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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Teodoro Obiang: dictador, amigo y escondido

La relación entre el Gobierno de España y el dictador de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, se parece mucho a otros asuntos políticos: el partido que en determinado momento ocupa el poder mantiene el contacto alegando razones de Estado mientras el principal partido en la oposición pide acciones contundentes contra un régimen que esquilma los recursos naturales del país mientras su población vive entre la pobreza y la excepcionalidad política.

Las maniobras del Ejecutivo que dirige Mariano Rajoy para rehusar estos días una reunión bilateral entre ambos mientras se ofrecía a romper el protocolo para sentarlos juntos en una cena oficial es una buena muestra son un buen ejemplo, aunque finalmente el presidente ha cancelado su asistencia a este acto. El líder del PP explicaba este miércoles en Bruselas así el encuentro: “El señor Obiang estará aquí como estarán 41 jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Africana. Creo que coincidiré con él en la cena por tanto hablaré como hablo con cualquiera como es mi obligación”.

En 2006 la situación era otra. Obiang visitó España en viaje oficial, gobernaba el PSOE y el jefe del Ejecutivo, José Luis Rodríguez Zapatero, recibió al dictador africano en La Moncloa. Durante su estancia en España, Obiang fue recibido también por el entonces líder de la oposición, Mariano Rajoy, en la sede del PP. Rajoy aseguró entonces que atendía a Obiang “por sentido de Estado” y después de que se lo pidiera el Gobierno del PSOE. El responsable de Exteriores durante el mandato de Zapatero, Miguel Ángel Moratinos, negó que se hubiera producido esta intercesión y justificó el recibimiento a Obiang. El rey también invitó a La Zarzuela al dictador, con el que mantuvo una cena privada.

La visita de 2006 estuvo marcada por la negativa de los partidos más pequeños del Parlamento a que la institución recibiera de forma oficial al dictador africano. El PP, más comedido, aceptó una visita que nunca se produjo.

Ocho años después, Obiang ha vuelto a España en viaje oficial para asistir al funeral de Estado por el expresidente Adolfo Suárez. Tal y como relataba este miércoles El País, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha rechazado reunirse de forma oficial y bilateral con el autoritario presidente ecuatoguineano. Sin embargo, maniobró para alterar el protocolo y que Obiang y Rajoy se sentasen juntos en la cena de mandatarios que han acudido a la cumbre Unión Europea-África que se celebra en Bruselas, para que después Rajoy cancelase a última hora su presencia en dicho acto.

Entre ambos acontecimientos, las idas y venidas se han sucedido. En 2008, Obiang intentó, sin éxito, reunirse en España con el presidente del Gobierno y otras altas instituciones del Estado, lo que motivó que anulara su anunciado viaje oficial. En 2011, sin embargo, una delegación de diputados encabezada por el entonces presidente del Congreso español, José Bono, sí visitó Malabo. El grupo que acompañaba a Bono lo integraban el portavoz de CiU, Josep Antoni Duran Lleida, y el portavoz de Exteriores del PP, Gustavo de Arístegui.

Esta ha sido la tónica en las relaciones bilaterales entre la excolonia y la exmetrópoli. A Obiang, que domina Guinea Ecuatorial con extrema dureza desde el golpe de Estado de 1979, le han recibido todos los presidentes democráticos que han sucedido a Suárez, quien llegó a mediar a principios de los años 90 entre la oposición y el Gobierno del país sin ningún éxito.

José María Aznar hizo de anfitrión de Obiang en 2001 y en 2002. El objetivo era, según dijo La Moncloa entonces, establecer un plan para normalizar las relaciones entre ambos países. Dos años después, Guinea Ecuatorial acusaba a España de estar detrás de un intento de golpe de Estado protagonizado por mercenarios.

Felipe González también mantuvo relaciones con Obiang, que visitó España en múltiples ocasiones bajo el primer Gobierno del PSOE. Uno de estos viajes fue famoso por un desplante del presidente ecuatoguineano, que hizo esperar a su anfitrión tres minutos al pie de la escalerilla de su avión. Pocos meses antes, otro intento de golpe de Estado había enfrentado a ambos países y puesto en peligro las relaciones diplomáticas en un momento en el que el petróleo no era más que una quimera.