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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La pradera de San Isidro, el chotis de Bildu

Frente a la puerta de la ermita de San Isidro hay gente que reserva las mejores sombras desde mucho antes de que la pradera se llene de políticos y todo huela a fritanga. Aún no es mediodía y no han empezado a humear las parrillas choriceras ni a funcionar los tiradores de cerveza. Bajo un árbol, un señor abre un refresco sin azúcar ni cafeína. Junto a sus pies se extiende un campamento base de banquitos de camping, neveras de corcho y esterillas bajo las que, este mayo, no había arena de playa. 

Abundan las familias con niños pero también los mayores. Hay gente vestida de chulapo o de chulapa como el patrón manda y otra como buenamente se lo permite el bazar de gangas del barrio. Hay gente en chándal o en mallas deportivas. Hay parejas bailando chotis junto a un organillo y hay una cola inmensa para rezarle al santo. Hay un hombre que vende barquillos y que parece un político en campaña por las cosas que promete. “¡Están rellenos de aire de la sierra de Madrid, oiga!”. Hay un oso polar de Greenpeace que alerta contra el cambio climático. Y todo fluye.

Lo dijo Serrat: gentes de cien mil raleas que se dan la mano sin importarles la facha. Se refería a una noche de San Juan pero lo podría haber vuelto a escribir en San Isidro. Aunque puede que esa noche le hubieran reventado la canción si bajo aquel manto de guirnaldas y en aquella calle sembrada de bombillas, hubiera irrumpido una campaña electoral como la que irrumpe este 15M en la fiesta del patrón madrileño. 

Como si se tratara de uno de esos frágiles ecosistemas de “incalculable valor medioambiental” que se mantienen en milagroso equilibrio por la acción de la naturaleza y que peligran en cuanto acecha la mano del hombre, el repentino revuelo de cámaras de televisión y de indisimulados guardaespaldas amenaza el ambiente de la fiesta. Un hombre afanado en cortar cuñitas de queso sobre el mantel extendido en el césped se acuerda de que tenía un teléfono que había olvidado por un rato porque es festivo. Y se prepara para hacer fotos porque la chica que está a su lado ha dado la voz de alerta: “Oye, ahí viene alguien, ¿eh?”.

Lo sabe porque policías a caballo se abren paso entre la multitud para despejar el camino a un coche de alta gama escoltado por más policías. “¿Quién es?”, pregunta una mujer. “Será Yolanda”, responde otra refiriéndose a la vicepresidenta. “No, es Ayuso”, corrige un hombre. Y entonces los médicos congregados para exigir derechos laborales empiezan a clamar por la sanidad pública y las plataformas de inquilinos, por el acceso a la vivienda digna. Dirigen sus gritos al vehículo, enrabietados. Por el cristal de la ventanilla trasera derecha observa la escena un señor con alzacuellos y solideo color berenjena que le cubre la coronilla. Parece extrañado porque, precisamente a él, le pidan tales milagros. Es Carlos Osoro, el cardenal arzobispo de Madrid. Y solo viene a presidir la misa.

Luego ya sí empieza el desfile de políticos. Los primeros, Alejandra Jacinto y Roberto Sotomayor, de Podemos, y Juan Lobato y Reyes Maroto, del PSOE. En la pradera de San Isidro y en el día del patrón de Madrid, las preguntas se centran en las listas electorales en Euskadi. Con chotis de fondo, los candidatos madrileños se pronuncian sobre la decisión de EH Bildu de incluir a exmiembros de ETA condenados por delitos de sangre en sus candidaturas municipales. Un tema que la derecha intenta arrojar a Sánchez, que ya calificó el episodio como “indecente”. “No queremos saber qué hace Sánchez, sino qué quieres hacer tú”, le afea una mujer a la candidata de Ciudadanos, Begoña Villacís, que insiste en el tema ante los micrófonos.

A Yolanda Díaz, mientras, la esperan afines de todo tipo. Afines a ella, que la reciben al grito de “presidenta”, y afines a Vox, que se abanican con publicidad de la ultraderecha e intentan reventar las declaraciones públicas de la vicepresidenta con gritos de “fuera”. También es cuestionada por Bildu. “Hay que respetar el sufrimiento de las víctimas”, responde y marcha rápido para emprender su particular gymkhana como líder de una izquierda seguramente demasiado heterogénea para su propio gusto. 

La primera parada es con Alejandra Jacinto y Roberto Sotomayor, los candidatos de Podemos, que son quienes hacen por encontrarse con ella. Entre los abrazos y las fotos retumba la megafonía del escenario que tienen justo enfrente. “Eres tú la fuerza por la que nos salvamos, eres tú, Jesús, el pastor”, se escucha. De un poco más lejos llega también el sonido de una canción. “Sobe son, sobe son, muévelo que muévelo para gozar”. La misa no ha acabado pero las Miami Sound Machine ponen ya la banda sonora a la apertura de las casetas de comida. “Esta es la cola para el tocino ése”, comenta un hombre, despectivo, ante una fila de personas que aguardan turno para su bocadillo de gallineja o de panceta o para su choripán. 

Con Podemos se detiene poco esta vez Yolanda Díaz y empieza un paseo por la pradera que pronto se convierte en procesión. Se acerca gente a pedir fotos, a ponerle niños en brazos o a preguntar las típicas dudas de campaña en la izquierda. “¿Yolanda, tú sabes cómo se llama nuestra candidatura en Cangas? Mi hija vota allí y está hecha un lío con los nombres”, plantea un padre. También hay otra gente que no pide foto porque duda. “¿Quién es esta?”, pregunta una mujer. “Es Mónica García, de Más Madrid”, responde el hombre que va a su lado. “No, es Yolanda Díaz”, le replica otro hombre que es testigo de su error. “¡Ah, eso! Yolanda Díaz, de Más Madrid”, concluye su razonamiento el primer hombre. 

Es precisamente con las candidatas de Más Madrid, Mónica García y Rita Maestre, con quienes sí pasa buena parte de la mañana la vicepresidenta, que se había reservado el día de San Isidro para hacer campaña con esta parte de la izquierda madrileña tras hacer lo propio con Podemos e Izquierda Unida la semana pasada en Alcorcón. Un todo a la vez en todas partes que no parece hacerles gracia a un par de simpatizantes de Podemos, que empiezan a lanzar panfletos sobre las cabezas de Díaz, García y Maestre. La respuesta de quienes habían organizado el encuentro da pie a otro amago de enfrentamiento entre afines que tampoco pasa a mayores tras un par de empujoncillos que no llegan al listón de tarjeta amarilla. 

De camino a las casetas, otra mujer, también dudosa, pregunta a su acompañante por la política gallega. “¿Esta es la de Podemos, no?”. El acompañante le echa valor e intenta el resumen. “Ella en realidad era del Partido Comunista y luego de Izquierda Unida, pero se salió porque se alió con Pablo Iglesias…”. La mujer muestra algún signo de arrepentimiento por su pregunta y parece desconectar de la explicación. “...Y ahora está intentando volver a juntarlos a todos”, concluye, al rato, el simposio. “Pues sí que está entretenida la pobre mujer”, empatiza ella. 

El último político en acudir a la pradera es el alcalde y candidato del PP, José Luis Martínez-Almeida. A su baño de masas entre simpatizantes que lo atosigan a fotos no le faltan las voces discrepantes. “¡Qué poquito te queda, alcalde!”, le dice una mujer con un pañuelo de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca en el cuello. “A ese desahucio sí que vamos a ir, al tuyo del Ayuntamiento, pero a tocar las palmas”, le advierte. Otra mujer le reclama la ayuda del bono eléctrico. “Pues para mí no lo he pedido, como sí ha hecho Mónica García”, responde el alcalde. Y de nuevo los afines: “¡Payasa!”, grita uno de Almeida. “Vete a tomar por…”, zanja la protestante. 

Cuando ya no quedan políticos ni periodistas hablando de Bildu y de ETA en la pradera, la cola para entrar a rezarle al santo sigue siendo kilométrica. Un hombre intenta desanimar a su pareja, que quiere ponerse en la fila. “A esto vienes mañana y no hay nadie, ¿eh?”. “Ya, hombre, pero mañana ya no será San Isidro”, responde ella. Sí seguirá, en cualquier caso, siendo campaña.