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Punta de Rieles, la cárcel uruguaya que enseña a volver a la “normalidad”

EFE

Montevideo —

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Los cerca de 600 presos y 200 funcionarios de Punta de Rieles pasean por sus calles y se saludan a su paso con normalidad en esta prisión uruguaya que gracias a su configuración abierta no permite distinguir al visitante de si está en un penal o en un lugar cualquiera de la periferia de Montevideo.

A ambos lados del camino de tierra que compone este pequeño “barrio” se encuentran varios de los emprendimientos que mantienen ocupados y capacitan a sus habitantes de cara al futuro.

Entre ellos, una panificadora que da trabajo en tres turnos de 8 horas diarias a cerca de 100 internos, ocupados en producir entre 2.500 y 3.000 unidades de pan de molde todos los días.

“Yo soy el encargado hasta que finalice la semana de la panificadora”, cuenta Víctor con una sonrisa, un interno que tras un año en Punta de Rieles, y más de otros cinco en otros penales, saldrá pronto en libertad, aunque gracias a su experiencia volverá todos los días a la panificadora en calidad de trabajador.

Una carpintería, una confitería, un salón de tatuajes, un taller de botes o una peluquería son algunos de los pequeños comercios que componen la lista de posibles trabajos y servicios de los que pueden disfrutar los reclusos, además de actividades de entretenimiento como teatro, yoga, fútbol o clases de guitarra.

La fórmula que distingue a esta prisión de la mayoría de las que conforman la red de sistemas penitenciarios del país consiste en evitar la superpoblación y combinarla con actividades que mantengan ocupados a los reclusos.

“Hoy en día en Punta de Rieles las condiciones son mucho más óptimas para generar aspectos positivos en lo que tiene que ver entre otras cosas en disminuir la reincidencia. ¿Por qué?, porque lo que es la vida acá dentro es mucho más similar que lo que es la vida fuera”, aseguró Pablo Ferreira, subdirector técnico y psicólogo del penal.

“Si nosotros no brindamos mínimas condiciones que sean muy similares a lo que es el afuera va a ser muy difícil que se logre algo”, añadió.

Punta de Rieles es un oasis dentro del sistema, que sólo en 2016 se cobró la vida de 37 internos debido a la violencia sintomática del hacinamiento, la deshumanización y la desocupación que denunció recientemente el Comisionado Parlamentario Penitenciario uruguayo, Juan Miguel Petit. Y los reclusos lo saben.

“Yo llevo 19 años privado de mi libertad. De esos, hice 15 años en Libertad (el penal Unidad Nº 3 en San José, al suroeste). En abril hace 2 años que llegué a Punta de Rieles. Lo que es el contexto de Punta de Rieles con el de Libertad no tiene nada que ver”, contó Adrián, uno de los reclusos que desde que llegó a la prisión montevideana se encarga de dirigir el grupo de teatro.

“Nosotros nos sentimos privilegiados dentro del sistema porque nunca tuvimos superpoblación”, dijo a Efe el director interino del centro, Juan Pérez.

Mientras que los internos que llegan conviven en celdas de hasta cuatro personas, en otros centros como el macropenal Comcar -la otra cara de la moneda- llegaron a alojarse 880 personas en un módulo diseñado para 310.

En este sentido, los funcionarios insistieron en que la base de todo el trabajo conseguido en el penal, que abrió sus puertas el 13 de diciembre de 2010, reside en el manejo de las proporciones entre el personal operador y los reclusos.

“A nivel mundial, las experiencias que han sido más positivas de privación de libertad tienen que ver con modelos de pequeñas cantidades de personas privadas de libertad”, dijo Ferreira.

A juicio de ambos, el problema reside también en la cantidad de presos que ingresan cada año en las prisiones de Uruguay, 14.000 el pasado 2016.

“Desde mi punto de vista habría que buscar algunas medidas alternativas a la privación de libertad”, especificó el psicólogo, quien añadió que debido a que no todas las unidades del país cuentan con las mismas condiciones, las penas alternativas serían “muy positivas”.

Pero lo fundamental aquí para el buen funcionamiento de la convivencia es el respeto hacia el otro.

“En otras cárceles el preso no dice buen día a la policía. Acá si salimos todo el mundo saluda, es el respeto, eso es lo principal. Cosas que para nosotros de repente son básicas, pero ellos no lo tienen incorporado y ahí es el trabajo”, dijo Pérez.