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El resurgir del budismo en Mongolia
Sólo un monasterio permaneció abierto durante la criba contra el budismo en Mongolia bajo el régimen comunista. Situado en el corazón de Ulán Bator, Gandan no es únicamente señal de la resistencia de la vida religiosa a décadas de hostigamiento, sino de su actual resurgimiento en el país.
Erigido sobre una colina de la ciudad, el monasterio de Gandan (abreviatura de Gandantegchinlin) luce soberbio a uno de los lados de la principal avenida de Ulán Bator, la de La Paz, arteria que atraviesa de punta a punta la urbe de algo más de 1,3 millones de habitantes, casi la mitad de la población de Mongolia.
De refulgentes colores por su estilo tibetano, dentro y en sus alrededores rezan y alternan centenares de monjes que viven en sus instalaciones.
A sus 32 años, Gankhuyag tiene claro por qué decidió entregar su vida al budismo: “mis abuelos vivían cerca de Gandan, así que para mí era natural venir aquí, donde todo, desde el espacio a su aroma, me resulta familiar y me hace sentir bien”, cuenta a Efe.
En un tono melódico y susurrante, casi como si estuviese leyendo tantras, el hombre dice que se hizo monje “para satisfacer los deseos de mi abuela”, y que para él serlo significa “dedicar tiempo a meditar y pensar, para así poder servir mejor a la gente”.
“La vida moderna -continúa- tiene demasiadas ocupaciones. Decimos a las personas que hay otra vida posible... Pacífica, tranquila”.
Gankhuyag lamenta las dificultades para enseñar esa otra vida de la que habla debido a que las casi siete décadas de régimen comunista en Mongolia bajo la órbita soviética (desde 1921 hasta su derrocamiento en 1990) arramplaron con los centros religiosos y los métodos de enseñanza, destrozos que recuerdan a los provocados por la Revolución Cultural en la vecina China (1966-1976).
Unas 100.000 personas fueron perseguidas, y cerca de 20.000 lamas -o maestros del budismo- y 10.000 monjes ejecutados, mientras otros 10.000 eran enviados a “gulags” de Siberia. Aproximadamente 20.000 monasterios quedaban destruidos, aniquilando en conjunto la savia espiritual de un país con siglos de tradición budista.
“Fue una gran pérdida”, subraya el monje, convencido de que “cuanto más estudias el budismo, más te gusta”.
Los recuerdos de la opresión alientan a la generación nacida en los prolegómenos de la disolución de la URSS, como Gankhuyag, o ya después, a hacer uso de su libertad religiosa y recuperar las enseñanzas budistas para las venideras.
Así lo expresan Narantuya y Narantungalag, ambas de 18 años y quienes han acudido a pasar la mañana en Gandan, donde afirman ser budistas por el único motivo de que “hay libertad para hacerlo”.
“Antes, la religión estaba prohibida. Ahora hay libertad y apertura para ser religioso”, afirma la primera.
Su amiga asiente, y revive cómo sus padres le contaban que “cuando eran jóvenes resultaba muy difícil profesar su religión, pero ahora está permitido y disfrutamos de ello”.
Las jóvenes y el monje coinciden en entender su fe como una especie de homenaje a sus padres y abuelos, quienes tuvieron que practicarla a escondidas, y que ven como un legado a seguir.
Además, ser religioso es aún una salida laboral de prestigio en Mongolia, que tras el fin del comunismo recuperó sus dos principales estandartes: el budismo y Gengis Khan, el fundador del Imperio Mongol en el siglo XIII y cuyo recuerdo intentó borrar el Ejecutivo prosoviético.
Otgondolgor, exnómada afincada en Ulán Bator para cuidar de sus nietos, es ejemplo de ello. Matriarca de una numerosa prole, habla con orgullo de cómo dos de sus ocho hijos se han hecho lamas y uno de ellos irá a completar su formación en India próximamente.
“Ser lama está socialmente demandado, muchas personas les llaman en cualquier ocasión y para cualquier servicio”, cuenta a Efe la mujer, también budista, mostrando fotografías de sus hijos ataviados con la clásica túnica en tonos ocres.
Otro factor a favor del resurgir budista en Mongolia es que su actual Gobierno, a diferencia del de la vecina China, ayuda a financiar la reconstrucción de monasterios y templos, y no tiene problemas en recibir a su líder espiritual, el dalái lama, quien ha viajado al país en varias ocasiones.
“El Gobierno no promueve el budismo, pero no lo restringe”, resume Ochko, una empresaria que padeció el asedio comunista.
Así es a juzgar por las recientes remodelaciones de parte de Gandan y la construcción de más edificaciones en el complejo, evidenciando la revitalización religiosa, y por la aparición de centros budistas de inversión privada no lejos de Ulán Bator.
Motivos que en conjunto sugieren que el budismo no será -ni fue- fácil de desvincular de Mongolia, donde, como apunta Ochko, “siempre estuvo ahí, pero oculto o escondido”.
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