Sánchez configura una ejecutiva del PSOE a su medida sin ataduras con los barones

Irene Castro

12 de septiembre de 2021 20:57 h

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Queda poco más de un mes para que el PSOE celebre su 40º Congreso y el ambiente ya está caldeado en las filas socialistas. A pesar del nerviosismo de los cuadros, no habrá pelea —Ferraz se ha garantizado que los conflictos territoriales no salpiquen al cónclave federal— y trabaja en un evento casi festivo.

Será el primer gran acto del partido tras la pandemia una vez que se atisba su fin y la pretensión de Pedro Sánchez es dar en Valencia el pistoletazo de salida a la “recuperación justa” que será el leitmotiv de la estrategia de Moncloa, aunque el disparado precio de la luz la está empañando. De ahí que “avanzar” sea el concepto que la dirección ha asociado a este congreso que también supondrá una nueva etapa en el partido tras la batalla de hace cuatro años. El secretario general incorporará a la Ejecutiva a dirigentes con independencia de su filiación en el pasado, aunque mantendrá las manos libres respecto a los poderes territoriales. 

Sánchez tiene el poder absoluto del PSOE sin contrapesos internos desde 2017, cuando configuró una Ejecutiva de fieles con la única incorporación de Patxi López y Guillermo Fernández Vara, pero la cicatrización de la herida le ha llevado a dar carpetazo e iniciar un nuevo tiempo. La llegada a la presidencia del Gobierno ya fue el primer paso en el proceso de integración con la incorporación en segundos niveles del Ejecutivo y de la Administración de dirigentes socialistas procedentes del susanismo o que habían estado con Patxi López. Fue el caso de Óscar López como presidente de Paradores —hoy ascendido a jefe de gabinete de Sánchez—, de Pedro Saura, que ahora le sustituye en la cadena hotelera pública procedente de la Secretaría de Estado de Infraestructuras, Transporte y Vivienda, o de José Andrés Torres Mora como responsable de la empresa Acción Cultural, entre otros muchos.

La profunda remodelación del Gobierno fue la traslación de ese nuevo tiempo al Consejo de Ministros con la incorporación de Isabel Rodríguez y Pilar Alegría —madinistas primero, y después susanistas— o el nombramiento de López. La culminación de ese proceso será la composición de la nueva dirección del PSOE en la que Sánchez incorporará perfiles procedentes de distintas familias para terminar de coser el partido tras la guerra de hace unos años. Fuentes socialistas apuntan a que habrá representación de todas las federaciones, pero los nombres no serán propuestos por los barones, como ocurría antaño cuando los congresos a través de delegados obligaban a pactos que se reducen en las competiciones por primarias. 

Sánchez también reducirá notablemente el tamaño de la Ejecutiva, que ahora está compuesta por medio centenar de dirigentes, de los que repetirán, en principio, menos de una decena, según fuentes socialistas. Los puestos que ya están claros son los de Adriana Lastra como vicesecretaria general y Santos Cerdán como secretario de Organización. Héctor Gómez y Eva Granados tendrán su asiento asegurado como portavoces en el Congreso y el Senado, respectivamente. Fuentes socialistas dan por hecho que Cristina Narbona repetirá como presidenta. Sánchez se fotografió con todos ellos tras la reunión de la dirección el pasado lunes.

Ante la nueva etapa que Sánchez abrió con la remodelación de su gabinete, en lo que coinciden tanto en Ferraz como en las federaciones que estaban más alejadas de Sánchez, es en que ha habido un cambio importante en las relaciones. “La cosa fluye”, dice un dirigente territorial. “Se ha vuelto a una estructura clásica con llamadas constantes”, agrega otro en referencia a la relación entre los equipos de Moncloa y el PSOE y también de Ferraz con las federaciones. Como jefe de gabinete, Óscar López ha recuperado una relación con el partido que era prácticamente inexistente por parte de Iván Redondo. 

Ferraz se ha garantizado, además, que los conflictos territoriales no empañen el congreso federal. Solo se espera batalla en Madrid —donde ya hay varias candidaturas en liza— y en Galicia. En el primer caso, a pesar de ser una de las federaciones que más dolores da a los líderes socialistas —en esta ocasión nadie se atreve a pronosticar un resultado con rotundidad—, la gestora logró una única lista de delegados. También quedó aplazada la batalla en la mayoría de provincias gallegas tras un acuerdo entre el actual secretario general, Gonzalo Caballero, con el sector de Valentín García para una única lista en A Coruña aplazando la batalla a las primarias regionales que se celebrarán después tras el intento fallido de Caballero de adelantarlas. Solo en Cádiz, Palencia, Ourense, Cantabria y Fuerteventura habrá votaciones para elegir a los delegados que irán a Valencia a mediados de octubre. 

En cuanto al contenido ideológico no se esperan grandes novedades. Tampoco hubo mucha batalla hace cuatro años cuando Sánchez cambió de arriba a abajo el modelo de partido —dando en teoría más poder a la militancia y a la dirección federal en detrimento de los estamentos intermedios— o cuando incorporó conceptos ideológicos, como la plurinacionalidad, que contaban con fuertes reticencias en una parte importante del PSOE. Ahora es el propio Sánchez el que ha abandonado el que fue precisamente uno de los caballos de batalla en el último congreso, junto con los vientres de alquiler, un asunto que en la dirección esperan que no vuelva a salir al darlo por zanjado entonces al imponerse un rechazo abrumador tras un intenso debate. La ponencia marco elaborada para el 40º Congreso apenas incorpora novedades y en algunas de las tradicionales banderas de los socialistas, como la denuncia de los acuerdos con el Vaticano, es menos ambiciosa que en el pasado.

Algunos socialistas consideran que el nuevo modelo de elección de delegados —a través de listas cerradas y en la mayoría de casos únicas— y de debate de las enmiendas —que a nivel provincial se realizará solo entre esos delegados frente al anterior sistema de congresillos— dificultará la llegada de asuntos peliagudos. En la dirección sostienen que no tienen por qué ser así, consideran que llegarán temas abiertos al debate y dan por hecho que tendrán que remangarse de nuevo para cortocircuitar algunas enmiendas, como la tradicional en favor de la república.