Podemos bulle, Ciudadanos tiembla, el PP espera y el PSOE es una balsa. La repetición electoral se vive de forma muy desigual en los cuatro principales partidos. No digamos ya en sus respectivos liderazgos. Mientras Pablo Iglesias bracea para salir a flote del maremoto provocado por “Mas País”, Albert Rivera contiene la respiración ante un posible naufragio y Pablo Casado ha decidido virar el rumbo para frenar las embestidas de sus barones, Pedro Sánchez sestea. El suyo es, sin duda, el liderazgo más sólido, menos cuestionado y más blindado de cuantos hay en la escena nacional. Un hiperliderazgo sin apenas contrapesos construido a conciencia, tras su “resurrección” como secretario general en 2017 y con el que hoy es posible que el PSOE transite de elección a elección sin el menor atisbo de deliberación interna.
Por primera vez en lustros, a pesar del inestable contexto político no late el corazón -orgánico- del PSOE ni se escuchan voces distintas a la de la dirección federal. Ni barones, ni diputados, ni cuadros, ni referentes, ni órganos territoriales… Las decisiones las toma el secretario general. Ni se cuestionan ni se discuten ¿Críticas? Haberlas, haylas pero no logran traspasar el impenetrable muro construido, a golpe de estatutos y desarrollos reglamentarios salidos del último congreso federal con el calculado objetivo de hacer del socialismo un partido centralizado, cuya última palabra se dicta desde la calle Ferraz.
Madrid decide hasta la última lista electoral de la provincia más recóndita del mapa. No digamos ya la estrategia, los pactos de gobierno, el voto en las investiduras, la duración de las gestoras o cuándo sí y cuándo no hay consultas a la militancia.
El PSOE ha pasado de la federalización a una profunda recentralización de su organización interna en menos de dos años, los que dura ya el segundo mandato de Sánchez como secretario general.
Para comprender el tránsito es necesario viajar al pasado. Sitúense en el 15 de mayo de 2014. Aún faltan diez días para las elecciones europeas. El secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha dado instrucciones a los aspirantes a candidato a la Presidencia del Gobierno para que no se muevan hasta después del verano. Las primarias no se celebrarán hasta noviembre. Y la dirección federal no quiere interferencias orgánicas en plena campaña electoral. Pero el PSOE hace meses que es un hervidero y Pedro Sánchez, que ya calienta la banda, convoca a una quincena de personas -entre militantes y cuadros- a un almuerzo en Toledo que enciende la mecha de la carrera por el timón del partido y es interpretada por sus contrincantes como una declaración de guerra.
“No teníamos un solo apoyo orgánico ni la más mínima posibilidad de ganar. Entre todos los reunidos no sumábamos ni 100 votos”. Quien así habla era uno de los comensales convocados aquél día de San Isidro por el hoy presidente de Gobierno. Dos meses más tarde, Sánchez ganaría las primarias a las Secretaría General con 56.409 apoyos y el 48,63% de las papeletas. Entre una escena y otra, en un hotel de las afueras de Madrid, ante Zapatero, Ximo Puig y Tomás Gómez, la entonces presidenta de Andalucía, Susana Díaz, pronunció aquella célebre frase de “no vale, pero nos vale”.
Díaz, que aspiraba a un liderato por aclamación no se atrevió a someterse al veredicto de las bases, pero logró construir una coalición de “enemigos íntimos” en favor de Sánchez y sobre todo en contra de la candidatura del vasco Eduardo Madina. En el “nos vale” iba implícito un “de forma transitoria” hasta que llegase el momento oportuno para que ella diera el salto al sillón de Ferraz. El plan estaba hablado con dos ex presidentes de Gobierno, varios notables y algunos barones: Sánchez sería líder del partido y Díaz, candidata a la presidencia. El liderazgo del nuevo secretario general nacía pues tutelado y compartido por quienes le auparon en la victoria. Al menos eso pretendieron erróneamente todos y cada uno de los que le ayudaron a ocupar el trono.
Entre julio de 2014, cuando se celebró el congreso federal que proclamó al nuevo secretario general y septiembre, fecha del primer Comité Federal, Sánchez ya había roto amarras con sus mentores y Díaz ya le había sentenciado. Aún faltarían, no obstante, unos meses para que el PSOE saltara por los aires un 1 de octubre de 2016, tras la dimisión del secretarlo general y la posterior constitución de una gestora que llevaría las riendas del partido hasta la celebración de un congreso extraordinario.
Antes, en junio de ese mismo año, España había tenido que repetir por primera vez en democracia unas elecciones generales después de que Mariano Rajoy, el candidato más votado, declinara el encargo del rey para presentarse a una investidura y Pedro Sánchez, con solo 90 diputados decidiera poner en marcha el “reloj de la democracia” -con el llamado “pacto del abrazo” que suscribió con Albert Rivera- y fuera rechazado por la mayoría del Congreso de los Diputados como presidente.
Con la repetición electoral, el PSOE perdió cinco escaños respecto a los obtenidos seis meses antes (de 90 a 85), pero Sánchez se aferró a la segunda posición del tablero y a los 14 escaños de distancia sobre Podemos para resistir las embestidas del “susanismo” y la presión de veteranos y barones para que renunciara a la secretaría general. “Empezó a ser muy evidente que la estrategia de los críticos pasaba por que Sánchez liderara la abstención en la investidura de Rajoy y luego matarlo, pero vimos clara la jugada y, aunque acabaron matándolo, lo convirtieron en mártir del 'no es no'”, recuerda un estrecho colaborador del presidente en funciones que participó del minúsculo grupo que permaneció con él durante la travesía del desierto entre el primer y el segundo mandato como secretario general.
Lo que ocurrió después de aquél desgarrador Comité Federal de octubre 2016 es conocido por todos. Dimitió como secretario general y como diputado, el PSOE se abstuvo para poner fin a un bloqueo institucional que duraba ya un año y, en contra de todos los pronósticos, los medios de comunicación y el poder orgánico e institucional del socialismo, un renacido Sánchez volvía a la secretaría general al año siguiente tras vencer en unas primarias a Susana Díaz. Esta vez sin más valedores que los afiliados de una militancia que se rebeló contra los designios y la imposiciones de los tótem del socialismo.
“El PSOE dejó para siempre de ser el PSOE para pasar a ser el partido de Sánchez”, lamentan hoy quienes se dejaron arrastrar por la ambición de Díaz y fueron relegados, cuando no fulminados, de las listas electorales y del reparto del poder orgánico por la nueva dirección federal. David había vencido a Goliat. El primero reencarnado en Pedro Sánchez y el segundo, no en Susana Díaz, sino en la historia viva del socialismo de los últimos 30 años. Pero al renacido secretario general no le bastó con haberse impuesto y contar con la indiscutible legitimidad de la militancia. Demasiadas heridas sin cicatrizar y una nula disposición a olvidar lo ocurrido hicieron que la lista de damnificados tras el 39º Congreso Federal fuera inabarcable y se pusiera en marcha el diseño de un nuevo PSOE con la modificación estatutaria que aprobó el 39 Congreso Federal y los posteriores desarrollos estatutarios impulsados desde la dirección actual. El objetivo: blindar al secretario general para que nunca más un comité federal o el poder de los barones pudieran doblarle el pulso.
Bajo el barniz de las consultas a la militancia, se desdibujó el peso de las federaciones para que todas las decisiones recayeran en la Ejecutiva Federal o en la Comisión Federal de Listas, cuyos miembros nombra al 50% la dirección de Madrid y el Comité Federal. Huelga decir que un 80% de los miembros del máximo órgano entre congresos fueron designados por el “sanchismo” tras el último cónclave federal.
El nuevo reglamento, vigente desde febrero de 2018, cambió por completo el reparto de poder, blindó a Sánchez y aparentemente a las bases y debilitó de paso a los barones y a los órganos regionales y provinciales hasta eliminar por completo los contrapesos internos. No en vano, hasta cuatro presidentes autonómicos se ausentaron el día en que fue ratificado por el Comité Federal.
En lo único que acertó Susana Díaz durante su campaña por las primarias fue en advertir que los militantes no sólo votaban un secretario general sino un nuevo PSOE. Con el nuevo cuerpo normativo impulsado por los de Sánchez, hoy sería imposible repetir una jornada como la del fatídico 1 de octubre o que una gestora mantuviera las riendas del partido durante nueve meses.
Y es que la revocación o censura de un secretario general requiere ahora que sea motivada y acordada por un mínimo del 51% de votos del Comité Federal y ratificada después por la militancia en una consulta preceptiva en el plazo de un mes. Antes, había dos procedimientos: uno que obligaba al número uno a dimitir si antes lo había hecho la mitad más uno de los miembros de su Ejecutiva y dos, que el comité federal aprobara por mayoría una moción de censura. El objetivo de la modificación es que un secretario general elegido por las bases solo pueda ser apartado de sus funciones por las bases.
Las comisiones gestoras derivadas de la revocación del mandado del secretario general tienen un mandato limitado de 90 días como máximo desde su nombramiento y como misión exclusiva, la organización del proceso de primarias y del congreso que dé lugar a la elección de un nuevo líder y una nueva Ejecutiva. Durante su mandato, el censo de afiliados no podrá modificarse.
La elección de delegados a los Congresos y Conferencias Políticas que antes decidían los comités regionales, se hará a partir de ahora por voto individual, directo y secreto de los militantes del correspondiente ámbito territorial en detrimento del poder que hasta ahora tenían los barones y sus respectivas direcciones, que con la nueva normativa no pueden siquiera asistir como delegados.
Los pactos de gobierno y las investiduras los decidirá la militancia. Las Comisiones Ejecutivas federal, de nacionalidad, regionales provinciales o municipales podrán convocar consultas a la militancia sobre asuntos de especial trascendencia que se determinarán reglamentariamente previa autorización por la dirección de ámbito superior a la que lo propone. En todo caso, será obligatoria la consulta a la militancia sobre los acuerdos de gobierno en los que sea parte el PSOE o sobre el sentido de voto en sesiones de investidura que supongan facilitar el gobierno a otro partido.
Las primarias en adelante serán a doble vuelta En una primera, resultará elegido secretario general el candidato que obtenga más del 50 por ciento de los votos válidos. Si hubiera más de dos y ninguno obtuviera más de ese porcentaje en la primera vuelta, pasarán a la segunda las candidaturas que obtengan el mayor número de votos, en la que resultará elegido el candidato que sume más papeletas.
Para lograr la consideración de candidato y ser elegible en la primera vuelta de la elección a secretario general, el precandidato debe reunir un 1% de los avales y afiliados directos a nivel federal (antes era un 5%) mientras que para el nivel autónomo se rebaja del 10% al 2% y en el ámbito provincial e insular, del 20% al 3%. Los precandidatos podrán aportar como máximo el doble del número de avales requeridos para la obtención de la condición de candidato y tan sólo con la finalidad de llegar al mínimo establecido por la posible anulación de parte de los avales presentados.
Y otro de los cambios más controvertidos y que más poder otorga a la dirección federal es el de la confección de las listas electorales. Hasta ahora, eran las ejecutivas y los comités provinciales y regionales quienes decidían y sólo como excepción la Comisión Federal de Listas podía introducir alguna modificación puntual y motivada. Hoy, los territorios proponen, después de que los afiliados voten en listas abiertas, pero es Ferraz quien impone el filtro final primero en la comisión de listas y, después, en el comité federal. Y esto rige para toda la designación de cargos, incluidos diputados provinciales, regionales hasta senadores por designación autonomía que antes se proponían en diálogo con las ejecutivas de los territorios y ahora se imponen en Ferraz.
Un claro ejemplo fue la baldía batalla que Susana Díaz dio durante la elaboración de las candidaturas de las últimas generales. Se empeñó en imponer en las planchas que salieron de su territorio varios nombres de su confianza y perdió el pulso en el Comité Federal, donde todos ellos fueron sustituidos. Después de aquella sonora derrota, tuvo que viajar de Sevilla a Madrid para acordar con Sánchez las presidencias de las diputaciones provinciales y que no le fueran impuestas desde Ferraz como pretendían. Hasta la ex todopoderosa secretaria general de los socialistas andaluces ha sucumbido a una recentralización cuya fuerza no está en la forma de ejercer el liderazgo sino en el diseño a medida de la organización.
Y eso que todos los cambios normativos se hicieron antes de que una moción de censura, con un punto de carambola y de azar, llevase a Sánchez a La Moncloa y desde allí convirtiera al PSOE en primera fuerza política por primera vez en ocho años. A todo ese poder orgánico suma ahora la capacidad de influencia que da el Consejo de Ministros. ¿Alguien tiene autoridad para cuestionar sus decisiones?, se pregunta uno de sus más cercanos asesores. Aunque uno solo se atreviera, están ahí los estatutos para recordarle hasta dónde llegaría el eco de sus críticas. Por eso, y por el desgarro que provocaron las últimas primarias, en el PSOE manda hoy el silencio tanto en la militancia como en la dirigencia. Sánchez tiene las manos libres como nunca las tuvo ningún otro secretario general en 140 años. Y en parte es ésta una de las consecuencias que advirtieron algunos veteranos cuando la democracia directa se impuso a la representativa. De aquellos polvos…