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CRÓNICA

El PSOE en Sevilla, manual de autodefensa

Cuando Felipe González era Felipe González y en los congresos del PSOE había sobre todo hombres con chaquetas de pana, Jesús de la Rosa cantaba desde Sevilla que, aunque todo se derrumbara, él sabía de un lugar donde brotaban las flores, donde los niños nacían felices y donde a las casas construidas las bañaba el sol. Y a algo parecido a todo eso sonaron las promesas lanzadas este fin de semana por Pedro Sánchez en la capital de Andalucía: una empresa pública de vivienda, proteger el medio ambiente, que las grandes compañías repartan beneficios entre sus trabajadores. Promesas.

Llevaba puesta el secretario general refrendado con el 90% de los votos una chaqueta marrón, pero de ante. Y de fondo no sonaba Triana, sino la Potra Salvaje. Y también My Way, aunque no la de Frank Sinatra, que aquello era Sevilla Este a las puertas de 2025, no Suresnes en el 74. El tema era de un DJ electropop llamado Calvin Harris que ha hecho carrera en las discotecas de Ibiza. 

Durante la clausura del 41º congreso federal de los socialistas, el presidente del Gobierno empeñó su palabra en no claudicar ante “el acoso” ultraderechista para defender “los valores, el bienestar, los consensos y las conquistas sociales” de las últimas décadas, ahora en peligro por la ola reaccionaria que recorre Europa y el mundo.

Sánchez se dirigió a los militantes arropado por los suyos: Cerdán, Montero, Bolaños, Gómez de Celis, su núcleo duro de los últimos años al que mantiene a su lado para lo que vendrá. “Nos van a golpear, nos van a calumniar, elevarán aún más las revoluciones a las que ya trabaja la máquina del fango. Han renunciado al debate de las ideas y su único proyecto es el bulo y la difamación. Allá ellos. Nosotros, a lograr mayores cotas de bienestar social para la mayoría de la gente”. 

El Palacio de Congresos de FIBES se había convertido durante tres días en una especie de fortaleza, de retiro de fin de semana en el que el PSOE intentaba desconectar de todos los problemas que acechan afuera. Ni rastro de Aldama, ni de Ábalos, ni del juez Peinado, ni del lío del Fiscal General del Estado ni de Juan Lobato, el sinfín de frentes abiertos que a duras penas sortean en Ferraz y en la Moncloa y que explican que el congreso haya sido poco más que un cierre de filas, un llamamiento a la lealtad en tiempos atribulados. 

En busca de esa paz se encerró Pedro Sánchez a comer con sus líderes territoriales el sábado, justo a la misma hora en que muchos asistentes al congreso procedentes de toda España hacían una incursión gastronómica en una taberna cercana al cónclave. Desfilaron por la barra en hora punta un sinfín de montaítos de pringá, de melva y de carne mechá antes de que una militante del PSC se disculpara con el camarero por pedir torreznos en vez de chicharrones. “Tranquila, que aquí hablamos idiomas”, le contestó el empleado, con mejor humor y educación que la clienta que mandó a “limpiar el fango de Valencia” a quienes llevaban colgada al cuello la acreditación del congreso del PSOE. 

La tensión no llegó a tanto en el almuerzo de los líderes territoriales con Pedro Sánchez, por mucho que las cosas con Emiliano García-Page o Luis Tudanca estuviesen un poco tirantes. Tampoco estaban muchísimo mejor con Juan Espadas, el secretario general de los socialistas andaluces que ejercía de anfitrión ante un público poco agradecido. Porque su discurso de inauguración precipitó una reflexión global que se extendió por el PSOE andaluz como la pólvora: si 22 minutos escuchándolo se le habían hecho interminables a todo el mundo, imaginárselo cuatro años más como líder de la alternativa a la derecha en Andalucía provocaba sudores fríos en las sienes.

Pero Page, que se sinceró tras el picoteo y admitió defender lo mismo que defiende el PP respecto a los pactos con ERC o Bildu o sobre la ley de amnistía, dijo también que le había encantado la comida y que tampoco pasaba nada por estar en contra concretamente de todo lo que hacía Pedro Sánchez. Así que el ambiente no llegó a enrarecerse con sus críticas expresas a la estrategia del partido, que definió victimista, o con su defensa del caído Juan Lobato. De hecho, la comisión sobre financiación autonómica posterior al almuerzo resultó un remanso de paz. Y todas las federaciones, desde la castellanomanchega a la catalana pasando por Asturias o Baleares, apoyaron la resolución final de manera unánime, dando carpetazo al cisma interno del pacto con ERC. O al menos dando carpetazo por el momento.

Sí hubo más revuelo en los debates a puerta cerrada de otras comisiones. Desde la de Igualdad retumbaron los vítores de un grupo de mujeres. El nivel de efusividad de la celebración despertó el interés de los medios de comunicación, que se acercaron a indagar cuál era la conquista. Alineadas con figuras como Carmen Calvo o Ángeles Álvarez, las autodenominadas feministas clásicas habían conseguido frenar el intento de avance que proponía la ponencia marco respecto a las siglas LGTBIQ+ para dejarlas solo en LGTBI, un retroceso en el reconocimiento a las indentidades sexuales.

También celebraron el éxito de una enmienda para excluir de las competiciones deportivas femeninas a cualquier persona “de sexo masculino biológico”. O lo que es lo mismo, una medida contra las mujeres trans que va en dirección contraria a la hoja de ruta del Gobierno de coalición desde la pasada legislatura, cuando compartía poder con Unidas Podemos.

En la comisión de Estatutos también se vivió un episodio pintoresco. Es tradición que las Juventudes Socialistas aporten su histórica enmienda en favor de la República y contra la Monarquía que luego también es tradición que el partido se encargue de tumbar. Pero esta vez en Ferraz estuvieron aún más astutos en su defensa del rey. A cambio de descafeinar esa iniciativa, se comprometieron con su agrupación joven a aumentar su representación en los órganos del partido del 2% al 5%, además de una financiación fija. Una palabra que, según las propias juventudes, no cumplieron desde la dirección. “Nos hemos quedado sin República, sin representación y sin financiación”, se lamentaron. 

Sin embargo, el plan del cierre de filas y de refuerzo del núcleo duro de Sánchez dejó poco espacio a las emociones fuertes de otros cónclaves. En la confección de la nueva Ejecutiva los cambios fueron tan poco sonados que lo que más sorpresa causó fue una continuidad, la de la portavoz Esther Peña, a quien mucha gente en el partido daba por amortizada. También llamó la atención el relevo de la ministra Ana Redondo, aunque un alto cargo del Gobierno no precisamente entusiasmado con su trayectoria en Igualdad confesara en privado que, en su opinión, “lo sorprendente de verdad es que siga en el ministerio”. 

Sánchez cerró su discurso con una mención a los “hijos e hijas, a los nietos y nietas, a quienes tenemos el deber de legar un mundo más justo y pacífico en un planeta vivo”. Una invitación a la esperanza entre sus propias filas en mitad del pesimismo reinante. Y todo el mundo volvió entonces a sus puestos tras un fin de semana de terapia socialista. Los militantes, a sus territorios. Y el Gobierno a defenderse de lo que le espera fuera.