames. Carrillo siempre dijo que no le habían dicho nada, pero Felipe fue a hablar con Sabino de golpes. Fue un año y medio oyendo ruido de sables, que era parte de la Operación Armada en la que estaba el CESID: dar miedo a un golpe duro para hacer el suyo, un golpe de timón, blando, cívico-militar, parlamentario, de Gobierno, no de sistema o Estado.

¿Por qué decide el rey en el último momento que fuera Leopoldo Calvo-Sotelo y no Armada?

Fue a raíz de que Suárez presentara la dimisión, que le pilla de sorpresa y precipita el relevo en UCD. El rey se indigna cuando Suárez lo comunica, y el rey se indigna y Suárez dice a sus ministros: “Acabo de parar el golpe”. Leopoldo es el biotipo de lo que el rey puede querer, podía ser bien visto por militares, banca, Iglesia... Y lo primero que dijo el 18 de febrero de 1981 fue comprometerse a entrar en la OTAN. El 13 de febrero Armada va a ver al rey y dice que Leopoldo no es el hombre.

¿Cómo puede ser que el rey estuviera al cabo de tanto detalle y no supiera qué iba a pasar el 23-F?

Él pudo saber que iba a pasar algo, cuando se queja Armada, le remite a Gutiérrez Mellado. El rey pudo saber que iba a ocurrir algo en esos días. Pío Cabanillas el 19 de febrero por la mañana le pide a Pujol el voto a la primera para Leopoldo, por el riesgo de “revuelo de entorchados”. Dice eso porque algo sabe. Algo de información había, hay mucha historia en medio. Si el rey supo que algo iba a ocurrir el 23-F si no salía Leopoldo... No lo sé. Lo que yo sé es que el rey estuvo en la Operación Armada, pero no en el 23-F.

¿Y el Elefante Blanco, el supuesto presidente tras el golpe?

Es una conjetura de Sabino muy bien traída a partir de dos frases. El rey: “Yo sabía quién era y sólo lo sabíamos dos personas”, y Suárez: “Sólo lo sabíamos dos y yo no lo era”.

Con lo cual era el rey....

[risas].