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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Podemos se debate sobre qué estrategia política seguir

  • Ante las diferentes visiones internas, Iglesias ha terciado: “La centralidad del tablero no es el centro [...], es el rechazo de unas élites políticas percibidas como corruptas y la reivindicación de los derechos sociales y la soberanía como base de la democracia”
  • A los portavoces de Podemos “se les nota demasiado que no se atreven a decir nada definido, salvo el sempiterno monotema de la lucha contra la corrupción”, ha reflexionado Carlos Fernández Liria

Podemos es un partido. Nuevo, de apenas un año, pero un partido al fin y al cabo. Y como en todo partido, hay dirigentes, candidatos, militantes, simpatizantes, corrientes, votantes y contrincantes electorales. En el caso de Podemos, ha pasado en menos de 12 meses de representar la expectativa de un cambio político que no pasara por la alternancia entre PSOE y PP, a la posibilidad de no ser decisivo por la irrupción de otro actor político, Ciudadanos, que intenta abanderar el “cambio tranquilo”, “responsable”.

En cuatro meses, Podemos ha pasado de encabezar las encuestas a situarse en tercer o cuarto lugar. En las primeras elecciones tras las europeas, las andaluzas, Podemos ha logrado un 15%, pero sus 15 diputados no son suficientes para arrebatar al PSOE la Junta de Andalucía –con caso de los ERE mediante–, donde lleva 32 años.

Andalucía, encuestas, Ciudadanos... Podemos se debate sobre qué hacer, cómo recuperar la iniciativa política, el impulso en las encuestas, aparecer ante los electores como el partido del cambio. Algunos, que internamente se les asocia al número dos, Íñigo Errejón, huyen de izquierdismos –muestra de ello es cómo han integrado en su lista a la Comunidad de Madrid al partido de Tania Sánchez y Equo, que no aparecerán en la papeleta– y defienden la indefinición ante asuntos espinosos. Otros, más próximos a lo que puede representar Iglesias, secretario general del partido y eurodiputado en Bruselas, y aún más los sectores anticapitalistas, abogan por llenar de contenido ideológico la centralidad del tablero, más allá de describirlo como “sentido común de época” o del recurso a los “significantes flotantes” de Ernesto Laclau.

El filósofo Carlos Fernández Liria, maestro de Luis Alegre, uno de los cinco promotores de Podemos, persona muy próxima al partido de Pablo Iglesias, escribía recientemente: “Podemos se habría esforzado en un discurso ”controladamente ambiguo“ para no perder la transversalidad. Al final, sus portavoces se han visto tan atados de pies y manos por esta indefinición, que cada vez más se limitan a repetir como loros argumentarios predefinidos, sin atreverse a dar un paso en falso. Están paralizados. Antes, la presencia de un tertuliano de Podemos en la televisión disparaba las audiencias; ahora, cada vez hay más gente que cambia de canal: se les nota demasiado que no se atreven a decir nada definido, salvo el sempiterno monotema de la lucha contra la corrupción”.

En una reciente entrevista con Europa Press, Errejón ha defendido que las “transformaciones estructurales [...] no equivalen a una suerte de impugnación ni revisión de 30 años de pasado. No significa revertir lo que existe sino la necesidad de abrir un proceso de transformación política y social. Eso para nosotros significa rescatar algunos de los legados de las generaciones de los que más orgullosos podíamos estar, como el blindaje de los servicios públicos o asegurar la posibilidad de la movilidad social”.

“El ”Podemos para todos“, ha escrito Emmanuel Rodríguez, 41 en la lista de Podemos a la Comunidad de Madrid, ”se completaba con un relato de medida ambigüedad articulado en torno al mensaje del “cambio”, tan “vacío” como para ser llenado por la imaginación y las preferencias de cualquiera. La ofensiva, la radicalidad y la frescura del primer Podemos, que llevara a Pablo Iglesias al 8% en las europeas, quedó así reducida a la repetición de un ataque cada vez menos eficaz: la “casta”, la “corrupción”, el “electoralismo”. La guinda del proyecto era estética; se apuntalaba con camisas y vestidos tan blancos como la misma pureza de la “nueva política”. Afortunadamente tal virginal blancura fue abandonada por evidente sentido del decoro. Hoy caben pocas dudas de que caminamos hacia un sistema cuatripartito que se ofrece a una gran variedad de combinaciones“.

“De hecho”, prosigue Rodríguez, “son ya muchas las voces que internamente postulan la necesidad de recuperar concreción y agresividad en el discurso, al tiempo que urgen a la apertura y apelan a la disposición para construir una organización con la suficiente capilaridad territorial, social y técnica como para afrontar el reto de un ciclo político de estas características. [...] Un espacio –¿radical democrático? ¿neorrepublicano?– que en el medio plazo sepa articularse como una alternativa social y política consistente a la mal llamada democracia española. Mucho nos tememos que el tiempo de los atajos rápidos y espectaculares se ha terminado”.

A ese republicanismo se refería también Fernández Liria: “Yo lo resumiría en ”republicanizar el populismo“, o en algo así como, ”más Kant y menos [Ernesto] Laclau“ [uno de los referentes ideológicos de Errejón]. Nos queda aún un discurso muy preciso, que ocupa de forma natural la ”centralidad del tablero“ y que, al mismo tiempo, es inasimilable por Ciudadanos. Un discurso, además, para el que la crisis económica ha sido suficientemente pedagógica para una gran mayoría de la población. Se trata, sencillamente, de reivindicar los derechos y las instituciones clásicas del pensamiento republicano, al mismo tiempo que se demuestra que son enteramente incompatibles con la dictadura de los mercados financieros en la que estamos sumidos”.

Hace un año, Errejón escribía lo siguiente sobre Laclau a raíz de su fallecimiento: “En este modelo juegan un papel principal los ”significantes flotantes“, similar al de las colinas privilegiadas desde las que se domina el campo de batalla. Se trata de aquellos símbolos o nombres portadores de legitimidad pero que no están anclados a un sentido determinado y por tanto pueden servir de catalizadores y estandartes de un conjunto de fragmentos o reclamaciones desatendidas que se conviertan en un ”nosotros“ político con voluntad de poder, lo cual requiere siempre la definición de un ”ellos“ responsabilizado de los problemas. No es una operación de descripción, es de generación de sentido”.

Un año después, este sábado, Iglesias evocaba a Olof Palme, referente de la socialdemocracia sueca, en El País: “La reflexión de aquel socialdemócrata sueco que caminaba sin escolta adquiere en nuestros días una notable radicalidad, ya que señala, con enorme precisión, la diferencia entre el cambio político y el mero recambio, algo que se puede aplicar a las alternativas a los partidos tradicionales en España”.

E intentaba dar contenido a esa centralidad del tablero, esos significantes flotantes, además de marcar distancias con Ciudadanos, hasta hace poco ninguneado por Podemos y ahora percibido como una amenaza: “Frente a la injusticia fiscal de nuestro país —donde la presión fiscal sobre las grandes fortunas está a la cola de Europa al tiempo que los asalariados, los autónomos y la pequeña y mediana empresa cargan con la mayor parte de los impuestos— cambio significa llevar a cabo una reforma fiscal para que paguen más quienes más tienen. [...] Frente a una legislación laboral que fomenta la temporalidad, la precariedad y la destrucción de empleo, cambio significa derogar por ineficaz e injusta la reforma laboral para acabar con la precariedad, fortaleciendo la inspección laboral que acabe con las contrataciones temporales fraudulentas y favoreciendo el empleo estable. Establecer el contrato único significaría hacer temporales e inestables todos y cada uno de los empleos que se crearan en España: una propuesta de recambio, y además insensata. [...] Cambio significa apostar por un sistema nacional de seguridad social que garantice la protección frente al desempleo, un sistema de formación eficaz para los trabajadores y rentas mínimas de inserción con las que hacer frente a la exclusión”.

Francisco Jurado, investigador en el Instituto de Gobierno y Políticas Públicas (IGOP) de la Universidad Autónoma de Barcelona, reflexionaba tras las elecciones andaluzas: “El equipo mediático de Podemos confunde llegar a la centralidad con hacer laxos los mensajes, con suavizarlos o moderarlos. No. El 15M demostró que se puede tener un discurso ambicioso y transformador y recabar los apoyos de una mayoría social, pero lo hacía desde una multitud de emisores, de manera que los perfiles concretos de sus portavoces no condicionaban a la imagen del movimiento ni a sus mensajes. Por mucho que Pablo Iglesias o Íñigo Errejón se empeñen en pasar por políticos moderados, la hemeroteca e Internet están plagados de discursos e intervenciones suyas que los vinculan a imaginarios que los medios del Régimen han sabido explotar muy bien para desinflar los apoyos de Podemos”.

¿Qué hacer, entonces? ¿La estrategia debe ser la del “discurso ambicioso y transformador”, “neorrepublicano”, “más Laclau y menos Kant” o perserverar en Laclau, la “ambigüedad” y los “significantes flotantes”? Es decir, virar a la izquierda o virar el centro.

Pablo Iglesias, en un reciente artículo en Público, terciaba en el debate, abierto dentro del partido: “Ocupar la centralidad del tablero y establecer los términos del debate de país con un relato ineludible para el resto de actores, que se ven obligados a posicionarse al respecto, es la aspiración de cualquier opción política que pretenda ganar las elecciones. Sin embargo, esa centralidad no tiene por qué coincidir con lo que en el pasado se llamó ”centro ideológico“ y que sólo puede explicarse en un contexto en el que conservadores y socialdemócratas pueden diferenciar sus propuestas. Hoy, por el contrario, la centralidad está marcada por lo que señalaba ZP [José Luis Rodríguez Zapatero]; un proyecto económico redistributivo frente al dogmatismo de la austeridad. Que los partidos de la socialdemocracia hayan renunciado a ocupar ese espacio político es lo que explica tanto el auge de Syriza en Grecia como de Podemos en España, pero también el de fuerzas antieuropeas y xenófobas como el Frente Nacional en Francia”.