Cuando en 2016 Rosa Díez dimitió como presidenta UPyD tras el estrepitoso fracaso de su partido en el carrusel electoral de 2015, pidió enterrar sus siglas con ella después del intento del que fuera su mano derecha, el abogado Andrés Herzog, de reflotar la marca que ella había fundado en 2007 junto con un grupo de intelectuales con el fin de ocupar el espacio de centro político y ejercer de contrapeso -cuando no de látigo- a los nacionalismos periféricos. Tras la marcha de Díez, que había abandonado el PSOE tras tratar de liderarlo y perder en las primaria frente a José Luis Rodríguez Zapatero, un grupo de dirigentes se negó a echar la persiana y dar el “final digno” que había sugerido su creadora. Los sucesores decidieron continuar con el proyecto contra viento y marea, viviendo de las rentas de su primera época, mientras Albert Rivera, que aguardaba en Catalunya esperando su momento, desembarcaba en Madrid con Ciudadanos. El nuevo partido acaparó la atención de medios de comunicación madrileños que habían mimado a UPyD desde su creación.
Al final, pese a los sucesivos intentos de mantener la marca, la formación ha tirado la toalla y este domingo, justo cuando se conmemora el aniversario de la Constitución, anunció su disolución ante la imposibilidad de hacer frente a sus deudas.
La suerte estaba echada desde el pasado 18 de noviembre cuando una jueza de Madrid daba la orden para que UPyD desapareciera como partido en el registro del Ministerio del Interior y declaraba su extinción como persona jurídica ante la imposibilidad de pagar las nóminas atrasadas que mantenía con Beatriz Becerra, quien fue eurodiputada y años atrás había ocupado el cargo de responsable de Comunicación. Su actual presidente y portavoz, Cristiano Brown, todavía intentó resistir y se apresuró a anunciar que recurriría la decisión. “Seguiremos luchando por el proyecto político” que, según dijo, consideraba “necesario”. Este domingo Brown ha tirado la toalla a través un nota de prensa que reivindica “la Constitución y la Política de Calidad”, “tras 13 años de lucha por la regeneración democrática, el europeísmo y contra la corrupción”.
La intensa pero breve historia de UPyD y las frustradas negociaciones con Ciudadanos
La historia de UPyD desde su nacimiento como esperanza de recuperar el centro político, huérfano desde la caída de UCD, hasta su estrepitoso final apenas duró ocho años en los que la formación logró ejercer cierta influencia, sobre todo a costa del desgaste del bipartidismo, y como látigo de los nacionalismos periféricos, incluido el PNV que había hecho consejera a Rosa Díez en los años de plomo de la banda terrorista ETA.
Salvando las distancias, sobre todo por sus discretos resultados electorales, su historia guarda un cierto parecido con lo que le ha terminado pasando a Rivera que, como Díez, le declaró la guerra al nacionalismo e hizo de la lucha contra la corrupción su bandera. Uno y otro han ejercido un liderazgo omnímodo dentro de sus respectivas formaciones. Díez llevaba el suyo aprendido después de militar durante cerca de tres décadas en el PSOE, partido en el que ostentó importantes cargos tanto orgánicos como institucionales. Rivera consiguió consolidarlo en un tiempo récord después de varios años en el Parlament y al marcharse a Madrid tras dejar Catalunya en manos de Inés Arrimadas, la que ha terminado siendo su sucesora.
Los medios de comunicación que habían mimado hasta entonces a Rosa Díez saltaron al barco de Rivera en cuanto vieron que UPyD no tenía futuro.
Quienes les conocen y saben de los entresijos de las frustradas negociaciones que ambos políticos mantuvieron para intentar formar una coalición electoral que uniera a los votantes de centro –aspiración ahora de Pablo Casado, sin éxito por el momento–, afirman que eran dos dirigentes con defectos similares que los hacían incompatibles: una cierta “soberbia” y altas dosis de “prepotencia” a la hora de manejar sus partidos. Así que cada uno siguió su camino con diferente suerte en las urnas. Con el tiempo, uno y otro fueron igualmente acusados por los críticos de sus respectivos partidos de no soportan la discrepancia y de acometer “purgas” contra los que no les rendían pleitesía.
Con Rosa Díaz al frente UPyD el partido obtuvo en las elecciones generales de 2008 su primer escaño en el Congreso, el suyo, mientras Rivera intentaba sin éxito entrar en el Parlamento nacional como cabeza de lista de Ciudadanos por Barcelona. En los siguientes comicios de 2011 UPyD dio la campanada al obtener cinco diputados y formar grupo propio en la Cámara Baja. Ciudadanos había decidido no presentarse a esos comicios. En esa legislatura UPyD desarrolló un activo trabajo con la lucha contra la corrupción como bandera, la misma que también enarbolaría después Ciudadanos, convirtiéndose en el azote del Gobierno del PP con la presentación de varias querellas en los tribunales. Entre las acciones judiciales que emprendió su grupo parlamentario destacan el caso de las preferentes o el de las tarjetas black, que terminó años después con el exvicepresidente económico del Gobierno del PP y exdirectorl gerente del FMI, Rodrígo Rato, en la cárcel.
En las europeas de 2014 UPyD llegó a tener cuatro europarlamentarios con Francisco Sosa Warner como cabeza de lista pero la crisis del partido ya había empezado: el grupo se rompió en Europa poco antes de que Sosa dimitiera. Ciudadanos, por su parte, consiguió dos escaños en esa cita, el de Javier Nart y el de Juan Carlos Girauta.
Sin embargo, el verdadero desplome de UPyD llegó apenas un año después a partir de los comicios andaluces de marzo de 2015 en los que no consigue representación parlamentaria. Ciudadanos en cambio entró con nueve. UPyD había perdido casi la mitad de los votos que cosechó en las autonómicas de 2012. Dos meses después, el batacazo es aún mayor en las municipales y autonómicas al no entrar en ningún parlamento autonómico y mantener una representación testimonial en los ayuntamientos: 229.458 votos y 129 concejales, frente a los 465.125 sufragios y 152 ediles que consiguió en las anteriores. La puntilla llegaba en las generales de diciembre de ese mismo año cuando tras dar un paso atrás Rosa Díez, la candidatura encabezada por Andrés Herzog se estrella y UPyD se queda fuera del Congreso, lo que precipita que un mes después, en enero de 2016, los dos dirigentes dimitan de sus cargos. Es el momento del gran cambio en el panorama político con el aterrizaje de Podemos, Ciudadanos y Vox, las llamadas “fuerzas emergentes”.
Tras una efímera etapa bajo el liderazgo del vasco Gorka Maneiro, y un nuevo fracaso en las generales de 2016, UPyD aguanta hasta el nombramiento de Cristiano Brown. Pero en las elecciones del 28A de 2019 ya no se presentan y piden directamente el voto para Ciudadanos, liderado en ese momento por Rivera, con la vista puesta en poder negociar la incorporación de algunos de sus miembros a otras listas. De hecho, tampoco concurren a las europeas de ese mismo año pero Maite Pagazartundúa se coloca como número dos de la candidatura de Luis Garicano, mientras Cristiano Brown pacta ir como número once en esa misma lista de Ciudadanos, sin lograr escaño. Meses después, en la repetición de las generales del 10N, Brown vuelve a negociar con Rivera y entra en el puesto séptimo de su lista por Madrid. El fracaso de Ciudadanos en esos comicios es absoluto -pasa de 57 a 10 escaños- y frustra la última oportunidad de Brown de sentarse en el hemiciclo, además de jubilar a Albert Rivera.
Los ex de UPyD se desentendieron de la formación mientras Díez se arrima al PP
De los exdirigentes que iniciaron la aventura con Rosa Díez ninguno tiene prácticamente relación con Brown ni con los restos del naufragio de UPYD. Muchos de ellos se marcharon a Ciudadanos, como Toni Cantó, Ignacio Prendes, Fernando Maura –estos dos últimos curiosamente terminaron siendo depurados por Albert Rivera de la formación liberal -. Otros fueron reclutados por el PSOE, como Irene Lozano, convertida ahora en alto cargo del Gobierno al frente de la Secretaría de Estado para el Deporte. Los que pudieron volvieron a sus antiguos puestos de trabajo o ficharon por empresas privadas, como Carlos Martínez Gorriarán.
En estos últimos años, fuera ya de la primera línea política, Rosa Díez ha ido virando hasta posiciones cada vez más cercanas al PP, e incluso a Vox. En las últimas elecciones del 10N no dudó en pedir el voto para Pablo Casado con el que ha compartido algún acto y en algún que otro mitin. Aunque su verdadera obsesión es el PSOE, su antiguo partido, donde compitió en las primarias para liderarlo, tanto en el País Vasco como a nivel nacional y cosechó en ambas ocasiones resultados ridículos frente a sus adversarios.
Dos días después de que la jueza madrileña decretase la extinción de UPyD, su fundadora y exdirigente socialista durante cerca de tres décadas cargaba contra la Ley Celaá en el programa del periodista Federico Jiménez Losantos y se atrevía a diagnosticar: “El PSOE está muerto”, “murió con Zapatero pero no terminan de enterrarlo. Ya huele bastante y, sobre todo, estamos sufriendo las consecuencias de tener un cadáver por ahí esparcido que está infectando a la sociedad, infectando todo lo que encuentra por su camino y vamos a ver si lo enterramos de una vez no solo en un acto de legítima defensa sino de salud pública y de seguridad nacional”. Y así lo remachó en su perfil de Twitter.