- El analista y periodista Andrés Ortega da las claves para 'Recomponer la democracia' (RBA)
Reformar las instituciones, repensar el Estado de las Autonomías, replantear el de bienestar, despolitizar y repolitizar la política y, sobre todo, reforzar el parlamento nacional en su quehacer europeo. Estos son los ingredientes que el escritor, analista y periodista Andrés Ortega pone sobre la mesa para 'Recomponer la democracia' (RBA).
En el libro parte de la hipótesis de que el país se encuentra en un proceso de post-democracia. ¿En qué consiste este proceso?
Es un proceso que empezó hace tiempo y que con la crisis se ha acelerado, pero no se da solo en España. En la post-democracia se mantienen las estructuras y las apariencias democráticas, pero se vacían de contenido. Son las élites quienes dominan, plantean la agenda y acaban convenciendo a mucha gente de votar lo que ellos quieren.
Para superar esta fase y avanzar hacia una democracia más participativa, ¿habría que superar el miedo a romper con la Transición?
La Transición es como un tabú. Cuando comenzó la democracia había que construir un sistema electoral y partidos políticos en un país que no estaba habituado a ellos. Se hizo bien, pero generó sus propias contradicciones y monstruos, que han ido apareciendo al cabo de los años, como el predominio de las cúpulas de los partidos sobre los militantes, los simpatizantes o los electores. No soy demasiado crítico con lo que ocurrió, sino con lo que no se hizo 20 años después. La democracia hay que ir mejorándola y alimentándola constantemente.
En el libro plantea fallos con los partidos, las instituciones, el estado de bienestar… ¿Sigue siendo Europa la solución?
Desgraciadamente, sí. En varios sentidos. En primer lugar, no podemos salir del euro. Dentro hace frío, pero fuera congela. En segundo lugar, este país es incapaz de hacer las reformas que tiene que hacer sin un reformador externo que le empuje. Y el reformador externo ha sido durante muchos años, y sigue siendo, Europa. La entrada en la Unión Europea nos obligó a hacer reformas, el mercado único nos obligó a hacer reformas y lo que está ocurriendo ahora nos obliga a hacer reformas. El problema que veo es la orientación de las reformas y el hecho de que estamos vaciando la democracia nacional sin reemplazarla por una democracia europea. Y eso tiene que tener soluciones europeas y españolas.
¿Es compatible una mayor democracia española con la cesión de soberanía a Europa?
La solución para España no es dar más poderes a Europa y al Parlamento Europeo, sino reforzar el parlamento nacional en su quehacer europeo, como ocurre en Dinamarca, Alemania o en Holanda, donde los parlamentos nacionales son muy fuertes en los temas europeos, obligan a los gobiernos y refuerzan sus posiciones negociadoras. Mientras, España, quizás por no tener detrás un parlamento crítico, se debilita.
Afirma que los ciudadanos son reticentes a la política española porque creen que las decisiones se toman fuera del marco del Estado. ¿Se refiere a Europa o a otras esferas a parte de las políticas?
Hay una sensación de que muchas decisiones vienen impuestas desde fuera, de que quien decide no son los elegidos por los ciudadanos españoles, sino los mercados, que imponen sus reglas y sus condiciones, Bruselas, que es una cosa cada vez más etérea, o en los últimos años, Alemania, con la señora Merkel, o Frankfurt y el Banco Central Europeo. Todo ello conforma una situación que en el caso de España se ha agravado al ser un país deudor. Cuando uno tiene dinero para arreglar sus bancos, como hizo Holanda, no le imponen condiciones tan duras como las que impusieron a España.
Habla de imposiciones. ¿Los países del sur tienen capacidad de decisión?
Han perdido capacidad de decisión individual y colectivamente por su rechazo a formar un frente común. Cuando Hollande, Rajoy y Monti se unieron, obligaron a Merkel a ceder y dar pasos significativo en la unión bancaria. Eso no había ocurrido antes. Recuerdo cuando Zapatero participó en una sesión con Papandreu en Davos y una parte de la prensa española fue muy crítica. Hubo otro momento en el que nos felicitamos porque la prima de riesgo italiana estaba justo por delante de la española. En realidad, somos bastante insolidarios con los demás países del sur mientras pedimos solidaridad al conjunto de Europa.
Las elecciones al Parlamento Europeo están a la vuelta de la esquina. Sin embargo, a pesar de la necesidad que señala de plantear unas políticas europeas, los partidos suelen enfocarlas en clave nacional. ¿Sabemos qué votamos cuando votamos en las europeas?
No. Los índices de participación han ido bajando con la importancia creciente del Parlamento Europeo, lo que es paradójico. Sin embargo, con la crisis y el avance en la integración económica, sobre todo en la zona euro, la gente se ha percatado de que Europa es importante para sus vidas, que cuenta. Se habla más que nunca de Europa, pero el Parlamento Europeo se ve como una cosa lejana, que tiene muchos poderes que la gente no conoce, con unas elecciones subsidiarias con las que los ciudadanos no se identifican. Y la propia estructura de la política europea, donde no hay un demos europeo, hace que las propias elecciones sean una suma de elecciones nacionales.
¿Que el Partido Popular aún no tenga candidato es una muestra de lo poco europeizados que están los partidos?
Sí, porque hace que confíen más en la marca y el tirón que pueda tener el propio presidente del Gobierno que en el candidato, o candidata, a las europeas. Creo que estas elecciones van a ser importantes no solo porque van a dar una fotografía de cómo está la situación en España, sino también de cómo están las fuerzas en algunas comunidades autónomas, como Cataluña, Madrid, Valencia o Castilla-La Mancha.
Los responsables de tomar medidas contra la crisis del sistema político son los propios políticos. ¿Van a tomar decisiones que les perjudiquen?
Son los propios políticos y los ciudadanos. Los ciudadanos tiene que exigirlo, no vale que estén callados esperando un cambio. Si no hay una presión de los ciudadanos, los votantes y las organizaciones sociales para que se produzca un cambio en la manera de hacer política en este país, no se hará. Si hay movilización se obliga a realizar cambios, lo hemos visto con los desahucios. Pero, sobre todo, es importante el ejercicio del voto.
Las encuestas prevén un aumento de la abstención.
Sí, porque mucha gente no cree que el voto cambie nada. Consideran que los partidos deben dar un paso adelante. Y hay pasos positivos, como las primarias que se están dando en algunos casos en el PSOE. El hecho de que en Valencia votaran 50.000 simpatizantes frente a 17.000 militantes quiere decir que el poder de los simpatizantes puede ser mucho mayor que el de los militantes, aunque en este caso hayan votado al candidato del aparato. Eso puede cambiar las perspectivas de la relación entre partidos y ciudadanos. El problema de la política en España es que, en general, salvo el presidente del Gobierno, los políticos no dependen del elector, sino de su posición en el partido. Y eso hace que cuando hay problemas no dimitan, o que el ciudadano no se sienta representado porque si se tiene que dirigir a un diputado no sabe a cuál acudir.
Comenta que nadie dimite por corrupción, pero hay políticos salpicados por casos de corrupción que se presentan a las elecciones y ganan. ¿Para qué van a dimitir si se quedan y se les sigue votando?
Esa es una corrupción del sistema. Y por eso los ciudadanos tienen parte de responsabilidad. Cuando un ciudadano vota a un corrupto, está amparando la corrupción. Ahí es importante que haya una cultura y un interés por parte de los ciudadanos por sanear la vida pública. Lo que pasa es que mucha gente se beneficia de un sistema de corrupción generalizado y por eso votan. Pero ya veremos si esto va a cambiar o no. Yo creo que hay un cierto hartazgo de la gente, que en algunos casos se traduce en cierta ira abstencionista y, en otros, en una separación de los partidos políticos para irse a otro tipo de movimientos sociales. Pero hay un hartazgo con el tipo de sistema político que tenemos en España.
¿A qué dará lugar ese hartazgo?
Puede haber un castigo al bipartidismo que, paradójicamente, acabe en un gobierno de coalición PP-PSOE. No cabe excluirlo e, incluso, tal vez sea la única forma de sacar adelante una reforma de la Constitución, que es absolutamente necesaria. Eso dependerá del resultado de las elecciones. En Alemania ha habido una gran coalición porque se han visto forzados a ello. Allí están acostumbrados a que cuando se vota, los políticos deben gestionar el resultado y no recurrir al electorado para que vuelvan a votar. Si la única salida a un resultado electoral fuera un gobierno PP-PSOE o incluso más amplio, yo no lo excluyo.
¿Las crisis política y económica van de la mano?
En un anterior libro, '¿Qué nos ha pasado? El fallo de un país', dejé claro que lo que había ocurrido ante la crisis económica, era un fallo del sistema. Un fallo multiorgánico, donde habían fallado muchas instituciones políticas, la ciudadanía, el Banco de España, el Gobierno, los bancos … Hubo un fallo en la política que no creó la crisis, pero si hizo que cuando llegó desde fuera reventase la burbuja inmobiliaria y de crédito de un día para otro. Y la crisis económica ha hecho que surgiera una crisis del sistema político. Esa crisis no se resolverá si hay una recuperación económica. Seguirá así y se agravará. Y no solo eso: si no se reforma bien la política no acabaremos de reformar bien la económica.
Si cambian los partidos, ¿cambiará automáticamente el funcionamiento de todo lo demás?
Hay que cambiar el funcionamiento de los partidos de forma que el votante participe más en la elección de la persona. Pero luego hay que cambiar las instituciones. Hace falta un Tribunal de Cuentas que funcione, que sea independiente. Hace falta un Parlamento que no esté sometido permanentemente al Ejecutivo. Hay reformar el Estado de las Autonomías, para que haya mucha más cooperación, coordinación y participación con el gobierno central, con un Senado decente y nuevo. El actual no sirve para nada, pero lo seguimos manteniendo ahí. Y, finalmente, hay que democratizar y controlar mucho más Europa desde las democracias nacionales.
¿Hay algo que funcione bien?
En estos momentos hay pocas instituciones políticas que se salven. Incluido el Tribunal Constitucional y la Corona. Hay que volver a encajar todas las piezas del puzle, que se han desencajado a lo largo de los años. Hay que volver a someterlo todo a consenso. Hubo un voto muy mayoritario por la Constitución, pero ahora una mayoría importante de la población no pudo votarla por cuestión de edad y demanda participación en este sentido. Es verdad que en otros países como Francia o Estados Unidos no se cuestiona todo el rato la Constitución, pero tenemos que ver de dónde veníamos nosotros. La Constitución del 78 se hizo con cierto aliento del sistema anterior, en parte coartados, con un equilibrio de fuerzas entre los demócratas y la resistencia del régimen Franquista.
¿Es este el mejor momento para buscar otro consenso como el de la Transición?
El momento no parece el más propicio porque existe una divergencia entre el partido del gobierno y muchos partidos de la oposición –no solo el PSOE–, que es problemática. Probablemente haga falta otro tipo de consenso que no sea un acuerdo sobre todo, sino varios acuerdos sobre varias cosas, que haga que pueda haber un acuerdo para reformar el sistema.